La batalla de Santa Cruz (X). «Scratch one flattop».

Son las 6.12 horas de la mañana del 26 de octubre de 1942. No hace ni una hora que ha salido el sol, cuando un solitario avión del Shokaku, un Kate, el explorador número 4, sobrevuela la inmensidad de un océano que no está vacío. Finas líneas se dibujan sobre el mar, son las estelas de los grandes buques estadounidenses. El piloto, como para demostrar que no son solo los exploradores norteamericanos los que se extasían ante el descubrimiento de la escuadra enemiga, pierde tiempo sobrevolando y observando la formación enemiga en vez de informar de inmediato de lo que ha avistado, a 320 km al sudeste de donde navega la 1.ª División de Portaaviones.

Un SBD Dauntless lanzando su bomba sobre el objetivo. El nombre indica muy bien sus funciones: Scout-Bomber Diver. Explorador bombardero en picado.

Mientras, los Dauntless enviados por el USS Enterprise sobrevuelan un mar lleno de agrupaciones japonesas: la fuerza de Kondo, la vanguardia de Abe, la 1.ª División de Portaaviones de Nagumo. Son tantas que resulta improbable no toparse con alguna. A las 6.17 son divisados los de Abe, a las 6.45, aparecen los portaaviones de Nagumo. Los “descubridores” (otra vez) son los Dauntless pilotados por los capitanes de corbeta Lee y Johnson, que quince minutos antes se han cruzado con uno de los Kate de exploración japonés, que vuela en dirección contraria. Sería interesante meterse en la mente de los pilotos en ese momento: ¿ataco al enemigo o sigo adelante con mi misión? En el caso norteamericano, como hemos dicho, el éxito acude a la cita. También será así para el japonés.

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La batalla de Santa Cruz (IX). En busca del enemigo.

El 26 de octubre ha de ser el día crucial. Ya sabemos que, a bordo del USS Hornet, todo un grupo de ataque aéreo se mantiene en cubierta, listo para atacar, desde el día anterior. Los japoneses han esperado un poco más, pero a las 4.00 horas de esa misma madrugada se ordena preparar los aviones para un ataque aeronaval. Sin duda soñolientos, técnicos y mecánicos se afanan en la oscuridad, apenas rota por unas linternas de luz roja.

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Nakajima B5N «Kate» Torpedero y explorador

Entretanto, lo importante vuelve a ser, como siempre, localizar al enemigo. Sin embargo, esta vez Nagumo espera que los norteamericanos se hagan visibles, cerca de Guadalcanal, pues la noche anterior su base ha sido objeto de un ataque brutal, a manos de los grandes cañones de la flota. ¿Qué mejor blanco? No deja de ser paradójico que, tras haber desarrollado una de las mejores flotas aeronavales del mundo, los nipones sigan anclados en las viejas tradiciones de la guerra naval a cañonazos. Sus almirantes consideran que los grandes buques que han bombardeado el aeródromo Henderson deberían de ser un cebo ideal.

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La batalla de Santa Cruz (VII). Un japonés dubitativo.

El fracaso del ataque de la escuadrilla del USS Enterprise durante la tarde del 25 de octubre se basaba en dos culpables fundamentales. Por un lado, el alto mando estadounidense, que había lanzado un raid demasiado tarde, sufrido terribles malentendidos en las órdenes y sobreentendidos en las comunicaciones, y cuyos pilotos se habían visto obligados a volver y aterrizar de noche sin haber logrado nada positivo, como explicamos en la entrada anterior.

El estilizado Shokaku, uno de los mejores portaaviones de la Flota Imperial

Sin embargo, toda batalla es un juego a dos bandos y los japoneses también habían tenido algo que ver con este terrible resultado final. Vamos a remontarnos al amanecer de aquel 25 de octubre, cuando un ordenanza despertó al jefe de la 1.ª División de Portaaviones para informarle de que los cazas de cobertura habían informado del derribo de un avión enemigo, probablemente un explorador que podría haber comunicado a su base la presencia del Shokaku y el Zuikaku, los dos últimos grandes portaaviones de flota japoneses. De inmediato, y con la intención de “desorganizar al enemigo” el vicealmirante al mando ordenó virar hacia el nordeste, a 20 nudos. ¿Por qué una maniobra tan pusilánime?

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El despliegue de los aviones en la Kido Butai (I)

Kido Butai es un nombre que no deja de ser evocador. Para quienes no hayan pensado inmediatamente en los seis magníficos portaaviones que formaron la punta de lanza de la ofensiva japonesa en los primeros compases de la Segunda Guerra Mundial, era el nombre de la fuerza aeronaval de la Flota Combinada, la mejor de su época, aunque esta solo duró aproximadamente seis meses, pues en Midway, con la pérdida de los portaaviones Akagi, Kaga, Hiryu y Soryu, se convirtió en una sombra de lo que había sido y la supremacía aeronaval pasó a sus enemigos.

Sin embargo, aun siendo los mejores de su época, los portaaviones japoneses tenían importantes defectos. Uno de ellos, magníficamente explicado por Jonathan Parshall y Anthony Tully en su libro Shattered Sword, que explica la batalla de Midway desde el punto de vista japonés, fue el manejo de los aviones a bordo de los navíos. Nos vamos a permitir explicar cómo era traduciendo y glosando las palabras de los autores antedichos, ya que su interés es extraordinario.

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Incursión japonesa en el Índico (I): Los planes británicos.

Los dos primeros días de abril de 1942 fueron, en el océano índico, un baile inútil en el que la Eastern Fleet británica, comandada por el almirante Sommerville, trató de maniobrar en torno a una flota japonesa cuyas intenciones se conocían, pero nada más. Faltaban datos cruciales: ubicación, rumbo y fechas.

«Una escena de otro tiempo». Acorazados británicos de la clase «R».

Ya explicamos en una entrada anterior lo que estaba en juego en el índico: nada menos que un nudo logístico y de comunicaciones de singular importancia entre los aliados occidentales y el frente africano y el soviético; ya adelantamos que una eventual ocupación japonesa de Ceilán hubiera puesto en jaque una parte importante del esfuerzo de guerra, no contra el Japón, pues este aún no existía, sino contra la Alemania nazi. Sin embargo, los japoneses no querían Ceilán, sino tan solo destruir la poderosa (sobre el papel) flota británica ubicada en torno a la isla, cuya mera presencia fue la que los atrajo hacia el oeste.

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