Viento divino – El fenómeno kamikaze japonés (XXI): Estadísticas para Okinawa

Del lado japonés, la amenaza al territorio nacional de las grandes islas que suponía Okinawa consiguió lo imposible, que la Armada japonesa, con sus exiguas fuerzas de superficie, y el Ejército de Tierra abandonasen sus rivalidades.

A partir de este momento comenzaron a cooperar en la planificación y lanzamiento de ataques aéreos en los que sus kamikazes y aviones convencionales debían ser coordinados. No hay fuente que coincida en el número total de aviones empleados en los ataques a Okinawa. Las cifras dadas por el United States Strategic Bombing Survey, aceptadas por las historias oficiales británicas, de un total de 1.900 salidas kamikaze y alrededor de 5.000 salidas convencionales parecen las más aceptables.

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Viento divino – El fenómeno kamikaze japonés (XX): Flotas norteamericana y británica en Okinawa

Tanto Aliados como japoneses eran muy conscientes de que Okinawa, en las Ryukyus, a unos 530 kilómetros de Kyushu, era el punto clave de cara a la invasión de las grandes islas de Japón.

El 1 de abril de 1945 al atardecer, primer día de la Operación Iceberg, más de 50.000 soldados norteamericanos habían superado con éxito las playas de las zonas de desembarco de Okinawa sin encontrar prácticamente oposición. El teniente general Mitsuru Ushjima había concentrado sus fuerzas alrededor de posiciones fortificadas en el interior.

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Portaaviones de escolta, la solución de emergencia.

El 25 de junio de 1940, un zumbido estruendoso se extendió por el aire sobre el aeródromo de Burdeos-Merignac. En días anteriores, podría haberse tratado de un ataque aéreo, pero en aquella ocasión los grandes cuadrimotores no habían venido para destruir, sino para quedarse y convertirse en un problema. Desde el punto de vista de la Royal Navy, tener una escuadrilla de aquellos Focke Wulf 200 Condor, con un alcance de más de 3500 km, tan cerca de las vías de comunicación marítimas que comunican las islas con buena parte del imperio, suponía un problema de suma gravedad.

File:Bundesarchiv Bild 146-1978-043-02, Focke-Wulf Fw 200 C Condor.jpg
FW 200 Condor

Pronto llegaría también la amenaza de los U-boote, pero fue en aquel preciso momento cuando los pensadores y estrategas del Reino Unido empezaron a plantearse la necesidad de construir y desplegar portaaviones de escolta, buques pequeños y de fabricación estandarizada que no necesitaban cargar gran cantidad de aparatos, solo los suficientes para detectar y ahuyentar, o mejor hundir, un submarino, o para entorpecer el ataque de los Condor, o mejor, derribarlos.

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La invasión de Irán en 1941, las fuerzas desplegadas en el frente sur.

Mientras el Ejército rojo entraba en Irán desde Transcaucasia, las tropas británicas lo hicieron desde Irak. Para efectuar esta operación, las tropas de la Commonwealth se concentraron en dos sectores bien definidos: Janaquin, en el norte, y Basora en el sur. Para la invasión, los atacantes organizaron un complejo y sincronizado dispositivo que incluyó unidades aéreas, navales y terrestres. Estas últimas sumaban un total de 20 000 hombres aproximadamente, fundamentalmente tropas británicas e indias, mientras que las fuerzas aéreas desplegadas pertenecían todas a la RAF, y las navales a la RAN (Royal Australian Navy), la RIN (Royal Indian Navy) y la Royal Navy propiamente dicha.

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El HMAS Kanimbla

En lo que a los objetivos de la invasión se refiere, es interesante reiterar los que se emitieron oficialmente: junto con los soviéticos, asegurar las vías de comunicación; pero los objetivos propios del Reino Unido eran dos más: detener a los agentes alemanes y asegurar las reservas petrolíferas de la región, cuya importancia era tan vital que podría decirse que, sin ellas, Inglaterra se hubiera visto obligada a capitular. Para ello, el ejército recibió la orden específica de asegurar el distrito de Naft-i-sah, en el noroeste; y la región de Juzestán (también conocida como arabistán), en el sur, junto con la refinería de Abadán.

