La batalla de Santa Cruz (II). El mando norteamericano.

Empecemos esta segunda entrega con un equívoco, porque la idea que enunciábamos al final de la entrada anterior de que dos portaaviones valen el cuádruple que uno la había emitido uno de los oficiales más singulares de la flota estadounidense, el vicealmirante William F. Halsey, un luchador, un león según Jeffrey R. Cox, y la idea era dar ánimos a sus subordinados, dado que ahora los norteamericanos tenían dos portaaviones en la zona de las islas Santa Cruz. Es curioso que en ningún momento cayera en la cuenta de que los japoneses tenían cuatro (y podrían haber sido cinco de no ser por el incendio a bordo del Hiyo). ¿Cuánto valían cuatro portaaviones?

El portaaviones Enterprise, CV6, fotografiado en el Pacífico.

Sin embargo, confiado, Halsey envió unas órdenes sumamente atrevidas al contralmirante Kinkaid, al mando de la fuerza aeronaval estadounidense en la región (luego nos referiremos a la estructura de las fuerzas estadounidenses en la región). Estas rezaban: “Haga un barrido rodeando por el norte de las islas Santa Cruz, y luego hacia el suroeste por el este de San Cristóbal hasta un punto en el mar del Coral, colocándose en posición para interceptar las fuerzas enemigas que se aproximan [a Guadalcanal o Tulagi]”. A este texto le faltaba un trozo, el que ordenaba a Kinkaid que no se aventurara si llegaba una flota japonesa desde el norte, justo lo que estaba sucediendo, pero estas instrucciones se habían perdido en el éter, y Kinkaid, con la intención de tender una emboscada a cualquier fuerza nipona que tratara de acercarse a Guadalcanal, navegaba ahora hacia su destino.  

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La batalla de Santa Cruz (I). La flota japonesa.

Estamos a 11 de octubre de 1942, la guerra mundial en el Pacífico ya tiene casi un año, un tiempo durante el que han pasado muchas cosas, entre otras la batalla de Midway (4-7 de junio), que ha detenido en seco la expansión japonesa y ha reducido la flota nipona de portaaviones a la mitad. Pero el Imperio del Sol Naciente todavía es un enemigo peligroso. Justo en algún momento de este día, el almirante Isoroku Yamamoto se halla a bordo del Yamato, el acorazado más poderos de la historia, observando como zarpa la Flota Combinada, a la que comandará estratégicamente desde el atolón. Es posible que el japonés no se lo pregunte, pero ¿qué sentido tiene mantener en puerto un buque tan poderoso? Tal vez no se le ha escapado el hecho de que la era del acorazado ha terminado.

El atolón de Truk, durante un ataque norteamericano. Una laguna inmensa capaz de contener a la flota combinada.

La flota que parte de Truk forma parte de uno de los típicos planes navales japoneses: diferentes agrupaciones navegando independientemente desde bases dispersas en pos de un solo objetivo. La misión es apoyar los desembarcos propios en la isla de Guadalcanal, donde los Marines estadounidenses han creado un perímetro alrededor del aeródromo Henderson (Cactus, en clave), que las tropas de tierra niponas tratan de rodear y destruir, sin demasiado éxito. Además, y siempre que sea posible, también sería deseable enfrentarse a la flota norteamericana y darle un par de “cucharadas de Midway”, por restablecer el equilibrio.

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Medalla de Honor – Ernest Edwin Evans

Evans, de sangre Cherokee, nació el 8 de agosto de 1908 en Pawnee, Oklahoma.

En 1931 se graduó en la Academia Naval, donde fue apodado Jefe por sus compañeros de promoción, en parte por su origen y en parte por su capacidad de liderazgo. A la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial en diciembre de 1941, Evans estaba destinado en el destructor USS Alden (DD-211) en el Pacífico, participando en la batalla del Mar de Java en febrero de 1942. Dos semanas más tarde recibió el mando del Alden.

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Viento Divino – El fenómeno Kamikaze japonés (XII). Métodos de ataque

Vistos en la entrada anterior los efectos materiales y morales del fenómeno kamikaze, veremos hoy las distintas tácticas y casuísticas que afrontaban los kamikaze en sus ataques.

A la hora de considerar las tácticas de los ataques kamikaze con aviones, debe recordarse que muchos de los ataques suicidas eran picados improvisados que buscaban el impacto en blancos de oportunidad, y que las unidades kamikaze fueron, a menudo creación de comandantes locales que operaban con las formas y los medios que mejor se adaptasen a sus circunstancias locales.

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Viento Divino – El fenómeno Kamikaze japonés (XI). Efectos materiales y morales

Otro aspecto que debemos abordar en este estudio sobre el fenómeno kamikaze es el de los daños materiales y morales infligidos a los Aliados

La Inspección de Bombardeo Estratégico (USSBS) describiría a los kamikaze como «efectivos y extremadamente prácticos dadas las circunstancias». Lo cierto de esta afirmación queda ilustrado por los resultados de las operaciones kamikazes, en contraposición con los ataques aéreos convencionales, en las Filipinas desde el 25 de octubre de 1944 al 31 de enero de 1945.

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Viento Divino – El fenómeno Kamikaze japonés (X). Opiniones aliadas y japonesas

Quizá el mejor resumen de la motivación que impulsaba a los kamikaze la diese el teniente general Torashiro Kawabe en los interrogatorios de posguerra llevados a cabo por la Inspección de Bombardeo Estratégico (USSBS).

Según relató Kawabe: «creíamos que nuestras convicciones espirituales y fuerza moral podrían contrarrestar vuestras ventajas materiales y tecnológicas. No considerábamos que nuestros ataques fuesen ‘suicidas’. El piloto no comenzaba su misión con la intención de cometer suicidio (en el sentido de inmolarse por un estado de desesperación). Se veía a sí mismo como una bomba humana que destruiría cierta parte de la flota enemiga… y moriría feliz en la convicción de que su muerte era un paso adelante hacia la victoria final».

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Viento Divino – El fenómeno Kamikaze japonés (IX). ¿Voluntarios para la muerte?

La predisposición a la voluntariedad estuvo presente desde el mismo principio, y en ningún momento hubo escasez de voluntarios para las misiones kamikaze.

Y no hay duda de que los pilotos suicidas que llevaron a cabo las anteriores misiones en las Filipinas eran voluntarios en el sentido más literal, motivados por un patriotismo sincero y un sentido del honor. Resulta difícil juzgar que revulsivo era mayor, si el honor personal o la honra nacional.

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