La experiencia del marinero de segunda William Rowe en el portaaviones Bunker Hill (II)

En la entrada anterior dejamos al USS Bunker Hill en pleno ataque suicida frente a las costas de Okinawa.

El primero, un zero, arrojó una bomba que penetró la cubierta de madera, atravesó una sección del casco y estalló en el agua. El zero, sin embargo, se dirigió contra los treinta aviones agrupados en la parte trasera de la pista, y armado y con los depósitos llenos de combustible se estampó contra los aviones, cayendo posteriormente al mar y dejando atrás un infierno en llamas.

Solo treinta segundos más tarde, llegó el segundo kamikaze, un bombardero en picado que se dirigía hacia el portaaviones casi en vertical hasta que impactó de lleno contra la cubierta. La colisión se produjo hacia la sección media, a unos 12 metros de donde se hallaba el marinero Rowe. El avión japonés rebotó contra la isla del portaaviones y estremeció toda la superestructura. El motor del avión japonés salió disparado y se estrelló contra la sala de banderas del almirante Mitscher, jefe de la fuerza operativa, matando a 14 hombres en el acto.

Mientras se sucedían las explosiones y los incendios provocados por estos dos aviones suicidas, Rowe se hallaba refugiado en un pasillo lateral debajo de la cubierta de vuelo. Como explicaría años después, en unas declaraciones en 1988, corrió aturdido hasta su batería y gritó «¿qué está pasando aquí?». Unos instantes más tarde, toda la sección posterior de la cubierta se convirtió en un mar de llamas, tenía que tomar una decisión y rápido.

El área donde se hallaba estaba quedando cercada por el incendio y la única vía de escape era por la borda, pero eso significaba un arriesgado salto al océano desde una gran altura. Rowe se sujetó a la plancha de protección de un cañón antiaéreo y se quedó colgando por su lado exterior.

Miró al agua allá abajo, a unos 24 metros, y luego trató de rodear hasta el otro lado del cañón sin tener intención de saltar, aunque ese pareciera el único modo de salvar la vida. Finalmente, con absoluta sorpresa por lo que es capaz de hacer un hombre desesperado, según afirmó Rowe posteriormente, se soltó y cayó al agua sin hacerse daño.

Pero no habían acabado ahí los peligros. No tenía chaleco salvavidas y cayó justo en una de las enormes estelas que iba dejando el buque. Las turbulencias del agua lo succionaron hacia el fondo con una mano gigante. Trataba de nadar a la superficie pero se le antojaba mucho más difícil de lo que hubiese esperado. Finalmente lo consiguió.

Al salir a la superficie se encontró un chaleco salvavidas y se aferró a él. Posteriormente, vio a un camarada herido también en el agua y se dirigió hasta él para socorrerlo y compartir el chaleco. Pronto fueron cuatro hombres en el agua, y tres de ellos emplearon todas sus fuerzas en mantener a flote al marinero herido. Después de dos horas en el agua llegó por fin un destructor a rescatarlos.

Entre tanto, a bordo del USS Bunker Hill, los marineros y oficiales supervivientes hacían todo lo posible por salvar al navío herido. Tenía tres cubiertas incendiadas desde la parte central hasta la popa. Había cedido la cubierta de vuelo de popa, las planchas de blindaje se habían desprendido, los elevadores de aviones se habían desencajado, y los 30 aviones allí apostados habían quedado reducidos a ceniza.

Los miembros de la tripulación arrojaban bombas y cohetes de aviación por la borda. El capitán del portaaviones, George Seitz, ordenó una difícil y cerrada maniobra de viraje de setenta grados cuya inercia barrió de la cubierta gran cantidad de contenedores de combustible y munición para los aviones depositados en ella, que cayeron al océano. También puso al navío contra el viento, despejando de humo en lo posible la parte afectada por el incendio.

Tras todos los esfuerzos, el USS Bunker Hill pudo ser salvado y renqueó de vuelta a Estados Unidos, a los astilleros de la marina en Bremerton a las afueras de Seattle. Tras la extinción de los incendios y la evaluación de daños se confeccionó la lista de bajas: 346 muertos, 264 heridos y 43 desaparecidos. Fue el ataque suicida que más pérdidas provocó en la guerra en el Pacífico en un solo barco. El USS Bunker Hill ya no volvería al combate, porque la guerra terminó antes que sus reparaciones.

Viene de La experiencia del marinero de segunda William Rowe en el portaaviones Bunker Hill (I)

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