La batalla de Santa Cruz (IX). En busca del enemigo.

El 26 de octubre ha de ser el día crucial. Ya sabemos que, a bordo del USS Hornet, todo un grupo de ataque aéreo se mantiene en cubierta, listo para atacar, desde el día anterior. Los japoneses han esperado un poco más, pero a las 4.00 horas de esa misma madrugada se ordena preparar los aviones para un ataque aeronaval. Sin duda soñolientos, técnicos y mecánicos se afanan en la oscuridad, apenas rota por unas linternas de luz roja.

File:Nakajima B5N2 green.jpg
Nakajima B5N «Kate» Torpedero y explorador

Entretanto, lo importante vuelve a ser, como siempre, localizar al enemigo. Sin embargo, esta vez Nagumo espera que los norteamericanos se hagan visibles, cerca de Guadalcanal, pues la noche anterior su base ha sido objeto de un ataque brutal, a manos de los grandes cañones de la flota. ¿Qué mejor blanco? No deja de ser paradójico que, tras haber desarrollado una de las mejores flotas aeronavales del mundo, los nipones sigan anclados en las viejas tradiciones de la guerra naval a cañonazos. Sus almirantes consideran que los grandes buques que han bombardeado el aeródromo Henderson deberían de ser un cebo ideal.

Leer más

La batalla de Santa Cruz (VIII). Sobresaltos al amanecer.

Es noche cerrada, y en los puentes de docenas de barcos, estadounidenses o japoneses, los marineros se preguntan que les traerá el nuevo día. ¿Muerte y destrucción? ¿Victoria? No cabe duda que la sensación reinante debe ser una mezcla de ansiedad, de deseo de combatir y derrotar al enemigo, pero también la inevitable certidumbre de que, en realidad, desearían estar en cualquier otro sitio con sus barcos. En este baile terrible, el primer susto será para los japoneses. El 26 de octubre solo tiene un minuto cuando los vigías de la Fuerza de Vanguardia del contralmirante Abe escuchan un zumbido en la oscuridad, se trata de otro de los omnipresentes Catalina, tan fáciles de derribar, de día, cuando es posible verlos.

El destructor Isokaze («Viento Ligero»), iba armado con seis piezas de 127 mm y ocho tubos lanzatorpedos de 610 mm

A bordo del “billete de ida sin retorno”, como lo llaman los pilotos estadounidenses, el alférez de fragata George Clute espera que su observador de radar defina los blancos que navegan frente a él. Son las 00.22 cuando radia el aviso: enemigo detectado a 7º14’ de latitud sur y 164º15’ de longitud este, está a unos 480 km de la Task Force 61. Luego, cuando ya son las 00.33, el avión cae para lanzar dos torpedos contra un “crucero” que resulta ser el destructor Isokaze. Después, como ya ha sucedido en otras ocasiones, el Catalina se aleja sin haber avisado del rumbo, de la velocidad y de la fuerza del enemigo avistado. Tal vez el piloto ni tan siquiera observa como el barco atacado tiene que hacer un giro cerrado para evitar el torpedo que a punto está de abrirle el costado.

Leer más

Viento divino – El fenómeno kamikaze japonés (XIII). Selección de blancos y carga de bombas.

A los kamikazes se les recomendaba que obtuviesen una visual de sus blancos desde una altitud de más de 6.100 metros.

Estando ya a más de 8 km del blanco, un grupo kamikaze debía dispersarse para que los aviones pudiesen realizar sus ataques desde tantas direcciones, niveles y ángulos como fuese posible –de nuevo para presentar la máxima dificultad para las defensas antiaéreas. Los blancos se elegían por orden de preferencia: portaaviones, acorazados, cruceros y transportes; de hecho, los kamikaze mostraban una tendencia a concentrarse en torno al buque más grande de cualquier formación. También hacían otro tanto sobre el primer navío dañado.

Leer más

La batalla de Santa Cruz (VII). Un japonés dubitativo.

El fracaso del ataque de la escuadrilla del USS Enterprise durante la tarde del 25 de octubre se basaba en dos culpables fundamentales. Por un lado, el alto mando estadounidense, que había lanzado un raid demasiado tarde, sufrido terribles malentendidos en las órdenes y sobreentendidos en las comunicaciones, y cuyos pilotos se habían visto obligados a volver y aterrizar de noche sin haber logrado nada positivo, como explicamos en la entrada anterior.

El estilizado Shokaku, uno de los mejores portaaviones de la Flota Imperial

Sin embargo, toda batalla es un juego a dos bandos y los japoneses también habían tenido algo que ver con este terrible resultado final. Vamos a remontarnos al amanecer de aquel 25 de octubre, cuando un ordenanza despertó al jefe de la 1.ª División de Portaaviones para informarle de que los cazas de cobertura habían informado del derribo de un avión enemigo, probablemente un explorador que podría haber comunicado a su base la presencia del Shokaku y el Zuikaku, los dos últimos grandes portaaviones de flota japoneses. De inmediato, y con la intención de “desorganizar al enemigo” el vicealmirante al mando ordenó virar hacia el nordeste, a 20 nudos. ¿Por qué una maniobra tan pusilánime?

