“Atacar, repito, atacar, el comandante en jefe del Pacífico sur ordena acción a las TF61 y 64”. Ya hemos visto cómo el avistamiento de la flota japonesa animó al vicealmirante Halsey a lanzar a sus portaaviones contra el enemigo, pero, ¿qué sabía Halsey, o por las mismas el contralmirante Kinkaid, de la fuerza a la que se enfrentaban? Si el lector recuerda las entradas anteriores, los aviones de patrulla estadounidenses habían avistado la flota avanzada del almirante Kondo, con dos acorazados, cuatro cruceros pesados y un portaaviones, y también la de vanguardia del contralmirante Abe, con dos acorazados y tres cruceros. Parece que el catalina del Teniente Hampshire indicó también la presencia de dos portaaviones japoneses ¿podían ser el Shokaku, el Zuikaku o el Zuhio? Acosados por la caza, la tarea de los aviones de reconocimiento no solía ser fácil, y la información no siempre llegaba a su destino correctamente.
Tampoco es que la situación táctica de los portaaviones de Kinkaid fuera ideal ya que para atacar los japoneses tenía que aproar su flota hacia el noroeste, de modo que, si bien se reducía la distancia entre ambas flotas, al tener el aire de popa los grandes navíos norteamericanos tenían que virar 180 º para aproar al viento cada vez que quisieran lanzar o recoger aviones, lo que suponía una pérdida de tiempo. Los japoneses no tenían ese problema.
El viento no era la única complicación dispuesta a fastidiar a las fuerzas aeronavales estadounidenses. Mientras los avisos de avistamiento iban y venían, el teniente William K. Blair, a bordo de un Wildcat, informó de que su motor daba problemas y tenía que aterrizar, pero no podía hacerlo con el tren de aterrizaje bajado porque desestabilizaba todo el avión. Tenía que posarse sobre la panza. La maniobra se intentó, pero, por alguna razón, ni Blair ni el oficial de vuelo se dieron cuenta de que el Wildcat no había bajado el gancho que ayudaba a los aviones a frenar gracias a una serie de gruesas gomas que cruzaban la cubierta, por lo que el aparato se deslizó libremente hasta topar con la red de contención final, rebasarla y caer sobre un grupo de SBD Dauntless, de los que tiró uno al mar y destrozó tres. Estos cuatro aviones destruidos, más el suyo, le valdrían el apodo de “as japonés”, que sin duda no debió de hacerle ni pizca de gracia. Menos divertido todavía resultaba el hecho de que, antes incluso de entrar en combate, el Enterprise perdía un caza y cuatro bombarderos en picado.
Parece que eran ya en torno a las 11.50 cuando Kinkaid recibió aviso en firme de que se habían avistado dos portaaviones japoneses, navegando con rumbo sudeste, a 355 millas en dirección oeste-noroeste desde su flota. Fue entonces cuando decidió acelerar el andar hasta los 27 nudos y lanzar su ataque, sin embargo, a continuación, tomó una decisión un tanto extraña. Desde el día anterior, los dos portaaviones estadounidenses se habían dividido el trabajo de la siguiente manera: el Enterprise se encargaba de la patrulla aérea de combate, la fuerza de cazas que protegía la flota, mientras que el Hornet debía de tener listo un grupo de ataque que pudiera despegar nada más ser avistado el enemigo. Sin embargo, aquel día 25 Kinkaid ordenó que fueran los aviones del Enterprise los que encabezaran la ofensiva, y que los del Hornet esperaran para actuar como segunda oleada. Cambiaba pues tiempo (un factor vital pues quien golpeaba primero podía ser el ganador absoluto en un instante) por potencia de ataque. También es posible que su decisión se basara en que los Wildcat del Enterprise tenían dos depósitos suplementarios de combustible bajo las alas, lo que les daba más autonomía que los del Hornet, que solo tenían uno bajo el fuselaje. Tenía cierta lógica pues al navegar hacia el enemigo, era de prever que la primera oleada tuviera que recorrer más distancia que la segunda.
En todo caso, Kinkaid también quiso asegurarse, por lo que a las 13.36 horas ordenó que despegaran 12 Dauntless de la escuadrilla Scouting 10, comandados por el capitán de corbeta James R. “Bucky” Lee, para hacer un barrido en dirección 280 º, con un arco de más menos 10 º, a una distancia de unos 320 km. Por supuesto, la idea no era esperar a que estos aviones volvieran a avistar al enemigo para enviar los grupos de ataque, sino que se encargarían de dar información de última hora para que estos pudieran variar su trayectoria y caer directamente sobre la víctima.
De hecho, el grupo del Enterprise despegó a las 14.08. Les dedicaremos la próxima entrada.
Vaya, cortáis cuando se pone interesante.
En los tiempos previos a los aviones de alerta temprana había mucho arte (ciencia también) en saber sacar todo el jugo a la información recibida que siempre era fragmentada. Y luego tomar la decisión más adecuada.