Cuestión de sal.

Uno de los problemas a los que se enfrentó la máquina de suministro sureña durante la Guerra de Secesión fue la carencia de algunos alimentos. “¡Cargad contra ellos, muchachos, llevan queso en sus mochilas!” se dice que gritó un soldado de Luisiana en una ocasión. Parte del problema se había originado antes de la guerra, cuando los propietarios de la tierra decidieron dedicar la mayor parte de sus cultivos a producir productos valiosos, como el tabaco y el algodón. Con los beneficios de estas cosechas los estados no tenían dificultad alguna en importar comida siempre que hiciera falta, pero cuando empezó la contienda, las cosas cambiaron drásticamente.

La galleta y el cerdo salado eran la comida de los campeones, demostrando que la hora de la cena podía ser tan dura como la de la batalla.

Uno de los muchos productos fundamentales para la dieta del soldado fue la carne, en cuya producción pronto se especializaron estados como Florida y Texas que, sin embargo, estaban muy lejos del frente, con lo que el transporte de esta carne hasta los ejércitos en campaña se convirtió en un nuevo problema. Una de las soluciones fue confiar en la que pudieran traer hasta puntos más cercanos al frente los barcos que rompían el bloqueo, pero sus dueños preferían invertir el espacio disponible en productos más provechosos; otra fue despiezar y transportar esta carne usando las vías de comunicación disponibles en el sur: ferrocarriles y caminos, principalmente, pero para eso había que conservarla, con lo que la sal se convirtió en un producto de primera necesidad. La idea de trasladar el ganado a pie, por interesante que pueda parecer, resultaba poco práctica tanto por el cansancio que iban acumulando los animales como por las dificultades para alimentarlos y abrevarlos durante el traslado, por no hablar del problema sanitario que podía provocar el sacrificio y despiece de decenas de miles de cerdos y vacas en un lugar no preparado para ello.

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La “dulce guerra” de las confederadas de Winchester. Heridos y prisioneros.

Reírse de, o despreciar a los soldados federales que se habían hecho dueños de Winchester, era fácil, sobre todo, como ya hemos dicho, cuando estos no podían permitirse (o raras veces), devolver el desplante; otras consecuencias de la guerra iban a resultar mucho más difíciles de superar.

Los confederados defendiendo el muro, en la primera batalla de Kernstown, 23 de marzo de 1862.

Tras la primera batalla de Kernstown, acontecida el 23 de marzo de 1862 y que podría ser considerada como el primer encuentro de la campaña del valle de Shenandoah de “Stonewall” Jackson, y la única derrota táctica de su carrera, los federales, que habían quedado dueños del campo de batalla, fueron los encargados de recoger a los heridos. Muchos de ellos, azules y grises y sin distinción de bando, fueron trasladados a Winchester por las ambulancias e instalados en sendos hospitales ubicados en los juzgados y en el Union Hotel.

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La «dulce guerra» de las confederadas de Winchester.

 

Cuando a principios de la primavera de 1862 se iniciaron los movimientos de tropas en el escenario bélico de Virginia del Norte, “Stonewall” Jackson, comandante en jefe del Ejército del Valle de la Shenandoah, se vio obligada a retirarse de la ciudad de Winchester (Virginia), tanto para evitar el peligro que suponían las fuerzas federales del general Banks, que lo superaban cuatro a uno, como para evitar que la retirada del ejército confederado del general Johnston (Lee aún no había tomado el mando del Ejército de Virginia del Norte) pusiera en peligro sus líneas de comunicaciones.

«Stonewall» Jackson montado sobre Little Sorrel, su caballo. La decisión de abandonar Winchester fue una de las más duras de su carrera, y la última que tomó apoyándose en el consejo de sus oficiales.

Los federales entraron en la ciudad al día siguiente, acogidos alegremente por los partidarios de la unión que aún residían en la ciudad, y con severidad por los ciudadanos que eran leales a la confederación. Puertas cerradas, cortinas corridas y hogares apagados, recordará un testigo. La imposición de la Ley Marcial supuso que pocos hombres pudieran protestar por la presencia de las fuerzas de azul, pero la orden de no importunar ni a mujeres ni a niños dio a las madres, esposas, novias e hijas de los oficiales confederados la posibilidad de demostrar su descontento de diversas maneras.

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FRANCOTIRADORES EN LA GUERRA DE SECESIÓN I: Los fusiles Enfield y Withworth.

A pesar de la popularidad que alcanzó el fusil Sharps, del que hablamos en nuestra entrada anterior sobre este tema, hay que decir que, contrariamente a lo que se ha llegado a afirmar, la palabra “sharpshooter” no proviene del nombre del arma, sino de la combinación de “sharp”, agudo, y “shooter”, tirador.

