Catástrofe Báltica, Lituania en la Segunda Guerra Mundial (II).

El 22 de junio de 1941 la Wehrmacht cruzó la frontera germano soviética, empezando así la campaña más cruenta y dura de la Segunda Guerra Mundial. Al noroeste, Lituania se convirtió de inmediato en escenario de guerra. Nada más iniciarse el avance de las divisiones germanas, las guerrillas de la LAF iniciaron una guerrilla contra el Ejército Rojo que llegó a movilizar a unos 100 000 combatientes, de los que 4000 perderían la vida. Solo cinco días necesitaron los rusos para abandonar el país, donde los alemanes instalaron una administración militar provisional.

Una columna motociclista alemana adentrándose en Lituania

Los pogromos empezaron incluso antes. Tras las tropas llegaron los Einsatzgruppen, y estos no tardaron en encontrar voluntarios que les ayudaran a masacrar a la minoría judía del país. Al antisemitismo se unía el hecho de que los judíos, conocedores de lo que estaba pasando en Alemania, se habían decantado siempre a favor de la tiranía soviética como mal menor, y dada la represión que esta había ejercido sobre la población lituana, parecía que había llegado la hora de la venganza. La cifra de muertos causada por la primera campaña “espontánea”, en realidad había sido orquestada por los propios invasores, fue de 6000. A finales de 1941 los ocupantes declararían que el país estaba “libre de judíos”. La campaña se había cobrado 220 000 vidas.

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Catástrofe Báltica, Lituania en la Segunda Guerra Mundial (I).

El inmenso conjunto de intereses y conflictos que supuso la Segunda Guerra Mundial no solo atrapó a las grandes potencias que la lideraron, sino a también a multitud de pequeños países que, a priori, solo aspiraban a la independencia. Tres de ellos países fueron Lituania, Letonia y Estonia, cuyos habitantes habían vivido durante siglos bajo el dominio de imperios extranjeros hasta que, con el derrumbe de la Rusia zarista, alcanzaron la independencia. Los años que siguieron fueron, sin embargo, diplomáticamente muy difíciles, pues tuvieron que elegir entre las dos grandes potencias que crecían junto a ellos. Al oeste el Tercer Reich alemán, cada vez más agresivo y expansionista, y al este el antiguo amo ruso, ahora convertido en la Unión Soviética, empeñado en recuperar los antiguos territorios de los zares.

Los Estados Bálticos tras la independencia. Se puede ver la localidad de Vilna en territorio polaco.

La historia de estos países durante la Segunda Guerra Mundial es especialmente interesante. Perdieron su preciada independencia merced a las cláusulas secretas del pacto germano-soviético de agosto de 1939 y fueron ocupados por la Unión Soviética; fueron “liberados” en el verano de 1941 por los ejércitos de Hitler, pero solo durante un breve lapso de tiempo pues la derrota de Alemania los recolocaría definitivamente bajo el poder de Stalin y sus sucesores hasta finales del siglo XX. Vamos a dedicar pues algunas entradas a explicar el devenir de estos tres Estados, empezando por el más meridional.

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La formación de los oficiales en la Reichswehr (II)

Tal y como narramos en la primera entrada de esta serie, tras dos años de formación, los candidatos a oficiales de la Reichswehr, los mismos hombres que tan eficazmente servirían en la Wehrmacht en el futuro, habían pasado por seis meses de entrenamiento en orden cerrado, un año como soldados y suboficiales de bajo rango en algún regimiento y seis meses por la escuela de formación del arma de infantería. Entonces se enfrentaban a un examen que decidía su futuro, pues los que no lo aprobaban solían acabar devueltos a sus regimientos, donde el fracaso llevaba a la mayoría a licenciarse del ejército.

Para los que seguían adelante, tras un año completo (seis meses más después del examen, con el mismo programa), los oficiales eran enviados a las escuelas correspondientes al arma elegida: caballería, artillería, cuerpo de comunicaciones, ingenieros y transporte. En ellas, el año siguiente era similar al anterior, salvo que se insistía más en la táctica. Los estudiantes aprendían también a conducir vehículos a motor, y conseguían el correspondiente permiso. Al final de este curso volvían los siempre aterradores exámenes, que esta vez duraban seis semanas e incluían algunas pruebas orales, tras las cuales una nueva tanda de candidatos era expulsada del programa de formación de oficiales. Los que aprobaban, recibían el título de Oberfähnricht y eran enviados de vuelta a sus regimientos, donde en la última fase de su instrucción como oficiales, servían como jefes de la tropa mientras recibían más clases, efectuaban reconocimientos sobre el terreno y perfeccionaban su aprendizaje de idiomas.

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La formación de los oficiales en la Reichswehr (I)

A pesar de que Hollywood, y no solo ellos, ha querido describir a los oficiales alemanes de la Segunda Guerra Mundial como zombis incapaces de pensar por sí mismo, un mito cuyas interesantes raíces se basan tanto en la incomprensión de su interesante sistema de mando y control como en el argumento de la “obediencia debida” que tanto esgrimieron estos a posteriori para congraciarse con los vencedores, estos conformaron un cuerpo muy bien preparado, flexible y creativo, y fueron una de las armas fundamentales con que contaría la Wehrmacht hitleriana durante la contienda.

