Perspectivas históricas del Arte Operacional. Francia – Alemania – Rusia-/Unión Soviética – Estados Unidos

Perspectivas históricas del arte operacional, recién publicado por Ediciones Salamina es un estudio único en la disciplina de la historia militar. Valiéndose del bagaje de conocimientos de historiadores y profesionales militares de Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania, destaca algunos de los avances más significativos en la evolución moderna de la guerra a nivel operacional.

El estudio solo aborda la guerra terrestre y pretende mostrar los avances doctrinales y la aplicación del arte operacional en la historia moderna. El arte operacional tiene sus orígenes en Europa occidental. A partir de las brillantes adaptaciones de Napoleón Bonaparte, los estrategas comenzaron a percibir el ámbito intermedio que vinculaba los objetivos estratégicos nacionales con la táctica en el campo de batalla. Los alemanes, siguiendo el ejemplo del mariscal Helmuth von Moltke el Viejo, desarrollaron los primeros conceptos de la dimensión operacional de la guerra, mientras sus contemporáneos franceses trataban de concebir una doctrina satisfactoria propia. Los rusos y los soviéticos aprendieron de sus hermanos de armas de Europa occidental y también desarrollaron una vibrante doctrina que fue puesta en práctica con maestría en la segunda mitad de la Segunda Guerra Mundial.

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Coignet toma solo un cañón en Montebello y es de los primeros condecorados con la Legión de Honor

Jean Roch Coignet fue un destacado militar francés miembro de la Guardia Imperial de Napolón que participó en todas las campañas del conslulado y del primer imperio francés. Por su comportamiento en Montebello y en Marengo fue incorporado a la Guardia Imperial y fue uno de los primeros hombres en ser condecorado con la Legión de Honor.

Coignet toma un cañón él solo en la batalla de Montebello

Nos deleitábamos con la fruta madura de la que estaban cargados los arbustos cuando, de repente, a las once, oímos disparos de cañón. Pensamos que era muy lejos, pero estábamos equivocados; cada vez se acercaba más a nosotros. Llegó un ayuda de campo con órdenes de que iniciásemos el avance tan rápido como nos fuese posible. El general estaba en un apuro en todas partes. «A las armas», dijo nuestro coronel, «¡adelante, mi bravo regimiento! Hoy es nuestra oportunidad de distinguirnos». Y nosotros gritábamos, «¡hurra por nuestro coronel y por nuestros valientes oficiales!». Nuestro capitán, con sus 174 granaderos, dijo, «yo responderé de mi compañía. La dirigiré desde el frente».

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El capitán Coignet vence a un oficial bávaro en combate individual, Erfurt 1813

Traemos hoy un extracto de las maravillosas Memorias del capitán Coignet (Ediciones Salamina), granadero de la Guardia Imperial de Napoleón. Concretamente de la retirada de Napoleón a través de Alemania en 1813, donde tiene la ocasión de medirse montado y con sable a un oficial bávaro:

El capitán Coignet derriba a un oficial bávaro

El emperador pasó la noche en un pequeño pabellón situado en una colina plantada de viñas. El día 23, ya en Erfurt, el rey Murat se separó de Napoleón con destino a Nápoles. En esos primeros días de marcha desertaron7 durante la noche las unidades sajonas que quedaban, y también las bávaras; solo los polacos nos permanecieron fieles. El ejército partió de Erfurt el 25 de octubre y se dirigió primero a Gotha y después a Fulda. El emperador, tras ser informado de una maniobra del general bávaro Wrede, marchó apresuradamente hacia Hanau.8 Al llegar al bosque atravesado por la carretera que llega a la entrada de la ciudad, Napoleón ordenó el alto y pasó la noche ultimando preparativos.

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Batallas navales – 1853 Sinope. El proyectil explosivo pone fin a los navíos de madera

La batalla de Sinop (Sinope) fue un importante encuentro naval que tuvo lugar durante la guerra entre Rusia y Turquía y que dio lugar posteriormente a la Guerra de Crimea (1854-1856).

The Battle of Sinop Alexey Bogolyubov

Las pretensiones del zar ruso Nicolás I respecto al imperio otomano llevaron en julio de 1853 a la ocupación de las provincias otomanas del Danubio, Moldavia y Valaquia (más tarde anexionada como Rumanía). El imperio Otomano declaró la guerra a Rusia el 4 de octubre. Los navíos de guerra rusos con base en Sebastopol estuvieron activos en el mar Negro desde el comienzo de la guerra, pero no hubo muchos encuentros navales aparte de la captura de una fragata egipcia. La situación cambió en noviembre de 1853.

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La Guerra Dakota de 1862 (XI y final). El segundo asalto a fort Ridgely.

Otra noche, otro consejo, los Dakota de Pequeño Cuervo, reunidos en torno a sus hogueras, curando sus heridas y llorando a sus muertos, sin duda se preguntaban ya cómo habían hecho para meterse en aquella terrible aventura. De nada les servía recordar sus tierras perdidas, los agravios sufridos y los abusos soportados. Su rebelión, iniciada aquel 18 de agosto de terrible memoria, parecía al borde del fracaso tras la derrota sufrida durante la jornada en su segundo ataque a Fort Ridgely. No había marcha atrás y solo les quedaba una carta por jugar, de modo que mientras un grupo marcharía hacia los poblados al amanecer, seguramente con los heridos, unos cuatrocientos guerreros (hasta seiscientos cincuenta, según algunas fuentes) iban a partir, esa misma noche, contra New Ulm.