Los Berdan´s Sharpshooters en Gettysburg, una excelente ilustración de Dale Gallon.

Otro de los modelos que alcanzó cierta popularidad entre los francotiradores fue el Enfield modelo 1853. Se trataba de un fusil de percusión, dotado con un cañón de acero cuya ánima solo tenía tres rayas, más profundas según se iban acercando al fondo, que daban una vuelta completa al interior. Otras de las características interesantes de esta arma fue la bala. Si bien era del ya habitual modelo Minié, cuya característica era que su base cóncava se ensanchaba cuando era disparada pegándose al rayado del ánima y girando sobre si misma mientras la recorría adquiriendo una rotación que hacía que su trayectoria fuera más estable y la puntería más precisa; la bala de este rifle no se fabricaba fundiendo plomo en un molde, sino cortando un grueso hilo de plomo, lo que le daba más resistencia. Aunque hubo diversas variantes, el modelo más habitual tenía 25,4mm de largo y pesaba algo más de 28 gramos, y venía en un cartucho de papel encerado.

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FRANCOTIRADORES EN LA GUERRA DE SECESIÓN I, Las Armas.

 

El espíritu de frontera que impregnó los primeros años de existencia de los Estados Unidos de América fue origen de una cultura en la que la puntería, ya fuera para la caza o ya fuera para la autodefensa, adquirió gran importancia. Ya durante la Guerra de la Independencia hubo grupos de francotiradores, algunos de los cuales se convirtieron en héroes populares, por lo que no es extraño que, cuando estalló la Guerra de Secesión, volvieran a reclutarse unidades de este tipo, como los Berdan´s Sharpshooters o los batallones de tiradores confederados.

Tiradores de los Berdan´s Sharpshooters, con su peculiar uniforme verda.

Como parte de una serie de ellas que vamos a dedicar a la cuestión de los francotiradores durante la Guerra de Secesión de 1861-65, empezaremos fijándonos en las armas que emplearon, dejándonos guiar, fundamentalmente, por el recorrido armamentístico que siguieron los dos regimientos de Hiram Berdan.

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El orgullo herido del general JEB Stuart (Brandy Station VII).

                A lo largo de las semanas anteriores hemos ido relatando los acontecimientos más señalados de la batalla de Brandy Station, y ahora solo queda una cuestión por mencionar. ¿Cuál fue el resultado de esta batalla? Si tenemos en cuenta el informe de Stuart, un texto más memorable por lo que no dice: no admite que fue sorprendido y no habla de una gran victoria, que por lo que afirma: unas pocas banderas y cañones capturados, y algunos prisioneros; puede que el sur conservara el campo de batalla, pero es el único margen que puede convertir Brandy Station en una derrota de los federales, que aun así pudieron retirarse sin ser molestados.

John Buford en Gettysburg, por Mort Kunstler. Este general fue el exponente de la nueva y más eficaz caballería federal, y su actuación en Gettysburg sería crucial.

                Si nos fijamos, en cambio, en otros oficiales confederados, la verdad aflora, aunque con timidez: “nuestra caballería se vio sorprendida ayer”, afirmará el general Lafayette McLaws en una carta a su esposa; y Wade Hampton llegará a criticar a Stuart en su informe de la batalla.

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La melee de caballería de Fleetwood Hill (Brandy Station VI).

 

                Había llegado el momento de la verdad. Si la división de caballería federal del general McM Gregg conseguía hacerse con Fleetwood Hill, obtendría una posición fuerte en la retaguardia confederada desde la que cortar su retirada primero y desde la que atacarla en conjunción con las brigadas de Buford después. Si así sucedía, la caballería de JEB Stuart quedaría, si no aniquilada, pues era muy difícil en aquella época conseguir resultados tan rotundos, si muy desbaratada de cara a la campaña hacia el norte recién desencadenada por Robert E. Lee con el Ejército de Virginia del Norte; y era muy improbable que, sin caballería, los confederados siguieran adelante con sus planes.

Aunque esta escena de carga no pertenece a la batalla que nos ocupa, sino a la de Little Sailors Creek, nos da una impresión bastante clara de los aterradoras que debían de ser estas acciones.

                Es posible que todas estas ideas pasaran por la mente del coronel McLellan cuando vio como se le acababa la suerte y los federales, tras haber llegado a la conclusión de que el solitario cañón que les hacía frente desde la colina no era un engaño sino todo lo que se interponía entre ellos y la victoria, iniciaron de nuevo el avance.

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