Italia rompe el Eje (VIII): Medidas draconianas.

28 de julio de 1943. Mussolini ha sido depuesto. El rey Víctor Manuel III ha asumido el mando supremo del Ejército italiano y el mariscal Pietro Badoglio ha asumido el gobierno militar del país con plenos poderes. Durante la tarde del 25 de julio los ciudadanos italianos se habían echado a la calle a festejar la caída del fascismo, pero ¿había sido así? En realidad no. Italia seguía en guerra, todos los días morían hombres en Sicilia, y los alemanes seguían instalados en el país. ¿Era prudente pensar que el mero arresto de Benito Mussolini podía cambiar el duro día a día de los italianos? No.

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Mario Rotta (1887-1968), bien conocido en España por su participación en la Guerra Civil, fue el autor de la orden que transcribimos a continuación, un texto tan brutal en su planteamiento como fantasioso en su posible aplicación.

Y Badoglio, que tenía que asomarse a las necesidades de la guerra y las presiones de los alemanes, como un funambulista en la cuerda floja, mientras trataba de sacar a su país de la guerra, tuvo que recordárselo. Esta es la orden, llena de sobreentendidos, que emitió aquel día el general Roatta, jefe del Estado Mayor del Ejército:

“Por orden del mando supremo comunico y dispongo lo siguiente:

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Italia rompe el Eje (VII): Badoglio, el hombre del momento.

Para el rey Víctor Manuel III de Italia, el hombre del momento tenía que ser mariscal Pietro Badoglio. Militar de carrera desde 1892, había combatido en la invasión de Eritrea y en la Guerra Ítalo-Turca de 1912. Su actuación durante la Primera Guerra Mundial se había visto empañada por el desastre de Caporetto, cuando sus tropas se derrumbaron y escaparon ante el ataque austro-húngaro y alemán, pero la investigación posterior lo había eximido de toda responsabilidad y fue ascendido al puesto de subjefe del Estado Mayor. Sin embargo, iba a dedicar los años siguientes a borrar todo registro de su papel en la derrota.

Pietro Badoglio (1871-1956), fotografiado en Junio de 1940, cuando Italia entró en guerra y era jefe del Estado Mayor.

Durante los años de entreguerras fue gobernador de Libia, que “pacificó” de modo brutal; y también combatió en la invasión de Etiopia, operación que terminó con la conquista de Addis Abeba. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Badoglio era jefe de Estado Mayor y se estaba encargando de reformular la estructura del ejército y crear una nueva doctrina operacional. Por entonces, aunque estaba en contra del Pacto de Acero, no se opuso a la entrada de Italia en la guerra y siguió en su cargo hasta que, tras la derrota en Grecia, dimitió.

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Italia rompe el Eje (VI): La caída de Mussolini.

Tras escuchar al rey, Mussolini contestó: “Entonces. ¿Todo ha terminado?”. “Todo ha terminado”, habría contestado el rey. “¿Y qué será de mí y de mi familia?”. El rey le tranquilizó y lo acompañó hacia la salida. La preocupación del ya depuesto Duce estaba clara, a fin de cuentas, el suyo había sido un gobierno cruel, capaz de ensañarse no solo con quienes opinaran distinto sino también con los suyos. Eran las 19.20 horas y todavía era muy de día cuando Mussolini salió al exterior. Estaba con él Nicola de Cesare, su secretario personal.

La isla de Ponza, primer destino de Mussolini tras su arresto.

Estaba descendiendo por una de las rampas de entrada al palacio, presumiblemente la izquierda (desde la puerta), en dirección a su coche, cuando se presentó ante él el capitán Paolo Vigneri, de los Carabinieri. “Excelencia, en nombre de Su Majestad el rey, le rogamos que nos siga para sustraerlo a eventuales violencias de la multitud”. Entonces, Mussolini se giró hacia la puerta de palacio. El rey se había ido.

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Italia rompe el Eje (V): La audiencia real.

Se llamaba Angelo Cerica, había llegado a capitán durante la Primera Guerra Mundial antes de ser trasladado al cuerpo de Carabinieri, en el que, para 1927, ya era teniente coronel. Había tenido ocasión de viajar al extranjero, pues durante la Segunda Guerra Italo-Abisinia había estado al mando de la Legión de los Carabinieri de Asmara. Por méritos al valor, no tardó en alcanzar el rango de general de brigada y, el 19 de junio de 1939 se le nombró jefe de las fuerzas de Carabinieri en el África Oriental Italiana. De allí pasó a Libia, con el mismo puesto, y el 22 de junio de 1942 ascendió a general de división y fue puesto al mando del 4.º Destacamento de Carabinieri, Podgora (costa meridional de Croacia, por entonces bajo control italiano). Nada, en su vida, le había preparado para lo que estaba a punto de suceder.

22 de julio de 1943, las tropas norteamericanas entran en Palermo, capital de Sicilia. Un clavo más en el ataúd de Mussolini.

Eran las 13.00 horas del 25 de julio de 1953 cuando se presentó ante el general Vittorio Ambrosio, jefe del Estado Mayor General del Ejército italiano. Nada más entrar, este le ordenó que prepara la detención de Benito Mussolini. Por supuesto, Cerica había sido elegido jefe de los Carabinieri de Roma por su lealtad al rey, pero tan solo llevaba tres días en su puesto y, a diferencia de su antecesor el general Azolino Hazon –muerto a causa del bombardeo aliado sobre Roma el 19 de julio–, no tenía ni idea de la conjura que se estaba preparando. La acción tendría lugar en Villa Savoia, la residencia real, a las 17.00, cuatro horas más tarde.