El programa básico de entrenamiento de los oficiales quedó definido por la Regulación Militar 29A, emitida en noviembre de 1920 y que iba a estar en vigor hasta 1931. Inicialmente, solo pudieron acceder a las escuelas de formación los oficiales veteranos de la Primera Guerra Mundial, pero a partir del segundo curso: 1921-22, empezaron a ser aceptados también aquellos que no eran veteranos. El sistema de formación tuvo un primer periodo, que podríamos llamar de prueba, hasta 1924, cuando tras una profunda revisión, el mismísimo Hans von Seeckt (comandante en jefe, de facto, del Ejército alemán) ordenó que se aumentara el nivel de exigencia tanto en los requisitos de admisión del candidato como en los programas formativos en las escuelas específicas de cada arma.

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Sherman, el carro de combate estadounidense de la Segunda Guerra Mundial (y XII)

Terminamos hoy nuestra serie de entradas (larga ya) sobre el empleo táctico básico del carro de combate Sherman con uno de los elementos fundamentales de la formación de sus tripulantes. Aunque siempre con el deseo de no tener que ejecutar jamás la maniobra, los carristas tenían que saber qué hacer si, llegado el momento, tenían que evacuar el carro de combate, porque no cabe duda que mientras ellos maniobraban y ejecutaban muchas de las acciones que hemos ido desgranando, el enemigo hacía otro tanto y, a veces, con más éxito.

Para empezar, el reglamento indicaba que solo el jefe de carro podía tomar la decisión de abandonar el vehículo, siempre en función de la situación táctica. Para este tipo de situaciones, las ordenanzas indicaban que: “si un carro de combate es alcanzado o dañado hasta el punto de no poder continuar hasta el objetivo, el jefe de carro emitirá la señal ‘ignorad mis movimientos’ y si es posible el carro se pondrá a cubierto’”. El objetivo de esta señal radiada era evitar que los demás carros de la sección siguieran al que abandonaba el combate, o ajustaran su formación en torno al mismo, en vez de seguir hacia el objetivo.

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Sherman, el carro de combate estadounidense de la Segunda Guerra Mundial (XI)

Comentamos en la entrada anterior de esta serie, larga ya, dedicada al carro de combate Sherman –que junto al T-34 soviético fue, sin duda, uno de los protagonistas más numerosos de los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial–, cómo era, a grandes rasgos, el proceso de disparo de su cañón principal, y poníamos como ejemplo de blanco un tanque alemán Panther. Hoy, precisamente, vamos a dedicar la entrada sobre el Sherman a explicar cómo era el combate entre blindados desde este vehículo.

Llegados a este punto, la primera misión de la tripulación del carro era identificar al enemigo. Huelga decir que no era lo mismo enfrentarse a un PzKpfw que a un Tigre. Una vez identificado el adversario, los carristas, aunque sobre todo su jefe, debían de comparar, en apenas un instante, las ventajas y puntos débiles del enemigo con los propios. Esto puede parecer baladí, ya que sin duda todo el mundo sabía que la parte más vulnerable de un carro de combate era la trasera, pero era importante conocer el calibre y la capacidad de penetración del cañón del contrario y, por ejemplo, si se trataba de un cañón de asalto, carente de torreta y, en consecuencia, incapaz de defenderse sin girar por completo si era atacado por cualquier lado que no fuera el frontal.

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Sherman, el carro de combate estadounidense de la Segunda Guerra Mundial (X)

Tras haber rememorado, someramente, el proceso de puntería y disparo a bordo de un Sherman, y sin dejar de recalcar como ya nos adelantaba Dani en la entrada anterior, la dificultad intrínseca de lleva a cabo todas estas acciones durante una situación de vida o muerte, es importante fijarnos ahora en los demás componentes de la tripulación, pues mientras el tirador efectúa sus cálculos, ellos también tienen tareas que cumplir.

El conductor, ya lo hemos adelantado, tratar de colocar el carro en una posición que cumpla un doble requisito: estar desenfilada del fuego enemigo pero siendo idónea para disparar contra el contrario, y el ametrallador del casco tratar de defender el blindado de un ataque a corta distancia (en este caso sin duda una tarea de menor importancia, en realidad debía de estar listo para ocupar cualquiera de las otras plazas o solucionar cualquier problema que se le ordenara resolver). Entretanto, el jefe de carro debe de elegir qué tipo de munición se va a emplear: fundamentalmente perforante o de alto explosivo, en función del blanco. La cuestión no es baladí: si el objetivo es un carro de combate se utilizarán los primeros, pero si se trata de una pieza contracarro, entonces estos son prácticamente inútiles, lo que hace falta es uno de los segundos. Teniendo en cuenta que el cargador no tiene por qué saber cuál es el objetivo, un error de concentración del comandante del vehículo puede alcanzar una importancia enorme.

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