La batalla de Santa Cruz (IV). Primer contacto.

Al amanecer del día 25 de octubre de 1942, el contralmirante Kinkaid arrumbó la TF 61 hacia el noroeste, a 22 nudos, para llevar a cabo el barrido que se le había ordenado. Entretanto, hacía ya tiempo que habían despegado, desde Espíritu Santo, los aviones enviados a buscar a la flota japonesa. Como vimos anteriormente, en la citada base había dos tipos de aviones que tuvieran un radio de acción lo suficientemente grande como para cubrir la zona de operaciones. Por un lado, estaban los B-17, con un alcance de más de 3200 km, y por otro los PBY Catalina, que no solo podían alcanzar los 4000 km, sino que, además, al ser hidroaviones, podían operar desde bases avanzadas. Eso fue exactamente lo que decidieron los mandos estadounidenses, que enviaron el USS Ballard, un buque de apoyo a hidroaviones, a la isla de Vanikoro (una de las Santa Cruz), un lugar infestado de malaria, pero mucho más cerca de los japoneses, para establecer un puesto de reabastecimiento.

Un B-17 sobrevuela el Pacífico. Solos en medio de aquella inmensidad, y en busca de un enemigo que bien podía derribarlos, no se puede dudar de la valentía, o del sentido del deber, de los tripulantes de estos aviones.

Aquella mañana, despegaron para patrullar el océano 10 Catalina y 6 B-17. En ambos casos, la operativa era similar. Cada avión partía en un rumbo determinado y recorría una distancia concreta, la que se le encomendara, momento en el que viraba, recorría una cuerda de arco y volvía a la base, con lo que su recorrido se asemejaba a una cuña de pizza. Es importante no olvidar que el alcance de los aviones, antes indicado, debía incluir el vuelo de vuelta, así que los Catalina podían volar, como mucho, 2000 km hacia el enemigo, y los B-17 menos.

Sin embargo, el primer avión que se topó con los japoneses fue una fortaleza volante. Eran las 9.48 horas cuando, tras enfrentarse a varios Mitsubishi A6M japoneses, más conocidos como Zero, provenientes del portaaviones Junyo, el Teniente Mario Sesso informó de que había avistado una fuerza de superficie japonesa. Más concretamente, se trataba de la Fuerza Avanzada, del vicealmirante Nobutake Kondo, aunque esto, los norteamericanos, aún no lo sabían. Inmediatamente, el contralmirante Fitch ordenó que despegaran doce B-17 desde Espíritu Santo, en busca del enemigo.

El acorazado Kirishima, visto desde estribor. Sobre el fondo, se perfila perfectamente la catapulta lanzahidroaviones, con un Pete encima.

Dado que los aviones de búsqueda habían despegado a la vez, y que las flotas japonesas estaban a distancias similares, no sorprende que en los minutos posteriores a este primer avistamiento menudearan los avisos. A las 10.00, el teniente Robert G. Lampshire, al mando de un Catalina, informó de que había avistado “fuerzas no identificadas”. Sinceramente, aunque previsiblemente fueran japoneses, era poca información. Luego, a las 10.08, otro Catalina contactó con la Fuerza de Vanguardia del contralmirante Abe, al menos eso se deduce del hecho de que el teniente Warren B. Matthews, piloto del hidroavión, informara de que habían sido atacados por dos hidroaviones Mitsubishi F1M, conocidos como Pete, probablemente del acorazado Kirishima.

El avistamiento y ataque por parte de la aviación propia de diversos aviones norteamericanos, solitarios, luego sin duda de exploración, sumado a un incremento de las radiotransmisiones interceptadas a los estadounidenses (independientemente de que pudieran ser descodificadas o no), dejaron muy clara una cosa en la mente de los almirantes japoneses. El enemigo sabía dónde estaban, y pronto iban a tener que tomar decisiones.

El contralmirante Kinkaid, fotografiado a bordo del Enterprise en Julio de 1942

Entretanto, a las 11.03, según los libros de registro, es decir, un poco más de una hora después de su primer aviso, el Catalina del teniente Lampshire envió un mensaje más claro que el de las 10.00. En este, las fuerzas no parecían haber sido identificadas, pero al menos se movían en rumbo 145 º, a 25 nudos, y estaban a 570 km al noroeste de la fuerza comandada por Kinkaid y a 400 de la pista Henderson, en Guadalcanal, que estaba a su alcance. Nada más conocer la noticia, despertó la sangre guerrera del vicealmirante Halsey. Lo habían enviado al Pacífico sur a luchar, y eso era exactamente lo que pretendía hacer. En contraste con las siempre prudentes reacciones del vicealmirante Ghormley, el jefe anterior, Halsey ordenó: “Atacar, repito, atacar, el comandante en jefe del Pacífico sur ordena acción a las TF61 y 64”. Empezaba la batalla de las islas Santa Cruz.

1 comentario en «La batalla de Santa Cruz (IV). Primer contacto.»

  1. Desde luego después de haber vito una destitución fulminante por demasiado prudente, como para no ordenar atacar.
    De esta batalla no he leído nada hasta ahora y no me he querido informar en la wiki, para disfrutar de todos los capítulos…….

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