Los hermanos Stilinovich y el convoy HX-229

Esta es una de esas intrahistorias que quedan ensombrecidas por grandes acciones como la del ataque al Convoy HX-229. Las trayectorias en la guerra de los dos hermanos Stilinovich, de Hibbing, Minnesota, estuvieron estrechamente emparejadas hasta la terrible noche del día de San Patricio de 1943.

Convoy a Murmansk

Joseph Anthony Stilinovich, de veinte años, y su hermano menor William, de dieciocho, se alistaron en la Marina de Estados Unidos el 17 de noviembre de 1942. Ambos fueron enviados a los Grandes Lagos para su entrenamiento y luego asignados al Armed Guard Center en Brooklyn, Nueva York. Sin embargo, los dos hermanos fueron separados en sus buques de destino. Joseph fue a bordo del SS Harry Luckenbach, que tenía una tripulación de 54 miembros y 26 guardias armados. William fue destinado al SS Irene DuPont, con una tripulación de 49 miembros y otros 26 guardias armados.

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HMS Aurora. El último corsario. Los raids del fantasma de plata en la SGM. Josep Baqués

Ediciones Salamina acaba de publicar «HMS Aurora. El último corsario» del profesor Josep Baqués. Tras una profusa investigación en sus historiales de combate, Josep Baqués ha rescatado la fascinante historia de uno de los navíos más condecorados de la Segunda Guerra Mundial.

Entre septiembre de 1939 y julio de 1945 el HMS Aurora recorrió algo más de 200.000 millas. Desde las islas Feroe hasta las Spitzbergen y el Cabo Norte, en Noruega, dentro del círculo polar ártico; desde las costas de Terranova, en Canadá, hasta Sierra Leona, Guinea Ecuatorial y el Congo, incluso por debajo del ecuador; desde Gibraltar hasta Atenas y la ribera oeste de Turquía, llegando a adentrarse en el Mar Rojo. Sus mayores logros los obtuvo estando basado en Scapa Flow, en las islas Orcadas, así como en La Valetta, en la isla de Malta. Esas fueron, de hecho, dos de las más importantes bases navales británicas durante la Segunda Guerra Mundial. A lo largo de sus estrepadas por esos mares de Dios participó, directa o indirectamente, en el hundimiento o la captura de medio centenar de buques enemigos. De hecho, en este texto hemos considerado un total de 60. Sus dimensiones no eran menos variopintas: desde el escaso tonelaje de los modernos lanchones de desembarco germanos destruidos en el Mar Tirreno hasta las casi 20.000 toneladas a plena carga (la mitad, si lo medimos como registro bruto) de algún petrolero italiano echado a pique cerca de los puertos norteafricanos de destino.

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El hundimiento del U-191 (II)

Por suerte, el ASDIC tenía fijado al submarino, que, como de costumbre, había bajado a gran profundidad. Así que el Hesperus procedió a realizar un ataque con cargas de profundidad convencionales.

U-203

El submarino se defendió intentando ocultar su posición con el dispositivo SBT (Submarine Bubble Target), pero los operadores británicos del Hesperus no cayeron en la trampa y mantuvieron fijado al submarino alemán. Para entonces, la Clematis se había unido a la refriega y procedió también a atacar. A continuación, ambos buques hicieron una pasada conjunta con cargas de profundidad convencionales y arrojaron también una nueva carga de profundidad de 1 tonelada que según el capitán del Hesperus era «un torpedo sin motor, con su cuerpo cargado de explosivos y disparado desde nuestros tubos de torpedos».

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El hundimiento del U-191 (I)

Al fin, el Hesperus estaba listo para hacerse a la mar en abril de 1943. Equipado con su nuevo dispositivo antisubmarino Erizo y el radar más moderno, zarpó el día 14 en labores de escolta del Convoy ONS 4.

HMS Hesperus

Buena parte de la dotación había sido destinada a otras unidades y había recibido a cambio reemplazos bisoños, lo que, añadido al nuevo equipamiento, exigiría un tiempo de adaptación al barco para recuperar su antigua eficiencia. Ya había pasado dos días durante su estancia en puerto realizando ejercicios con el HMS Philante, pero no había sido suficiente para que la dotación adquiriese un dominio pleno de los equipos.

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Ataque con cargas de profundidad vivido desde el interior de un U-boot

Los ataques con cargas de profundidad de los navíos aliados contra los submarinos alemanes podían llegar a durar días y eran terroríficos. A continuación transcribimos uno de ellos narrado en primera persona por uno de sus protagonistas, Herbert A. Werner, capitán de U-Boot autor de Ataúdes de Acero, recientemente publicado por Ediciones Salamina.

Siegmann giró el periscopio para comprobar el otro lado. De repente gritó, «¡Abajo! ¡Abajo con el submarino! ¡Jefe, llévalo abajo por Dios, destructor en posición de embestida! ¡Abajo a 200 metros!». Esperé con la certeza que de un momento a otro el destructor impactaría contra la torreta. Mientras el submarino descendía rápidamente, el terrorífico sonido de las máquinas y las hélices del destructor rebotaba en el acero de nuestro casco. Se intensificó tan rápidamente y retumbó de forma tan ensordecedora que nos quedamos petrificados. Solo el submarino se movía, bajando demasiado lento como para escapar del golpe.

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Ataúdes de Acero – Memorias de un Capitán de U-Boot

Ediciones Salamina acaba de publicar una nueva edición y traducción del clásico de Herbert A. Werner sobre la guerra submarina en el Atlántico y el Mediterráneo durante la Segunda Guerra Mundial. Os dejamos en primicia la Introducción que hace el propio Werner a su libro.

Este libro, que relata mis experiencias personales en la Fuerza de Submarinos alemana durante la Segunda Guerra Mundial, cumple con un antiguo compromiso. Desde el final de esa devastadora guerra, el papel de la Fuerza de Submarinos ha sido distorsionado y subestimado en algunas ocasiones, incluso por historiadores militares que deberían de haberlo conocido mejor. Como yo fui uno de los pocos comandantes de submarino que luchó durante la mayor parte de la guerra y que logró sobrevivir, sentí que era mi deber para con mis camaradas caídos poner las cosas en su debido lugar. Yendo al grano, el deber era la primera y la última palabra en el léxico de los hombres de los U-Boote y, pese a las afirmaciones en sentido contrario, cumplimos con nuestro deber con una gallardía y corrección no superadas por ninguna otra arma en servicio en los bandos en liza. Éramos soldados y patriotas, ni más ni menos, y en la consagración a nuestra causa perdida morimos alcanzando cifras aterradoras. Pero la gran tragedia de la Fuerza de Submarinos no fue solo que pereciesen tantos buenos hombres, sino que nuestras vidas fueron despilfarradas a causa de un material inadecuado y unas políticas inadmisibles del Cuartel General del Arma Submarina.

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Operación Bolero – El vuelo trastlántico de 400 P-38F.

A principios de 1942, los relucientes P-38 Lightnings esperaban ser transportados al otro lado del charco a una guerra en la que los necesitaban desesperadamente.

Los convoyes no eran del todo la solución, ya que estaban siendo diezmados por los submarinos alemanes. La forma más natural y lógica era llevarlos volando, pero ¿podía un P-38 cruzar la enorme distancia del Atlántico? Se antojaba imposible. ¿O no? Por si acaso, hubo hombres que se pusieron a trabajar en el problema. El último modelo, P-38F, tenía una gran autonomía y con depósitos de combustible externos quizá pudiese lograrlo.

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