La retirada de Moscú – David Stahel

Ediciones Salamina acaba de publicar la cuarta entrega de la obra magna de David Stahel sobre la Operación Barbarroja. En esta ocasión aborda la contraofensiva soviética de diciembre de 1941 y enero de 1942 y de la retirada alemana de Moscú.

La campaña de invierno alemana de 1941–1942 ha sido considerada mayoritariamente como la «primera derrota» de la Wehrmacht en la Segunda Guerra Mundial. De hecho, dos de los libros más recientes sobre las operaciones en los alrededores de Moscú, los de Robert Forczyk (2006) y Michael Jones (2009), comparten el subtítulo «La primera derrota de Hitler».1 El trabajo más completo y exhaustivo sobre el periodo sigue siendo el de Klaus Reinhardt, cuya investigación pionera continúa siendo el trabajo de referencia pese a publicarse por primera vez en 1972.2 Al rechazar la visión, generalmente aceptada, de que Stalingrado o Kursk habían sido habían los puntos de inflexión de la guerra de Alemania, Reinhardt fue de los primeros en argumentar que la batalla de Moscú, y en concreto el invierno de 1941–1942, fueron los acontecimientos decisivos de la guerra, los que representaban , como afirmaba el subtítulo, «el fracaso de la estrategia de Hitler».

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Diario de operaciones de la División Española de Voluntarios (DEV) (XLVI) – 6 al 10 de agosto de 1942

Día 6.- Escasa actividad enemiga.

La Artillería adversaria efectuó tiros sobre diferentes localidades con pequeña intensidad. Artillería propia efectuó tiros de hostigamiento y contrabatería.

A las 4:30 horas una patrulla del III/262 efectuó un reconocimiento a una vanguardia encontrando 48 muertos y recogiendo 4 subfusiles.

Actividad Aérea: se señalan paso de 6 aparatos propios en patrullas de tres y a distintas horas.

Cuatro aparatos enemigos de bombardeo pasaron a las 10:15 en dirección N.S.

Fortificación: Continúan los trabajos con intensidad.

Bajas de Personal, Ganado y Material.

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Uso de vehículos de combate en la historia (XX) – Balcanes

La guerra sigue su curso e Italia reclamaba ayuda de su aliado. Tanto en el norte de África como en los Balcanes, la Wehrmacht tuvo que acudir en ayuda del ejército italiano en franca retirada frente a partisanos o el ejército británico. Hitler, debido al fracaso del segundo ataque de su aliado, tuvo que retrasar la invasión a la URSS y desplegar tropas en los Balcanes.

M2A4 británico

El imparable arma germana, blindados, aviones y tropas, se dirige a Yugoslavia y Grecia, arrasando las líneas de defensa de ambos. En lo que a blindados se refiere, las naciones balcánicas poseían vehículos capturados al Regio Esercito Italiano o, por otro lado, algún vehículo enviado por Francia o Inglaterra como ayuda. Esta situación hará que la lucha en esta zona se resignifique y, diversos grupos de partisanos, comenzarán una guerra de guerrillas para desestabilizar la ocupación alemana. Dentro de esta guerra es importante destacar las figuras de Jósif Broz Tito o Enver Hoxa como partisanos.

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Viento divino – El fenómeno kamikaze japonés (XXXII). Las Ohka en Okinawa. Última misión (III)

La última misión exitosa de las Ohka, que demostraba el peligroso potencial de estos cohetes tripulados en ataques masivos suicidas, tuvo lugar el 11 de mayo, cuando 4 Bettys despegaron el segundo y último día de la sexta ofensiva Kikusui.

En el Piquete de Radar N.º 15, los destructores Evans y Hugh W. Hadley de los capitanes Archer y Mullaney, acompañados de tres lanchas de desembarco, llevaron a cabo una de las acciones anti kamikaze más feroces de la batalla de Okinawa. Se calcula que entre las 7.50 y las 9.30 fueron destruidos unos 50 aparatos enemigos por los 12 cazas Corsair de la patrulla aérea (CAP) del piquete, mientras que otros 50 aviones japoneses eludieron a los cazas norteamericanos y atacaron a los navíos de superficie.

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Italia rompe el Eje (V): La audiencia real.

Se llamaba Angelo Cerica, había llegado a capitán durante la Primera Guerra Mundial antes de ser trasladado al cuerpo de Carabinieri, en el que, para 1927, ya era teniente coronel. Había tenido ocasión de viajar al extranjero, pues durante la Segunda Guerra Italo-Abisinia había estado al mando de la Legión de los Carabinieri de Asmara. Por méritos al valor, no tardó en alcanzar el rango de general de brigada y, el 19 de junio de 1939 se le nombró jefe de las fuerzas de Carabinieri en el África Oriental Italiana. De allí pasó a Libia, con el mismo puesto, y el 22 de junio de 1942 ascendió a general de división y fue puesto al mando del 4.º Destacamento de Carabinieri, Podgora (costa meridional de Croacia, por entonces bajo control italiano). Nada, en su vida, le había preparado para lo que estaba a punto de suceder.

