Quizá el mejor resumen de la motivación que impulsaba a los kamikaze la diese el teniente general Torashiro Kawabe en los interrogatorios de posguerra llevados a cabo por la Inspección de Bombardeo Estratégico (USSBS).
Según relató Kawabe: «creíamos que nuestras convicciones espirituales y fuerza moral podrían contrarrestar vuestras ventajas materiales y tecnológicas. No considerábamos que nuestros ataques fuesen ‘suicidas’. El piloto no comenzaba su misión con la intención de cometer suicidio (en el sentido de inmolarse por un estado de desesperación). Se veía a sí mismo como una bomba humana que destruiría cierta parte de la flota enemiga… y moriría feliz en la convicción de que su muerte era un paso adelante hacia la victoria final».
Küstrin había sido una fortaleza importante. Con su ciudad vieja, enclavada en una larga península entre los ríos Oder y Wartha, y con su ciudad nueva al este de este segundo río, era además una población que, a finales de enero de 1945, los soviéticos tenían que conquistar a toda costa ya que, situada sobre la Autobahn 1, Küstrin defendía Berlín a oriente de los ríos, y era una espada apuntando hacia la capital del Reich una vez que uno había cruzado a occidente.
Küstrin. La ciudad nueva en la esquina superior derecha, justo debajo la ciudad vieja, a su izquierda la isla y a continuación de esta, Kietz.
En aquel momento, las viejas fortificaciones de la ciudad habían decaído mucho, y sin duda nunca habían sido diseñadas para una guerra como la de 1939-45, pero la ciudad vieja seguía teniendo algunas ventajas defensivas importantes. Enclavada entre dos ríos, en su flanco oriental, bajo los restos de los muros, se extendía primero una zona boscosa, y luego una zona baja, surcada por diversas vías de agua, que había sido inundada. Un terreno nada fácil para la infantería, y mucho más complicado de atacar con fuerzas motorizadas o mecanizadas. En torno a esta posición defensiva se extendían, además, otros obstáculos: la ciudad nueva, al este, un distrito fabril densamente construido; la Oder Insel, al oeste, una isla en medio del río ocupada por unos barracones de artillería y con algunas fortificaciones propias, y pasados los dos brazos del Oder, quedaba la localidad de Kietz, también defendible.
Ediciones Salamina acaba de publicar el primer estudio serio en español sobre las unidades de operaciones especiales alemanas en la Segunda Guerra Mundial, sucesivamente Batallón, Regimiento y División Brandeburgo.
La unidad de operaciones especiales que se convirtió en los Brandeburgueses fue concebida por Theodor von Hippel, con el apoyo del almirante Wilhelm Canaris, para luchar contra el comunismo, pero también para socavar a los propios nazis. Estas audaces y pioneras fuerzas especiales sirvieron en, prácticamente, todos los teatros de guerra en los que luchó Alemania en la Segunda Guerra Mundial. La que tiene el lector en sus manos es la obra más exhaustiva que existe de este inusual y enormemente exitoso grupo de hombres.
Al final de la entrada anterior, habíamos dejado al río Amur dándose un garbeo hacia el norte, al menos su corriente principal, y a los soviéticos tratando de devolverlo a su cauce primero, y de asegurarse la posesión de la isla de Kanchatzu después. Los japoneses, por su parte, tras protestar enérgicamente, como Demi Moore en Algunos hombres buenos, habían hecho navegar una flotilla por el río, y tratado, sin éxito, de recuperar la isla mandando a unos pocos uniformados a bordo. Estamos a 22 de junio de 1937.
Tojo Hideki, quien sería primer ministro y ministro de la guerra del Imperio Nipón.
Aquel día, en Tokio no estaban nada contentos. Desde su
punto de vista, y aunque se debiera a la casualidad de que el río Amur hubiera
trasladado su cauce principal hacia el norte, los soviéticos habían invadido
Manchukuo, nada menos. Por ello, el Estado Mayor General del Ejército japonés
decidió enviar un mensaje claro al general al mando del Ejército de Kwantung,
responsable de la región: “Si tropas soviéticas han ocupado ilegalmente un
territorio que pertenece, claramente, a Manchukuo, creemos que la situación
podría tener consecuencias importantes en nuestras futuras operaciones, y se le
ordena que tome las medidas apropiadas para volver a la situación anterior”. No
era difícil que alguien le quitara el condicional a la orden, sobre todo si el
general al mando del Ejército de Kwantung era nada menos que Tojo Hideki, un
halcón, quien en el futuro iba a liderar Japón entre 1941 y 1945.
En su crónica sobre las Guerras de Flandes, cuenta Faminiano Estrada un curioso pasaje enmarcado en la camapaña del duque de Alba de 1568 contra el ejército invasor de Guillermo de Orange, en el que dicho duque se despacha con una buena salida ante el temor de un capitán sobre la gran alianza que había detrás del ejército protestante. Empieza así:
Marchaba a toda prisa Guillermo de Orange con un poderoso ejército formado en Alemania, porque el odio común contra la casa Austriaca de España había coaligado fácilmente a algunos Pontentados Herejes. Avivó la fragua la muerte de Egmont y Horn, recibida de todos ellos con execración; y el odio contra el duque de Alba, aumentado por esta causa. En el ejército, que pasó muestra en Aquisgrán, habían 28.000 soldados. De estos, 16.000 infantes y 8.000 caballos alemanes; y franceses y flamencos 2.000 de a caballo y casi otros tantos a pie.
A finales de 1936 España estaba en guerra y la Alemania hitleriana apenas había dado un paso en su escalada hacia el conflicto mundial, remilitarizando Renania en marzo, si bien la situación europea era grave, mucho más lejos, en Extremo Oriente, parecía gestarse una nueva guerra. La tensión había comenzado en 1931, cuando el Imperio del Japón se había hecho con Manchuria, arrebatada a China, y creado el Estado títere de Manchukuo, que lo llevó a tener frontera directa –una frontera muy mal definida en algunos aspectos– con otro de los imperios de la región, el soviético.
El emperador Puyi, de la dinastía Quing, gobernante títere de Manchukuo, junto al emperador Showa del Japón en 1935.
Las fronteras de Manchuria se basaban en los tratados
ruso-chinos de Aigún (1858) y Pekín (1860), y seguía, siempre que era posible, los
grandes cauces fluviales para definir donde estaban los límites entre
territorios. La precisión, y la indefinición, de estos tratados radicaba en que
se basaban en las convenciones internacionales de la época para indicar a qué
Estado fronterizo pertenecían las innumerables islas que surgían del cauce en
base al canal principal de navegación. En el caso de la frontera del Amur,
todas las islas situadas al sur o al oeste del cauce principal del río serían chinas,
mientras que las situadas al norte o al este serían rusas. No hubo problemas
hasta que los japoneses entraron en escena, o tal vez se debió a que la mejora
en las comunicaciones hizo que la región fuera más accesible.
Hecha la introducción, podemos situarnos a finales del siglo XVIII y entrar en materia. Hacia 1790 había dos tipos básicos de infantería: la de Línea y la Ligera.
Infantería ligera. Voltigeurs franceses. Nótese el color verde en sus hombreras
El término «infantería pesada» no es apropiado para este periodo ya que hacía mucho tiempo que había caído en desuso. Las unidades de infantería tenían una diversidad de designaciones diferentes dependiendo de la nación a la que perteneciesen, pero en términos generales, podemos llamar Infantería de Línea a cualquier formación de infantería que a la que se aludiese como infanterie de ligne, infantería, mosqueteros, granaderos, o guardias.
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