Los libertadores de París.

 

« Paris outragé ! Paris brisé ! Paris martyrisé ! Mais Paris libéré! »

Decía el general De Gaulle un 25 de agosto de hace ya 71 años, en el Ayuntamiento de París. París ultrajada por la derrota, rota su población por creencias y fidelidades tan dispares como la colaboración y la resistencia, martirizada por la Gestapo y por los cañones de la guerra, pero finalmente, París liberada.

El semioruga «Guadalajara» con sus tripulantes españoles

La liberación de París sigue siendo uno de esos acontecimientos que provoca enfoques distintos de la historia. Para los anglosajones fue un episodio más de la cruzada por la liberación de Europa, sin duda de cierta importancia, pero en absoluto tan relevante como la operación Cobra (la ruptura del frene Normando) o la batalla de las Ardenas. Es más, para ellos la liberación de París supuso el origen de una larga serie de dificultades, pues se convirtió inmediatamente en la sede del Gobierno Provisional de la República Francesa, presidido por De Gaulle, que en ningún momento dejó de comportarse como el gobernante de una nación libre y soberana, manteniéndose en su negativa a la formación de una AMGOT (Administración Militar Aliada para los Territorios Ocupados), que era el instrumento que habían empleado hasta entonces los aliados anglosajones para administrar los territorios europeos arrebatados al enemigo.

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1862-63, la lucha contra las salinas confederadas.

El ejército federal fue plenamente consciente, a su vez, de la importancia que tenía la sal en la logística militar de aquella guerra, y de que los confederados no disponían de grandes cantidades de este producto que ellos, por su parte, podían producir sin peligro o podían importar sin demasiados problemas a pesar del encarecimiento de los costes provocado por los corsarios sureños, ya que su flota dominaba los mares.

La mejor defensa que tenían los confederados era su artillería costera, como esta batería en la bahía de Pensacola

Para acrecentar el problema de sus enemigos, las fuerzas nordistas no tardaron en atacar sus explotaciones de sal. Gosse Creek, cerca de Manchester, en Kentucky, fue uno de los objetivos elegidos, enviándose un primer raid en enero de 1862, que tuvo poco éxito, y un segundo el 10 de octubre, en el que se provocaron daños mucho más serios. Por supuesto, los confederados reaccionaron. A primeros de noviembre, el general confederado William Loring partió hacia el norte con un ejército de 5000 hombres, conquistando las salinas del valle del Kanawha, cerca de Charleston (Virginia del Oeste) y capturando grandes cantidades de sal. Sin embargo esta acción no había sido más que un raid, consecuentemente destinado a no durar, y no una penetración para conservar el territorio conquistado, y ante la llegada de un ejército federal superior, Loring se retiró.  

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Cuestión de sal.

Uno de los problemas a los que se enfrentó la máquina de suministro sureña durante la Guerra de Secesión fue la carencia de algunos alimentos. “¡Cargad contra ellos, muchachos, llevan queso en sus mochilas!” se dice que gritó un soldado de Luisiana en una ocasión. Parte del problema se había originado antes de la guerra, cuando los propietarios de la tierra decidieron dedicar la mayor parte de sus cultivos a producir productos valiosos, como el tabaco y el algodón. Con los beneficios de estas cosechas los estados no tenían dificultad alguna en importar comida siempre que hiciera falta, pero cuando empezó la contienda, las cosas cambiaron drásticamente.

La galleta y el cerdo salado eran la comida de los campeones, demostrando que la hora de la cena podía ser tan dura como la de la batalla.

Uno de los muchos productos fundamentales para la dieta del soldado fue la carne, en cuya producción pronto se especializaron estados como Florida y Texas que, sin embargo, estaban muy lejos del frente, con lo que el transporte de esta carne hasta los ejércitos en campaña se convirtió en un nuevo problema. Una de las soluciones fue confiar en la que pudieran traer hasta puntos más cercanos al frente los barcos que rompían el bloqueo, pero sus dueños preferían invertir el espacio disponible en productos más provechosos; otra fue despiezar y transportar esta carne usando las vías de comunicación disponibles en el sur: ferrocarriles y caminos, principalmente, pero para eso había que conservarla, con lo que la sal se convirtió en un producto de primera necesidad. La idea de trasladar el ganado a pie, por interesante que pueda parecer, resultaba poco práctica tanto por el cansancio que iban acumulando los animales como por las dificultades para alimentarlos y abrevarlos durante el traslado, por no hablar del problema sanitario que podía provocar el sacrificio y despiece de decenas de miles de cerdos y vacas en un lugar no preparado para ello.

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Piratas del mar Caribe.

