La “dulce guerra” de las confederadas de Winchester. Heridos y prisioneros.

Reírse de, o despreciar a los soldados federales que se habían hecho dueños de Winchester, era fácil, sobre todo, como ya hemos dicho, cuando estos no podían permitirse (o raras veces), devolver el desplante; otras consecuencias de la guerra iban a resultar mucho más difíciles de superar.

Los confederados defendiendo el muro, en la primera batalla de Kernstown, 23 de marzo de 1862.

Tras la primera batalla de Kernstown, acontecida el 23 de marzo de 1862 y que podría ser considerada como el primer encuentro de la campaña del valle de Shenandoah de “Stonewall” Jackson, y la única derrota táctica de su carrera, los federales, que habían quedado dueños del campo de batalla, fueron los encargados de recoger a los heridos. Muchos de ellos, azules y grises y sin distinción de bando, fueron trasladados a Winchester por las ambulancias e instalados en sendos hospitales ubicados en los juzgados y en el Union Hotel.

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La «dulce guerra» de las confederadas de Winchester.

 

Cuando a principios de la primavera de 1862 se iniciaron los movimientos de tropas en el escenario bélico de Virginia del Norte, “Stonewall” Jackson, comandante en jefe del Ejército del Valle de la Shenandoah, se vio obligada a retirarse de la ciudad de Winchester (Virginia), tanto para evitar el peligro que suponían las fuerzas federales del general Banks, que lo superaban cuatro a uno, como para evitar que la retirada del ejército confederado del general Johnston (Lee aún no había tomado el mando del Ejército de Virginia del Norte) pusiera en peligro sus líneas de comunicaciones.

«Stonewall» Jackson montado sobre Little Sorrel, su caballo. La decisión de abandonar Winchester fue una de las más duras de su carrera, y la última que tomó apoyándose en el consejo de sus oficiales.

Los federales entraron en la ciudad al día siguiente, acogidos alegremente por los partidarios de la unión que aún residían en la ciudad, y con severidad por los ciudadanos que eran leales a la confederación. Puertas cerradas, cortinas corridas y hogares apagados, recordará un testigo. La imposición de la Ley Marcial supuso que pocos hombres pudieran protestar por la presencia de las fuerzas de azul, pero la orden de no importunar ni a mujeres ni a niños dio a las madres, esposas, novias e hijas de los oficiales confederados la posibilidad de demostrar su descontento de diversas maneras.

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