El campo de batalla de New Ulm, por Michael Eischen (1879-1969)

Eran las 9.30 horas del 23 de agosto de 1862 cuando los indios surgieron sigilosamente de los bosques, avanzando en silencio por la pradera, ocultos por la base del risco que se alzaba sobre la ciudad. Poco a poco se fueron desplegando en línea, con las alas más adelantadas como si su objetivo fuera rodear a los defensores que, esta vez, no se habían atrincherado dentro de la ciudad, sino que se hallaban desplegados en un escalón sobre la ladera del risco y formando, a su vez, una fila que cruzaba la pradera. Por mucho que esta hubiera sido su intención, los Dakota no tenían el factor sorpresa a su favor. Aun así, eran un enemigo a tener en cuenta. “Cuando estaba más o menos a dos kilómetros de dónde nos encontrábamos, la masa empezó a desplegarse como un abanico e incrementó la velocidad de su avance… –escribiría posteriormente el juez Flandrau, jefe de la defensa–. Entonces, los salvajes emitieron un alarido terrorífico y cayeron sobre nosotros como el viento”.

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La Guerra Dakota de 1862 (X). El segundo asalto a fort Ridgely.

Tras unas largas semanas de parón obligado por el virus de moda, y no muy lejos del final la historia del estallido de la rebelión Dakota, ha llegado el momento de ir acercándose a los últimos capítulos de esta narración, que comenzó ya durante el año pasado y cuyos enlaces, de principio a fin, se exponen a continuación para aquellos interesados que no hayan tenido la ocasión de leerla o, simplemente, quieran refrescar la memoria.

La Guerra Dakota de 1862 (I). La Guerra de Secesión.

La Guerra Dakota de 1862 (II). El ataque de los sioux.

La Guerra Dakota de 1862 (III). La teoría de la conspiración.

La Guerra Dakota de 1862 (IV). La llegada del «hombre blanco».

Memorial de Fort Ridgely, en la actualidad.

La Guerra Dakota de 1862 (V). Las semillas de la violencia.

La Guerra Dakota de 1862 (VI). Estallido.

La Guerra Dakota de 1862 (VII). Emboscada en Redwood Ferry.

La Guerra Dakota de 1862 (VIII). Fort Ridgely en peligro.

La Guerra Dakota de 1862 (IX). El primer asalto a Fort Ridgely.

Tras el ataque a New Ulm el 19 de agosto y el asalto fallido a Fort Ridgely al día siguiente, los Dakota tuvieron que tomarse un día de descanso forzoso a causa de la intensa lluvia. Esa jornada sería aprovechada por los defensores del fuerte para reforzar sus posiciones y, más concretamente, por el sargento Jones para poner en servicio el obús de veinticuatro libras, que se situó en el centro de la plaza de armas junto con el resto de la artillería, rodeada por un parapeto de troncos y sacos. El mismo estilo de fortificación que se utilizó para algunos de los edificios interiores.

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La Guerra Dakota de 1862 (IX). El primer asalto a Fort Ridgely.

Tras el fracaso del ataque indio a New Ulm, los jóvenes guerreros Dakota volvieron a la reserva para buscar de nuevo el consejo de sus mayores, el mismo que habían desdeñado anteriormente. No cabe duda que en la reunión que se celebró esa noche los impulsivos atacantes del pueblo tuvieron que agachar las orejas. Había llegado el momento de Pequeño Cuervo y de los jefes que, en su momento, habían abogado a favor de atacar Fort Ridgely. El problema era que, con la llegada de diversos grupos de refuerzos, en ese momento la guarnición –de solo veintidós efectivos el día anterior– ascendía ya a unos trescientos hombres aptos para el combate, que estaban fortificando sus posiciones a toda prisa.

Fort Ridgely, by James McGrew in 1890.
Ataque a Fort Ridgely, (1890), por James McGrew

A la mañana siguiente, los jefes rebeldes se desplazaron hacia Fort Ridgely con unos cuatrocientos guerreros, una ventaja mínima, contra una posición defendida. Iba a ser necesario un buen plan de ataque y Pequeño Cuervo lo tenía. A primera hora de la mañana dividió a su partida en cuatro grupos, que se desplazaron hacia el fuerte ocultándose por barrancos boscosos, con la intención de rodearlo y lanzarse contra él desde todas partes a la vez. Llevaban un rato en movimiento cuando Pequeño Cuervo se hizo visible al oeste del fuerte, cabalgando arriba y abajo visiblemente, como si quisiera parlamentar. No cabe duda que los defensores, o al menos sus jefes, se fijaron en aquella solitaria figura que los amenazaba con todo tipo de males. Mientras, los indios se acercaban, ocultos, paso a paso, hacia su destino.

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