A principios de 1942, los relucientes P-38 Lightnings esperaban ser transportados al otro lado del charco a una guerra en la que los necesitaban desesperadamente.
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Los convoyes no eran del todo la solución, ya que estaban siendo diezmados por los submarinos alemanes. La forma más natural y lógica era llevarlos volando, pero ¿podía un P-38 cruzar la enorme distancia del Atlántico? Se antojaba imposible. ¿O no? Por si acaso, hubo hombres que se pusieron a trabajar en el problema. El último modelo, P-38F, tenía una gran autonomía y con depósitos de combustible externos quizá pudiese lograrlo.