Viento divino – El fenómeno kamikaze japonés (XXXII). Las Ohka en Okinawa. Última misión (III)

La última misión exitosa de las Ohka, que demostraba el peligroso potencial de estos cohetes tripulados en ataques masivos suicidas, tuvo lugar el 11 de mayo, cuando 4 Bettys despegaron el segundo y último día de la sexta ofensiva Kikusui.

En el Piquete de Radar N.º 15, los destructores Evans y Hugh W. Hadley de los capitanes Archer y Mullaney, acompañados de tres lanchas de desembarco, llevaron a cabo una de las acciones anti kamikaze más feroces de la batalla de Okinawa. Se calcula que entre las 7.50 y las 9.30 fueron destruidos unos 50 aparatos enemigos por los 12 cazas Corsair de la patrulla aérea (CAP) del piquete, mientras que otros 50 aviones japoneses eludieron a los cazas norteamericanos y atacaron a los navíos de superficie.

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Italia rompe el Eje (V): La audiencia real.

Se llamaba Angelo Cerica, había llegado a capitán durante la Primera Guerra Mundial antes de ser trasladado al cuerpo de Carabinieri, en el que, para 1927, ya era teniente coronel. Había tenido ocasión de viajar al extranjero, pues durante la Segunda Guerra Italo-Abisinia había estado al mando de la Legión de los Carabinieri de Asmara. Por méritos al valor, no tardó en alcanzar el rango de general de brigada y, el 19 de junio de 1939 se le nombró jefe de las fuerzas de Carabinieri en el África Oriental Italiana. De allí pasó a Libia, con el mismo puesto, y el 22 de junio de 1942 ascendió a general de división y fue puesto al mando del 4.º Destacamento de Carabinieri, Podgora (costa meridional de Croacia, por entonces bajo control italiano). Nada, en su vida, le había preparado para lo que estaba a punto de suceder.

22 de julio de 1943, las tropas norteamericanas entran en Palermo, capital de Sicilia. Un clavo más en el ataúd de Mussolini.

Eran las 13.00 horas del 25 de julio de 1953 cuando se presentó ante el general Vittorio Ambrosio, jefe del Estado Mayor General del Ejército italiano. Nada más entrar, este le ordenó que prepara la detención de Benito Mussolini. Por supuesto, Cerica había sido elegido jefe de los Carabinieri de Roma por su lealtad al rey, pero tan solo llevaba tres días en su puesto y, a diferencia de su antecesor el general Azolino Hazon –muerto a causa del bombardeo aliado sobre Roma el 19 de julio–, no tenía ni idea de la conjura que se estaba preparando. La acción tendría lugar en Villa Savoia, la residencia real, a las 17.00, cuatro horas más tarde.

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Italia rompe el Eje (IV): El último Gran Consejo, votación.

Aquel 24 de julio por la noche, Mussolini parecía a punto de triunfar sobre sus colegas del Gran Consejo Fascista, a los que llevaba dominando desde hacía más de dos décadas. Dino Grandi, su oponente principal en aquella reunión, había sido incapaz de que su moción, lo suficientemente ambigua como para parecer a la vez una propuesta de finiquitar el régimen fascista o tan solo de deponer al Duce, no parecía capaz de convencer a sus compañeros. Entonces hubo un receso, que aprovechó para hablar de uno en uno con los miembros más interesantes (para él) de la reunión, para decirles individualmente lo que no quería afirmar en público.

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Tiempos de triunfo. Benito Mussolini, rodeado de Camisas Negras, durante la marcha sobre Roma en 1922.

Cuando se reinició el encuentro, abrió fuego Enzo Galbiati, comandante en jefe de los Camisas Negras, quien negó que hubiera una ruptura entre el fascismo y la nación –el argumento principal de Grandi– para indicar que lo único que sí había eran síntomas de derrotismo y traición entre los propios fascistas. “¿Qué dirían los batallones de Camisas Negras que acampan a las puertas de Roma si supieran lo que está pasando aquí esta noche?”. Entonces, Mussolini subió las apuestas y alegó que lo que Grandi estaba poniendo en jaque con su propuesta era al propio régimen fascista, en el que estaban todos implicados. Luego añadió que, además, el rey seguía apoyándolo, tras lo cual se encaró al resto de los presentes y les preguntó por la postura que iban a adoptar, avisándoles de que tuvieran cuidado con lo que contestaban. “¡Fate attenzione, signori!” (“tengan cuidado, señores”).

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Italia rompe el Eje (III): El último Gran Consejo, Mussolini.

El 21 de julio de 1943, el Duce decidió reunir al Gran Consejo Fascista, formado por los personajes más relevantes del régimen. Los cuadrumviros, Emilio de Bono, Cesare María De Vecchi, Italo Balbo y Michele Bianchi, protagonistas de la marcha sobre Roma, tenían un puesto vitalicio, aunque los dos últimos ya habían fallecido para entonces. También formaban parte del Gran Consejo el presidente del Senado, Giacomo Sardo; el de la Cámara del Fascismo y de las Corporaciones, Dino Grandi; el secretario y dos secretarios representantes del Partido Fascista; los ministros-secretarios de Estado de Asuntos Exteriores, Interior, Justicia, Finanzas, Educación Nacional, Agricultura y silvicultura y Prensa y Propaganda; y, finalmente, el comandante en jefe de la Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional (los Camisas Negras), el presidente de la Academia de Italia, el de la Corte Especial para la Defensa del Estado y los de las confederaciones nacionales del fascismo y de las confederaciones nacionales de diversos sindicatos fascistas .