22 de julio de 1943, las tropas norteamericanas entran en Palermo, capital de Sicilia. Un clavo más en el ataúd de Mussolini.

Eran las 13.00 horas del 25 de julio de 1953 cuando se presentó ante el general Vittorio Ambrosio, jefe del Estado Mayor General del Ejército italiano. Nada más entrar, este le ordenó que prepara la detención de Benito Mussolini. Por supuesto, Cerica había sido elegido jefe de los Carabinieri de Roma por su lealtad al rey, pero tan solo llevaba tres días en su puesto y, a diferencia de su antecesor el general Azolino Hazon –muerto a causa del bombardeo aliado sobre Roma el 19 de julio–, no tenía ni idea de la conjura que se estaba preparando. La acción tendría lugar en Villa Savoia, la residencia real, a las 17.00, cuatro horas más tarde.

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Italia rompe el Eje (IV): El último Gran Consejo, votación.

Aquel 24 de julio por la noche, Mussolini parecía a punto de triunfar sobre sus colegas del Gran Consejo Fascista, a los que llevaba dominando desde hacía más de dos décadas. Dino Grandi, su oponente principal en aquella reunión, había sido incapaz de que su moción, lo suficientemente ambigua como para parecer a la vez una propuesta de finiquitar el régimen fascista o tan solo de deponer al Duce, no parecía capaz de convencer a sus compañeros. Entonces hubo un receso, que aprovechó para hablar de uno en uno con los miembros más interesantes (para él) de la reunión, para decirles individualmente lo que no quería afirmar en público.

File:March on Rome 1922 - Mussolini.jpg
Tiempos de triunfo. Benito Mussolini, rodeado de Camisas Negras, durante la marcha sobre Roma en 1922.

Cuando se reinició el encuentro, abrió fuego Enzo Galbiati, comandante en jefe de los Camisas Negras, quien negó que hubiera una ruptura entre el fascismo y la nación –el argumento principal de Grandi– para indicar que lo único que sí había eran síntomas de derrotismo y traición entre los propios fascistas. “¿Qué dirían los batallones de Camisas Negras que acampan a las puertas de Roma si supieran lo que está pasando aquí esta noche?”. Entonces, Mussolini subió las apuestas y alegó que lo que Grandi estaba poniendo en jaque con su propuesta era al propio régimen fascista, en el que estaban todos implicados. Luego añadió que, además, el rey seguía apoyándolo, tras lo cual se encaró al resto de los presentes y les preguntó por la postura que iban a adoptar, avisándoles de que tuvieran cuidado con lo que contestaban. “¡Fate attenzione, signori!” (“tengan cuidado, señores”).

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Italia rompe el Eje (III): El último Gran Consejo, Mussolini.

El 21 de julio de 1943, el Duce decidió reunir al Gran Consejo Fascista, formado por los personajes más relevantes del régimen. Los cuadrumviros, Emilio de Bono, Cesare María De Vecchi, Italo Balbo y Michele Bianchi, protagonistas de la marcha sobre Roma, tenían un puesto vitalicio, aunque los dos últimos ya habían fallecido para entonces. También formaban parte del Gran Consejo el presidente del Senado, Giacomo Sardo; el de la Cámara del Fascismo y de las Corporaciones, Dino Grandi; el secretario y dos secretarios representantes del Partido Fascista; los ministros-secretarios de Estado de Asuntos Exteriores, Interior, Justicia, Finanzas, Educación Nacional, Agricultura y silvicultura y Prensa y Propaganda; y, finalmente, el comandante en jefe de la Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional (los Camisas Negras), el presidente de la Academia de Italia, el de la Corte Especial para la Defensa del Estado y los de las confederaciones nacionales del fascismo y de las confederaciones nacionales de diversos sindicatos fascistas .

El Gran Consejo Fascista, en la noche del 24 de julio.

En teoría, este era el órgano supremo de la dictadura instaurada por Mussolini, y con sus capacidades teóricas, podría haber sido una asamblea casi constitucional encargada de moderar al dictador, pero en realidad no era así, pues él era quien convocaba las reuniones, él lo presidía, él dictaba el orden del día y él había nombrado a todos los que lo componían. Así, como mucho estaba al servicio del Duce y, si no, era irrelevante.

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