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Italia rompe el Eje (IV): El último Gran Consejo, votación.

Aquel 24 de julio por la noche, Mussolini parecía a punto de triunfar sobre sus colegas del Gran Consejo Fascista, a los que llevaba dominando desde hacía más de dos décadas. Dino Grandi, su oponente principal en aquella reunión, había sido incapaz de que su moción, lo suficientemente ambigua como para parecer a la vez una propuesta de finiquitar el régimen fascista o tan solo de deponer al Duce, no parecía capaz de convencer a sus compañeros. Entonces hubo un receso, que aprovechó para hablar de uno en uno con los miembros más interesantes (para él) de la reunión, para decirles individualmente lo que no quería afirmar en público.

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Tiempos de triunfo. Benito Mussolini, rodeado de Camisas Negras, durante la marcha sobre Roma en 1922.

Cuando se reinició el encuentro, abrió fuego Enzo Galbiati, comandante en jefe de los Camisas Negras, quien negó que hubiera una ruptura entre el fascismo y la nación –el argumento principal de Grandi– para indicar que lo único que sí había eran síntomas de derrotismo y traición entre los propios fascistas. “¿Qué dirían los batallones de Camisas Negras que acampan a las puertas de Roma si supieran lo que está pasando aquí esta noche?”. Entonces, Mussolini subió las apuestas y alegó que lo que Grandi estaba poniendo en jaque con su propuesta era al propio régimen fascista, en el que estaban todos implicados. Luego añadió que, además, el rey seguía apoyándolo, tras lo cual se encaró al resto de los presentes y les preguntó por la postura que iban a adoptar, avisándoles de que tuvieran cuidado con lo que contestaban. “¡Fate attenzione, signori!” (“tengan cuidado, señores”).

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Italia rompe el Eje (III): El último Gran Consejo, Mussolini.

El 21 de julio de 1943, el Duce decidió reunir al Gran Consejo Fascista, formado por los personajes más relevantes del régimen. Los cuadrumviros, Emilio de Bono, Cesare María De Vecchi, Italo Balbo y Michele Bianchi, protagonistas de la marcha sobre Roma, tenían un puesto vitalicio, aunque los dos últimos ya habían fallecido para entonces. También formaban parte del Gran Consejo el presidente del Senado, Giacomo Sardo; el de la Cámara del Fascismo y de las Corporaciones, Dino Grandi; el secretario y dos secretarios representantes del Partido Fascista; los ministros-secretarios de Estado de Asuntos Exteriores, Interior, Justicia, Finanzas, Educación Nacional, Agricultura y silvicultura y Prensa y Propaganda; y, finalmente, el comandante en jefe de la Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional (los Camisas Negras), el presidente de la Academia de Italia, el de la Corte Especial para la Defensa del Estado y los de las confederaciones nacionales del fascismo y de las confederaciones nacionales de diversos sindicatos fascistas .

El Gran Consejo Fascista, en la noche del 24 de julio.

En teoría, este era el órgano supremo de la dictadura instaurada por Mussolini, y con sus capacidades teóricas, podría haber sido una asamblea casi constitucional encargada de moderar al dictador, pero en realidad no era así, pues él era quien convocaba las reuniones, él lo presidía, él dictaba el orden del día y él había nombrado a todos los que lo componían. Así, como mucho estaba al servicio del Duce y, si no, era irrelevante.

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Italia rompe el Eje (II): Conspiración en Roma

Tras la bochornosa reunión de Feltre en la que, apabullado por Hitler, Mussolini había sido incapaz de decir absolutamente nada, llegó la hora de los generales. Durante el viaje de regreso Keitel y Ambrosio tuvieron una conversación que escenifica perfectamente el desentendimiento entre ambos aliados: Keitel preguntó a su interlocutor cómo iban las cosas en Sicilia, y Ambrosio cómo iban en la Unión Soviética. El italiano afirmó entonces sinceramente que la guerra estaba perdida, pero su homólogo alemán fue incapaz de procesar el comentario y se limitó a trasladarle las exigencias de Hitler: dos divisiones italianas más para enviar a Sicilia, la promesa de continuar la guerra y garantías con respecto a la línea de suministros a la isla.

Restos de un tren blindado de la Marina italiana, destruido cerca de Licata por el USS Bristol

Una vez en Roma, Mussolini tuvo que enfrentarse a sus generales, que le reprocharon no haber sido capaz de emitir palabra alguna ante el Führer, pero esta era la menor de sus preocupaciones. En aquel momento había tres facciones buscando su caída: los antifascistas, los militares y los fascistas disidentes. Los primeros, mayoritariamente en la clandestinidad, buscaban la eliminación del régimen y la vuelta a un gobierno parlamentario, sin embargo, carecían de fuerza suficiente como para actuar. Los segundos eran mucho más poderosos y ya llevaban tiempo actuando. Dirigidos por el general Castellano, querían que el rey volviera a ponerse a la cabeza del Ejército y acabara con el régimen mussoliniano. Sin embargo, el monarca era consciente de que lo que le proponían las fuerzas armadas era una dictadura militar dirigida o bien por el mariscal Badoglio o bien por el también mariscal Caviglia, en ninguno de los cuales confiaba. Por ello, estos cambiaron de plan. El 15 de julio Badoglio se reunió en audiencia con el rey y le propuso formar un Gobierno dirigido por él mismo, en el que se incluirían algunos políticos civiles. Solución que el rey también rechazó.

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