El Gran Consejo Fascista, en la noche del 24 de julio.

En teoría, este era el órgano supremo de la dictadura instaurada por Mussolini, y con sus capacidades teóricas, podría haber sido una asamblea casi constitucional encargada de moderar al dictador, pero en realidad no era así, pues él era quien convocaba las reuniones, él lo presidía, él dictaba el orden del día y él había nombrado a todos los que lo componían. Así, como mucho estaba al servicio del Duce y, si no, era irrelevante.

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Italia rompe el Eje (II): Conspiración en Roma

Tras la bochornosa reunión de Feltre en la que, apabullado por Hitler, Mussolini había sido incapaz de decir absolutamente nada, llegó la hora de los generales. Durante el viaje de regreso Keitel y Ambrosio tuvieron una conversación que escenifica perfectamente el desentendimiento entre ambos aliados: Keitel preguntó a su interlocutor cómo iban las cosas en Sicilia, y Ambrosio cómo iban en la Unión Soviética. El italiano afirmó entonces sinceramente que la guerra estaba perdida, pero su homólogo alemán fue incapaz de procesar el comentario y se limitó a trasladarle las exigencias de Hitler: dos divisiones italianas más para enviar a Sicilia, la promesa de continuar la guerra y garantías con respecto a la línea de suministros a la isla.

Restos de un tren blindado de la Marina italiana, destruido cerca de Licata por el USS Bristol

Una vez en Roma, Mussolini tuvo que enfrentarse a sus generales, que le reprocharon no haber sido capaz de emitir palabra alguna ante el Führer, pero esta era la menor de sus preocupaciones. En aquel momento había tres facciones buscando su caída: los antifascistas, los militares y los fascistas disidentes. Los primeros, mayoritariamente en la clandestinidad, buscaban la eliminación del régimen y la vuelta a un gobierno parlamentario, sin embargo, carecían de fuerza suficiente como para actuar. Los segundos eran mucho más poderosos y ya llevaban tiempo actuando. Dirigidos por el general Castellano, querían que el rey volviera a ponerse a la cabeza del Ejército y acabara con el régimen mussoliniano. Sin embargo, el monarca era consciente de que lo que le proponían las fuerzas armadas era una dictadura militar dirigida o bien por el mariscal Badoglio o bien por el también mariscal Caviglia, en ninguno de los cuales confiaba. Por ello, estos cambiaron de plan. El 15 de julio Badoglio se reunió en audiencia con el rey y le propuso formar un Gobierno dirigido por él mismo, en el que se incluirían algunos políticos civiles. Solución que el rey también rechazó.

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Italia rompe el Eje (I): El último fracaso de Mussolini

El 11 de junio de 1943, tras un intensísimo bombardeo que había durado días, las tropas aliadas desembarcaron en la isla de Pantelaria, defendida por una guarnición de 12 000 soldados italianos que, totalmente superados por los acontecimientos, habían recibido permiso de Roma para rendirse aquella misma mañana. Menos de un mes después, en la noche del 9 al 10 de julio, el espectáculo comenzó de nuevo, pero a mucha mayor escala. Si el objetivo de la Operación Corkscrew había sido una isla diminuta en el Mediterráneo central, el de la Operación Husky era la propia Sicilia. En apenas veinticuatro horas los aliados habían conseguido varias cabezas de playa viables en la isla, a pesar de la fuerte resistencia alemana, pero gracias a la pobre actuación de los combatientes italianos.

Benito Mussolini en una de sus poses heroicas. Para 1943, las cosas habían cambiado mucho.

 “La gravedad de la situación se ha agudizado –rezaba el informe del Oberbefehlshaber Süd (“Mando Supremo del Sur”) del 12 de julio– […]. Las fuerzas italianas en la zona atacada se han perdido por completo”. Las bajas italianas, empero, no se contaban en muertos y heridos, sino en prisioneros y desertores. Hartos de una guerra que nunca habían querido ni apoyado, tras ser masacrados en Rusia, sufrir en el desierto africano y combatir con mandos poco eficaces y excesivamente elitistas y con un armamento y unas tácticas en muchos aspectos desfasados, los combatientes del Regio Essercito decidieron, sin concierto previo alguno, que estaban hartos de guerra. En pocas horas, miles de ellos o bien se habían entregado a los aliados anglosajones o, simplemente, tras conseguir ropas de civil, se habían marchado a sus casas.  

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Viento divino – El fenómeno kamikaze japonés (XXXI). Las Ohka en Okinawa (II)

Entre tanto, en el Piquete de Radar 1, el destructor USS Cassin Young había sufrido graves daños por el impacto de un avión kamikaze. Los destructores Stanly y Lang recibieron órdenes de acudir en su rescate, siendo atacados a su vez por aviones kamikaze durante le trayecto.

En 20 minutos, mientras los destructores maniobraban bajo una Patrulla Aérea dirigida por el director de la caza a bordo del Stanly, se acercaron más aviones kamikaze. Entre ellos había bombarderos Betty con bombas Ohka en sus panzas. Picando a través de la pantalla de cazas y luego nivelando aparentemente inermes del intenso fuego antiaéreo de 20 mm y de 40 mm del destructor, una bomba Ohka impactó en la proa del Stanly por el costado de estribor.

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