Italia, 1915-1918. El frente del Isonzo (II): desventajas de los ejércitos enfrentados.

Igual que sucedería durante la Durante la Segunda Guerra Mundial, también durante la primera se acusó a los soldados italianos de ser de mala calidad, y una de las pruebas que se presentaron para confirmar esta afirmación fue el desastre de Caporetto, del que hablaremos al final de esta serie. Sin embargo, como veremos en próximas entradas, el soldado italiano iba a combatir con gran valor, y a menudo el problema fundamental fue la falta de calidad de los oficiales; aunque no siempre, como demostró, también durante el desastre de Caporetto, la ordenada retirada del Tercer Ejército.

Alpini (tropas de montaña) en 1914. Fueron una de las unidades de élite del Ejército italiano.
Alpini (tropas de montaña) en 1914. Fueron una de las unidades de élite del Ejército italiano.

Dicho esto, hay más factores que debilitaron la cohesión y la capacidad de las tropas italianas. Para empezar, y como ya mencionamos en su momento, que eran un país muy reciente, poco más de cuarenta años de existencia, por lo que los políticos de la época decidieron emplear el reclutamiento y el paso de los hombres por las Fuerzas Armadas como “escuela para una educación nacionalista”. Para ello, cada Regimiento se formaba con reclutas de dos regiones distintas, y era enviado a entrenarse a una tercera. Esto planteó un problema inesperado, y es que lejos de hablar un italiano culto, como sin duda hablaban los oficiales y los políticos, los reclutas trajeron las formas lingüísticas de sus lugares de origen, que en aquel momento eran lo suficientemente diferentes como para plantear auténticos problemas de comunicación a la vez que remarcaban las diferencias que había tanto entre los componentes de la unidad como entre los miembros de esta y la población civil de la región en que se establecía.

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Italia, 1915-1918. El frente del Isonzo (I)

23 de mayo de 1915, redoblan tambores y desfilan soldados; la nueva Italia, llena de emoción, entra en guerra, curiosamente no contra sus enemigos tradicionales a occidente de los Alpes, sino contra sus antiguos aliados austro-húngaros de la Triple Alianza. Como Alemania, la unificación italiana se había consumado en 1870 con la ocupación de Roma y la disolución de los Estados Pontificios. Empezaba una nueva era en la que Italia quería tener mucho que decir, la Guerra Italo-Turca de 1911-1912 había sido un ejemplo, pero la prueba de fuego estaba por llegar.

Soldados italianos marchando al frente. Los primeros momentos siempre son optimistas...
Soldados italianos marchando al frente. Los primeros momentos siempre son optimistas…

En 1914, sin embargo, el país latino se había negado a entrar en guerra a pesar de los acuerdos firmados. Alemania trató de amenazar y sobornar, pero a pesar de que el Primer Ministro romano, Antonio Salandra, si quería participar en la contienda, la situación no lo recomendaba. Salvo el norte, más industrializado, Italia era un país atrasado, con una gran preponderancia del ámbito rural cuya población, pobre e iletrada, si bien era un material bastante decente para convertir en soldados, tenía poco conocimientos de los aspectos tecnológicos que permitirían el manejo de armas más complejas como los morteros o las ametralladoras; y por supuesto carecían de muchos de los conocimientos básicos para formar buenos suboficiales. Por supuesto, excluimos los oficiales, originarios de las capas más altas de la sociedad. La difícil situación económica por la que estaba pasando entonces el país también era un argumento en contra de entrar en guerra.

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Raid a la Isla de Fanning – La Primera Guerra Mundial en el Pacífico

Una de las curiosidades menos conocidas de la Primera Guerra Mundial fue una serie de acciones bélicas conocidas como la «guerra de los cables», narradas en el nuevo libro de Ediciones Salamina: La Primera Guerra Mundial en el Pacífico.

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La Primera Guerra Mundial en el Pacífico – Operaciones Navales y Terrestres en el Lejano Oriente 1914-1918. Ediciones Salamina (antes Platea)

Este tipo de ataques que se desarrollaron mediante bombardeos desde buques a larga distancia o sabotajes de grupos de hombres armados, consistió en neutralizar las estaciones radios o cables submarinos del oponente para cortar de raíz las comunicaciones del enemigo con sus colonias, los países neutrales o territorios más o menos alejados de la metrópoli. De hecho, uno de los ejemplos más famosos de la «guerra de los cables» tuvo lugar en el Frente de Asia-Pacífico a inicios del conflicto contra la estación radiocablegráfica de la Isla de Fanning.