Leer más

La batalla de Santa Cruz (VI). Primer desastre.

Estamos a 25 de octubre de 1942, en algún punto del Pacífico. Han pasado muchas cosas desde la fulgurante agresión japonesa a Pearl Harbor. Los nipones se han extendido por el pacífico, hasta ser detenidos en el mar del Coral y en la batalla de Midway. Ahora, con la situación un tanto más equilibrada, se combate por una isla perdida de la cadena de las Salomón. Un lugar del mundo en el que nadie se habría fijado nunca, de no ser por esta batalla: Guadalcanal.

Isla de Guadalcanal

La isla, remota, fue ocupado primero por los japoneses y después conquistada por los marines norteamericanos, que han establecido en ella una base que impide la expansión hacia el sur del Imperio nipón. Mientras, en tierra, se suceden combates y escaramuzas, en el mar, donde los norteamericanos son amos del día y los japoneses señores de la noche, el imperativo es suministrar y reforzar la isla. Todo ello nos lleva a la batalla de las islas Santa Cruz. Ya tuvimos ocasión de hablar de la flota japonesa y del mando norteamericano, así como de las Task Force desplegadas por estos últimos. También dedicamos una entrada a la detección de las flotas contrarias, un factor crucial en el pacífico, y de la situación táctica en la que se encontraban los estadounidenses que, insuflados por el ánimo agresivo del vicealmirante Halsey, su nuevo comandante en jefe en la zona, estaban dispuestos a darlo todo por acabar con algún japonés.

Leer más

La batalla de Santa Cruz (IV). Primer contacto.

Al amanecer del día 25 de octubre de 1942, el contralmirante Kinkaid arrumbó la TF 61 hacia el noroeste, a 22 nudos, para llevar a cabo el barrido que se le había ordenado. Entretanto, hacía ya tiempo que habían despegado, desde Espíritu Santo, los aviones enviados a buscar a la flota japonesa. Como vimos anteriormente, en la citada base había dos tipos de aviones que tuvieran un radio de acción lo suficientemente grande como para cubrir la zona de operaciones. Por un lado, estaban los B-17, con un alcance de más de 3200 km, y por otro los PBY Catalina, que no solo podían alcanzar los 4000 km, sino que, además, al ser hidroaviones, podían operar desde bases avanzadas. Eso fue exactamente lo que decidieron los mandos estadounidenses, que enviaron el USS Ballard, un buque de apoyo a hidroaviones, a la isla de Vanikoro (una de las Santa Cruz), un lugar infestado de malaria, pero mucho más cerca de los japoneses, para establecer un puesto de reabastecimiento.

Un B-17 sobrevuela el Pacífico. Solos en medio de aquella inmensidad, y en busca de un enemigo que bien podía derribarlos, no se puede dudar de la valentía, o del sentido del deber, de los tripulantes de estos aviones.

Aquella mañana, despegaron para patrullar el océano 10 Catalina y 6 B-17. En ambos casos, la operativa era similar. Cada avión partía en un rumbo determinado y recorría una distancia concreta, la que se le encomendara, momento en el que viraba, recorría una cuerda de arco y volvía a la base, con lo que su recorrido se asemejaba a una cuña de pizza. Es importante no olvidar que el alcance de los aviones, antes indicado, debía incluir el vuelo de vuelta, así que los Catalina podían volar, como mucho, 2000 km hacia el enemigo, y los B-17 menos.

Leer más

La batalla de Santa Cruz (III). TF 61, 64 y 63, las fuerzas estadounidenses.

Tras explicar el drástico cambio de mando surgido en el cuartel general de la Fuerza del Pacífico Sur con la llegada del vicealmirante William F. Halsey, vamos a tomarnos, tal y como adelantábamos en la entrada anterior, unas líneas para describir la organización de las fuerzas navales estadounidenses en el sector.

Abajo a la derecha podemos ver la zona de operaciones del Pacífico sur. Su linde rectilínea con la zona del sudoeste, dirigida por el general McArthur, iba a dar pie a muchos problemas.

El elemento principal, cuya misión era dar el barrido por el norte de las islas Santa Cruz, una maniobra especialmente arriesgada en comparación con lo que había sucedido hasta entonces, era la TF 61 (TF por Task Force, que podríamos traducir, de forma amplia, como agrupación de combate, aunque resulte más literal el término fuerza especial). Esta fuerza estaba bajo el mando del contralmirante Thomas C. Kinkaid (1888-1972), quien había estado al mando de una división de cruceros en las batallas del Mar del Coral y de Midway y luego, tras caer Halsey enfermo, había ocupado el puesto de este al mando de la TF 16 (sobre la que ahora volveremos). Quiso la casualidad que, a su vuelta al servicio, Halsey, como vimos en la entrada anterior de esta serie, acabara por ocupar la plaza del vicealmirante Ghormley y no la de Kinkaid. La TF 61 estaba dividida en dos fuerzas individuales.

Leer más

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies