La Guerra Dakota de 1862 (III). La teoría de la conspiración.

Mientras Henry Behnke cabalgaba hacia la cercana población de Traverse des Sioux y los ciudadanos de New Ulm se preparaban para defender su pueblo. ¿Qué sabían realmente de lo que estaba pasando a su alrededor? Sin duda, los atacados en la primera emboscada habían dado una cifra de agresores (probablemente exagerada); y cada uno de los colonos que había abandonado su granja traía su propia historia de terror, pero muchos no habían visto un solo indio. Al igual que había sucedido con la caravana de ciudadanos que había abandonado New Ulm aquella tarde del 18 de agosto, muchos no habían llegado a avistar un solo indio. ¿Cuántos había pues allá afuera? En las reservas muchos, pero, ¿eran todos hostiles?

Si en el pueblo se hacían estas preguntas, cuando la información llegó a oídos de Alexander Ramsey, el gobernador de Minnesota, lo sucedido en la región era ya un cataclismo. Lo cierto es que más allá de las exageraciones, las cifras de lo que sucedió durante aquellos días son impactantes. En total iban a ser asesinados más de trescientos cincuenta colonos, cifra a la que hay que añadir los heridos y aquellos que abandonaron sus hogares. Condados enteros vieron como la población blanca desaparecía en cuestión de horas. Finalmente, hay que mencionar a los cautivos, como Mary Schwandt, la mujer que había visto el cielo rojo, capturada por los mismos indios que habían asesinado a cinco miembros de su familia a la orilla del río, mientras trataban de escapar.

El 20 de agosto la noticia llegó hasta Washington. Con el Ejército de Virginia del Norte maniobrando en torno a las fuerzas unionistas del general Pope, en pleno proceso de refundición con las tropas del degradado McLellan, sin duda Lincoln y su administración tenían cosas más importantes en las que pensar que en los sioux de una lejana frontera llamada Minnesota, pero lo cierto es que aquel territorio había contribuido generosamente con voluntarios al esfuerzo de la Unión, y no podían ser dejados a su suerte. El 27 de agosto, dos días antes de que se desencadenara la segunda batalla de Bull Run, Lincoln accedió “generosamente” a retrasar el plazo de incorporación a filas de los voluntarios del estado afectado en un mes. Es decir, el gobernador Ramsey iba a poner disponer de estos soldados durante treinta días para restablecer la situación, antes de enviarlos al este. Sin embargo, este no quedó satisfecho y su respuesta no fue para dar las gracias a su colega republicano, sino para indicarle que con la mitad de la población del estado en fuga era imposible reclutar nada. Sin duda, ningún soldado durante treinta días era, si me puedo permitir la expresión, como multiplicarse por cero. Fueron noches insomnes para el presidente norteamericano, con los confederados en plena agresión y Stonewall Jackson sirviéndose generosamente tras haber capturado los depósitos militares de Manassas Junction, a un tiro de piedra de Washington, Lincoln solo podía contemporizar. “Si el reclutamiento no puede llevarse a cabo, por supuesto que no se hará. La necesidad no sabe de leyes”. O dicho llanamente, ahí te las compongas.

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Alexander Ramsey (1815-1903), gobernador de Minnessota

En este clima tan tenso los conspiranoicos encontraron un filón en la idea de que habían sido agentes confederados los que habían soliviantado a los indios para crear dificultades a la Unión. No cabe duda de que hubiera sido una buena idea, tal vez una ruse de guerre injusta y cruel, pero efectiva. Sin embargo, no hay pista alguna de que así fuera. Aun así, la idea tuvo promotores importantes, entre ellos Horace Greeley, el poderoso editor del New York Tribune. “No cabe duda que los sioux han sido empujados, si no sobornados, para saquear y masacrar a sus vecinos blancos por villanos de rojo y blanco enviados para eso por los secesionistas”, afirmó. Y lo hizo con tanto aplomo que en su discurso ante el congreso tres meses después Lincoln afirmaría que “se va a llevar a cabo un ataque simultáneo contra los asentamientos blancos por parte de todas las tribus ubicadas entre el río Mississippi y las montañas rocosas”. Viejo zorro, es muy probable que para entonces el presidente ya le hubiera tomado la medida a la situación, pero un poco de miedo siempre podía ser de utilidad al esfuerzo de guerra.

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Horace Greeley (1811-1872), editor del New York Tribune

2 comentarios en «La Guerra Dakota de 1862 (III). La teoría de la conspiración.»

    • Eso sucedió con algunas de las llamadas «cinco tribus civilizadas», que vivían en lo que actualmente es Oklahoma, y ni siquiera con todas pues hubo jefes que se adhirieron a la Unión; pero no sucedió lo mismo con la inmensa mayoría de los indios de las llanuras, que se negaron a involucrarse con alguno de los bandos.

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