El nacimiento del portaaviones (VII): la misión de la flota de combate

Habiendo evitado, en los últimos días, ver películas históricas que comentar, hoy si toca volver a los portaaviones. En las entradas que hemos ido publicando de esta serie, dedicada al desarrollo del arma aeronaval durante el periodo de entreguerras, sobre todo desde el punto de vista británico y en comparación con los Estados Unidos y Japón, nos hemos fijado en cuestiones como las necesidades estratégicas de unos y otros o en cuestiones organizativas, que tuvieron mucho que ver con la existencia de una fuerza aérea independiente en los diferentes países que desarrollaron un arma aérea para la Marina. Así, toca por fin entrar en harina y desarrollar el concepto de guerra naval que aplicaron estos países, y el lugar del portaaviones en ella. Empezaremos por el caso británico.

HMS Furious. En esta foto se aprecia perfectamente que se trataba de la conversión de un buque de guerra

 

Un documento del Almirantazgo redactado en 1918 establecía que la victoria final de los aliados se había debido, en gran medida, a la seguridad de las comunicaciones marítimas, que había sido garantizada por la Grand Fleet británica. “La Marina de guerra y la mercante habían sido el hasta de la lanza cuya punta fueron los ejércitos aliados […]. La seguridad de las comunicaciones marítimas ha sido la piedra angular del esfuerzo aliado, no solo para las campañas militares, sino también para el suministro y el sostenimiento de las industrias y poblaciones aliadas […]. Contrariamente, el cierre de las vías marítimas de nuestros enemigos entorpeció seriamente su esfuerzo militar y provocó una lenta desintegración de su capacidad de resistencia”. En su conjunto, se trataba de un documento de inspiración puramente mahaniana, en la que la acción de una gran flota en busca del enemigo resultaba crucial. Jutlandia, una gran batalla a cañonazos, aunque tal vez con más buques hundidos, era el modelo a seguir.

En los años de entreguerras la idea no cambió y la Royal Navy se mantuvo en la doctrina de que las batallas navales del futuro seguirían librándose a cañonazos, línea de batalla contra línea de batalla, hasta la completa destrucción, o al menos hasta la inutilización, de los acorazados enemigos. Hay dos consideraciones que hacer con respecto a este concepto. En primer lugar, que la idea seguía siendo válida siempre y cuando se enfrentaran a una flota dispuesta a actuar del mismo modo. Acudiendo a modelos de la Segunda Guerra Mundial, podríamos decir que la flota japonesa era el contrincante adecuado para la británica, ya que los nipones también abocaban sus operaciones navales a la búsqueda de una gran batalla de acorazados; en cambio, era totalmente opuesta a la germana, que por falta de una gran flota convirtió a sus barcos de superficie en amenazas latentes o en corsarios, rehuyendo el enfrentamiento con sus iguales de la flota enemiga.

Alfred Thayer Mahan, uno de los teóricos de la guerra naval más importantes de la segunda mitad del siglo XIX. Su obra Influencia del poder naval en la historia 1660-1783 sigue siendo estudiada hoy en día

 

La segunda consideración es que este punto de vista estaba, entonces, más difundido de lo que se alegaría tras el triunfo del portaaviones entre 1941 y 1945. Todas las marinas de la época aspiraban a tener una gran flota de acorazados; y es necesario indicar que esto no se debía a una mentalidad retrógrada, pues estos buques evolucionaron exponencialmente durante el periodo de entreguerras: mejoras en el control de fuego, una coraza más eficaz contra las bombas, proyectiles de artillería y torpedos, descentralización de tareas, tácticas de combate por divisiones, capacidad para el combate nocturno… Citando el aspecto más friki de la cuestión, en Jutlandia hubiera bastado un solo buque como el acorazado japonés Yamato para hacer papilla a cualquiera de las dos flotas intervinientes.

Jutlandia, 31 de mayo de 1916

 

Podemos pues concluir que, durante el periodo de entreguerras la Royal Navy mantuvo el combate entre acorazados como elemento básico de su concepto de guerra naval. “Puede decirse que este memorándum –comentaba el almirante Blackhouse, por entonces comandante en jefe de la Home Fleet sobre un documento de 1938– contempla, en exclusiva, una acción entre dos flotas de batalla, ambas acompañadas por portaaviones, una posibilidad que hoy solo es aplicable en el lejano Oriente. También asume que ambas flotas tienen la intención de combatir una contra la otra, de un modo que dará como resultado un tipo de batalla naval poco ortodoxo. Si bien entendemos perfectamente que hay que dar bastante importancia a estas condiciones, también deben considerarse las funciones de la Fleet Air Arm en batallas mucho más cerca de casa”. ¿A qué se refiere Blackhouse? La batalla poco ortodoxa la va a provocar la presencia del portaaviones junto a las flotas de acorazados, en la próxima entrada nos referiremos a cuales fueron las misiones del arma aérea embarcada. Por ahora, baste adelantar que había sido relegada a una mera función de apoyo.

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