Hoy debuta en el Grupo de Estudios de Historia militar un nuevo colaborador, Jordi Arbos, con un artículo sobre la batalla de Punta Araya, que enfrentó a españoles y holandeses en el Caribe.
El conflicto entre España y los rebeldes holandeses también se libró más allá de Flandes. Uno de estos escenarios de guerra tuvo como protagonista un producto que hoy en día es muy común pero que, en tiempos, bien valía el derrame de sangre y recursos para controlarlo: la sal.
Desde mi humilde punto de vista, no hay escena, por mucho que sea ficticia, que mejor refleje lo que fue la piratería caribeña desde la segunda mitad del siglo XVII hasta la segunda década del XVIII, que aquellos compases iniciales de “Piratas del Caribe” en los que Jack Sparrow, indudable protagonista de una saga que tiende a parecer infinita, llegaba navegando a Port Royal en un barquito que se hunde (la banda sonora ayuda, que duda cabe).
Ante todo, porque fue un modo de vida que pasó de vivir un importantísimo momento de auge, con flotas corsarias asaltando Veracruz, o Cartagena de Indias, a hundirse irremisiblemente, tal y como sucedería durante su segunda fase, la de la piratería pura y dura, en la que fueron perseguidos inmisericordemente por las potencias europeas, ya firmemente asentadas en un Caribe bien repartido. Pero también porque en esta escena a la que hacíamos referencia podemos apreciar otras muchas características de aquellos hombres y sus acciones, como la pequeñez de los barcos que utilizaron en la mayoría de los casos (aunque con más de un tripulante, claro) o el final que sufrieron muchos de ellos: la horca.
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