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Un ferrocarril en Irak para ganar una guerra naval

 

Cuando en 1906 los británicos decidieron poner en servicio el HMS Dreadnought es posible que fueran conscientes del hecho, fundamental en la historia contemporánea, de que con la aparición de este buque de guerra todas las flotas del mundo quedaban definitivamente igualadas, a cero, pues la aparición de este acorazado monocalibre, es decir, cuyas piezas principales eran todas iguales (10 de 305 mm, en cinco torre de dos tubos, en este caso), convirtió automáticamente en obsoletos a todos los demás acorazados del mundo. A partir de ese momento, el potencial naval de una flota iba a medirse en “dreadnoughts”.

El HMS Dreadnought
El HMS Dreadnought

Así, no es extraño que una potencia recién unificada como Alemania, que había llegado tarde a la carrera colonial y que era muy consciente de que la única forma eficaz, en aquella época, de proyectar su poder en el globo, era una flota poderosa, empezara a dedicar sus esfuerzos a construirla. Tampoco llama la atención que los británicos se preocuparan ante el crecimiento exponencial del poder marítimo de un país que, industrialmente, estaba empezando a superarlos. ¿Peligraban sus colonias?

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Japón y la Guerra de 1914.

Es imposible no asociar a la marina japonesa con la Segunda Guerra Mundial. Las operaciones que ejecutaron sus portaaviones, especialmente el espectacular asalto sorpresa contra Pearl Harbor, y sus impresionantes acorazados, entre ellos monstruos superpesados como el Yamato y el Musashi, cautivan la imaginación del más frío.

El acorazado Aki, botado en 1904, uno de los grandes buques de la flota nipona de entonces.
El acorazado Aki, botado en 1904, uno de los grandes buques de la flota nipona de entonces.

Sin embargo, Japón había entrado en la escena geopolítica internacional mucho antes. Desde que el comodoro americano Perry abriera el país a la influencia occidental gracias a sus buques, “obligando” a Japón a firmar un tratado que permitiera a los buques estadounidenses reabastecerse en dos puertos japoneses, el país empezó a pasar, a marchas forzadas, de la Edad Media a la Contemporánea. Un buen ejemplo de ello fue la Guerra Ruso Japonesa, pero la cosa no terminó en este punto.

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1918: La Ceguera del cabo Hitler (y II)

Como comentábamos en la primera parte de este reportaje, poco antes de que finalizara la primera guerra mundial el valiente cabo Hitler, que había sido condecorado con la Cruz de Hierro de segunda, y luego de primera clase, se quedó ciego a causa de un ataque con gases. Sin embargo, según los médicos que lo trataron y evacuaron hacia el hospital de Passewalk, el daño causado por el gas no era irreversible. Irritación sin duda, tal vez lesiones superficiales, sin duda incómodos lavados y posiblemente un vendaje, pero a fin de cuentas, Hitler recuperaría la vista. Pero no fue así. Según el mismo atestigua, la noticia de la derrota de Alemania, habría empeorado su lesión y se quedó ciego del todo.

Hitler, en el putsch de Munich de 1923. En esta ocasión, la fuerza de voluntad no fue suficiente.
Hitler, en el putsch de Munich de 1923. En esta ocasión, la fuerza de voluntad no fue suficiente.

Por supuesto, estamos hablando de una ceguera psicosomática, como indicó en su momento el neuropsiquiatra doctor Edmund Forster. Hitler no estaba ciego, solo quería estarlo; y en el futuro iba a achacar su ceguera a causas físicas porque ello lo convertía en un auténtico herido de guerra, en una época en que las “heridas” psicológicas no eran, para el común, nada más que una muestra de debilidad y cobardía. ¿Podemos imaginarnos un führer cuya leyenda hubiera estado teñida con semejante mancha?

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1918: La Ceguera del cabo Hitler (I)

«Como mensajero, su frialdad y valentía, tanto en las trincheras como en los combates en campo abierto, han sido ejemplares e, invariablemente, se ha presentado voluntario para ejecutar tareas en las condiciones más difíciles y peligrosas. Cada vez que las comunicaciones han sido completamente eliminadas en un momento crítico de la batalla, los mensajes importantes han llegado a su destino, a través de todo tipo de dificultades, gracias a los incasables y devotos esfuerzos de Hitler. Recibió la Cruz de Hierro de segunda clase por su valentía el 1 de diciembre de 1914. Merece enteramente la Cruz de Hierro de primera clase».

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Adolf Hitler, durante la Primera Guerra Mundial

Así rezaba la citación del teniente Hugo Gutmann, judío y superior de Hitler en aquel momento, proponiéndolo para que se le entregara la preciada condecoración. Aquella citación, valentía, todas estas virtudes, servirían al cabo austríaco, una vez convertido en Führer, para amilanar a muchos de sus generales. Sin embargo, las cosas no eran tan evidentes. Creemos saber que, casi finalizando la primera guerra mundial, Hitler sufrió un ataque de gases que lo dejó ciego, sin embargo, hay autores, como Joachim Fest, que consideran que dicha ceguera fue autoinducida, y tuvo mucho que ver con el repentino cambio sufrido por la guerra.

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