Desde mi humilde punto de vista, no hay escena, por mucho que sea ficticia, que mejor refleje lo que fue la piratería caribeña desde la segunda mitad del siglo XVII hasta la segunda década del XVIII, que aquellos compases iniciales de “Piratas del Caribe” en los que Jack Sparrow, indudable protagonista de una saga que tiende a parecer infinita, llegaba navegando a Port Royal en un barquito que se hunde (la banda sonora ayuda, que duda cabe).

Desperta Ferro Moderna n.º 17, Piratas del Caribe. Todo lo que siempre quisiste saber sobre ellos pero nunca te atreviste a preguntar.

Ante todo, porque fue un modo de vida que pasó de vivir un importantísimo momento de auge, con flotas corsarias asaltando Veracruz, o Cartagena de Indias, a hundirse irremisiblemente, tal y como sucedería durante su segunda fase, la de la piratería pura y dura, en la que fueron perseguidos inmisericordemente por las potencias europeas, ya firmemente asentadas en un Caribe bien repartido. Pero también porque en esta escena a la que hacíamos referencia podemos apreciar otras muchas características de aquellos hombres y sus acciones, como la pequeñez de los barcos que utilizaron en la mayoría de los casos (aunque con más de un tripulante, claro) o el final que sufrieron muchos de ellos: la horca.

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La “dulce guerra” de las confederadas de Winchester. Heridos y prisioneros.

Reírse de, o despreciar a los soldados federales que se habían hecho dueños de Winchester, era fácil, sobre todo, como ya hemos dicho, cuando estos no podían permitirse (o raras veces), devolver el desplante; otras consecuencias de la guerra iban a resultar mucho más difíciles de superar.

Los confederados defendiendo el muro, en la primera batalla de Kernstown, 23 de marzo de 1862.

Tras la primera batalla de Kernstown, acontecida el 23 de marzo de 1862 y que podría ser considerada como el primer encuentro de la campaña del valle de Shenandoah de “Stonewall” Jackson, y la única derrota táctica de su carrera, los federales, que habían quedado dueños del campo de batalla, fueron los encargados de recoger a los heridos. Muchos de ellos, azules y grises y sin distinción de bando, fueron trasladados a Winchester por las ambulancias e instalados en sendos hospitales ubicados en los juzgados y en el Union Hotel.

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OPERACIÓN JERICÓ. LOS MOSQUITOS ASALTAN LA CÁRCEL

 

Hubo tres redes británicas trabajando en Francia. La primera se llamaba Buckmaster, por el apellido de su jefe, y estaba especializada en las acciones de sabotaje; la segunda, que operaba con el nombre en clave Alibi, tenía como objetivo ayudar a recuperar y reenviar a Inglaterra a los pilotos derribados en Francia que aún no hubieran sido capturados por los alemanes o que hubieran conseguido evadirse. La tercera era Sosias, que se dedicaba tanto a la acción directa como a la obtención de información. Esta última red la dirigieron dos hermanos: Dominique Ponchardier en la zona ocupada, y Pierre Ponchardier en la zona libre.

Una vista de la operación desde uno de los aviones que la ejecutaron.

Dominique, que era alférez de navío, operaba habitualmente junto con otras dos personas, el capitán de fragata Riviere y un veterano de nuestra guerra civil, un comunista militante conocido como Pepe, o Pistole, debido a su talento como tirador.

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La «dulce guerra» de las confederadas de Winchester.

 

Cuando a principios de la primavera de 1862 se iniciaron los movimientos de tropas en el escenario bélico de Virginia del Norte, “Stonewall” Jackson, comandante en jefe del Ejército del Valle de la Shenandoah, se vio obligada a retirarse de la ciudad de Winchester (Virginia), tanto para evitar el peligro que suponían las fuerzas federales del general Banks, que lo superaban cuatro a uno, como para evitar que la retirada del ejército confederado del general Johnston (Lee aún no había tomado el mando del Ejército de Virginia del Norte) pusiera en peligro sus líneas de comunicaciones.

«Stonewall» Jackson montado sobre Little Sorrel, su caballo. La decisión de abandonar Winchester fue una de las más duras de su carrera, y la última que tomó apoyándose en el consejo de sus oficiales.

Los federales entraron en la ciudad al día siguiente, acogidos alegremente por los partidarios de la unión que aún residían en la ciudad, y con severidad por los ciudadanos que eran leales a la confederación. Puertas cerradas, cortinas corridas y hogares apagados, recordará un testigo. La imposición de la Ley Marcial supuso que pocos hombres pudieran protestar por la presencia de las fuerzas de azul, pero la orden de no importunar ni a mujeres ni a niños dio a las madres, esposas, novias e hijas de los oficiales confederados la posibilidad de demostrar su descontento de diversas maneras.

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