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El nacimiento del portaaviones (VII): la misión de la flota de combate

Habiendo evitado, en los últimos días, ver películas históricas que comentar, hoy si toca volver a los portaaviones. En las entradas que hemos ido publicando de esta serie, dedicada al desarrollo del arma aeronaval durante el periodo de entreguerras, sobre todo desde el punto de vista británico y en comparación con los Estados Unidos y Japón, nos hemos fijado en cuestiones como las necesidades estratégicas de unos y otros o en cuestiones organizativas, que tuvieron mucho que ver con la existencia de una fuerza aérea independiente en los diferentes países que desarrollaron un arma aérea para la Marina. Así, toca por fin entrar en harina y desarrollar el concepto de guerra naval que aplicaron estos países, y el lugar del portaaviones en ella. Empezaremos por el caso británico.

HMS Furious. En esta foto se aprecia perfectamente que se trataba de la conversión de un buque de guerra

 

Un documento del Almirantazgo redactado en 1918 establecía que la victoria final de los aliados se había debido, en gran medida, a la seguridad de las comunicaciones marítimas, que había sido garantizada por la Grand Fleet británica. “La Marina de guerra y la mercante habían sido el hasta de la lanza cuya punta fueron los ejércitos aliados […]. La seguridad de las comunicaciones marítimas ha sido la piedra angular del esfuerzo aliado, no solo para las campañas militares, sino también para el suministro y el sostenimiento de las industrias y poblaciones aliadas […]. Contrariamente, el cierre de las vías marítimas de nuestros enemigos entorpeció seriamente su esfuerzo militar y provocó una lenta desintegración de su capacidad de resistencia”. En su conjunto, se trataba de un documento de inspiración puramente mahaniana, en la que la acción de una gran flota en busca del enemigo resultaba crucial. Jutlandia, una gran batalla a cañonazos, aunque tal vez con más buques hundidos, era el modelo a seguir.

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El nacimiento del portaaviones (V): las cuestiones organizativas.

Aunque la aparición bajo los focos, de forma más o menos periódica, de un innovador, lleve a pensar que el desarrollo de un arma o de una tecnología nuevas es fruto del pensamiento individual de uno solo, la realidad, tanto en el caso del portaaviones como en otros muchos, es que los grandes avances suelen ser fruto del trabajo en grupo de diversos entusiastas, como sucedió, por ejemplo, con el Landship Committee, de corta vida, en el caso del carro de combate.  Estos grupos de especialistas, cuya función hubiera sido explorar nuevas ideas, desarrollarlas, probarlas y expandirlas por toda la Marina, en el caso británico no existieron, fundamentalmente por dos motivos.

Sir Murray Sueter, que llegó a ser contralmirante y miembro del parlamento, fue uno de los impulsores de la aeronaval y por algunas de sus obras de entreguerras, muy críticas, fue considerado prácticamente un traidor por la Royal Navy. Que fuera mienbro de la Anglo-German Fellowship y viajara a la concentración nazi de Núremberg en 1936 no ayudó. 

El primero tuvo que ver con la propia idiosincrasia de la Royal Navy. Esta siempre había desconfiado de los ejércitos privados, de los ejércitos dentro de otros ejércitos, y la independencia adquirida por la Fleet Air Arm durante la primera guerra mundial llevó a su rápida disolución al acabar la contienda. La idea no era, en absoluto, acabar con el arma aérea, sino integrar plenamente a su personal dentro de la flota. Es decir, que esta, en vez de tener su propia organización, administración, reclutamiento, etc., dependería enteramente de los servicios de la flota, con la que debía ser un solo cuerpo, independientemente de las diferencias entre el servicio aéreo y el puramente naval.

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El nacimiento del portaaviones (III): Consideraciones estratégicas y adaptativas

Después de haber expuesto, someramente, el crecimiento del arma de portaaviones británica durante la primera guerra mundial, y las razones del mismo, vamos a centrarnos ahora en el desarrollo de estos buques y de las teorías sobre su utilización durante el apasionante periodo de entreguerras. Lo haremos tomando como guía el caso británico, ya que fueron los primeros en aprestar navíos de esta clase, aunque luego perdieran la primacía en favor de los Estados Unidos y el Japón, los otros dos modelos en los que, por comparación, nos fijaremos.

El portaaviones Ark Royal

Desde el punto de vista estratégico y de la adaptación, empezaremos por decir que cuando terminó la Primera Guerra Mundial la Royal Navy estaba “lanzada”, y algunos de sus miembros, como el almirante sir Charles Madden, comandante en jefe de la Flota del Atlántico y luego primer lord del mar, solicitaron la construcción de no menos de doce portaaviones. Una petición, sin embargo, que se fue moderando a lo largo de los años, de modo que en 1939 solo tenían cuatro portaaviones de primera línea y tres obsoletos (contra una previsión de una flotilla de siete buques modernos y varios más, con menor capacidad, de escolta, para defender las rutas comerciales).

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