Incursión japonesa en el Índico (I): Los planes británicos.

Los dos primeros días de abril de 1942 fueron, en el océano índico, un baile inútil en el que la Eastern Fleet británica, comandada por el almirante Sommerville, trató de maniobrar en torno a una flota japonesa cuyas intenciones se conocían, pero nada más. Faltaban datos cruciales: ubicación, rumbo y fechas.

«Una escena de otro tiempo». Acorazados británicos de la clase «R».

Ya explicamos en una entrada anterior lo que estaba en juego en el índico: nada menos que un nudo logístico y de comunicaciones de singular importancia entre los aliados occidentales y el frente africano y el soviético; ya adelantamos que una eventual ocupación japonesa de Ceilán hubiera puesto en jaque una parte importante del esfuerzo de guerra, no contra el Japón, pues este aún no existía, sino contra la Alemania nazi. Sin embargo, los japoneses no querían Ceilán, sino tan solo destruir la poderosa (sobre el papel) flota británica ubicada en torno a la isla, cuya mera presencia fue la que los atrajo hacia el oeste.

¿En qué consistía la flota de Sommerville? El buque insignia era el acorazado HMS Warspite, que acompañado del portaaviones HMS Hermes, el crucero HMS Emerald y el destructor HMS Vampire se habían unido a los restos de la flota holandesa en el mar de Java: el crucero Heemskerck, el destructor Isaac Sweers y diversos buques menores. Todos ellos tenían su base en el puerto de Trincomalee. Al otro lado de la isla, en el puerto de Colombo, se hallaba fondeada otra flota importante formada por el portaaviones HMS Formidable, los cruceros HMS Cornwall, HMS Dorsetshire, HMS Enterprise, HMS Dragon y HMS Caledon, y seis destructores. Y, finalmente, en la base secreta del atolón de Addu, en el extremo sur de las islas Maldivas, había fondeado un tercer portaaviones, el HMS Indomitable, junto con cuatro viejos acorazados de la clase “R”: HMS Resolution, HMS Ramillies, HMS Royal Sovereign y HMS Revenge.

HMS Formidable, en 1942.

Como podemos ver, una flota importante, pero desequilibrada. Para empezar, los cuatro acorazados de la clase “R” no solo eran buques antiguos, “verlos navegar en fila era un espectáculo salido de 1917” diría uno de los oficiales que sirvió en el índico; sino que además no estaban adaptados para un escenario como aquel, ya que habían sido diseñados para navegar y combatir con la Home Fleet, en torno a las islas británicas, a escasa distancia de sus bases y en un clima mucho más fresco. Tras dos días de operaciones se les iba a acabar el agua, y se iban a ver obligados a volver a la base para reabastecerse.

También es importante hablar de los portaaviones británicos, unos navíos que han quedado ensombrecidos por sus primos norteamericanos a pesar de que tenían algunas cualidades importantes, como por ejemplo que, al estar diseñados para operar en mares más cerrados, estaban potentemente acorazados y, en consecuencia, tenían más capacidad de resistencia frente a los ataques enemigos. Sin embargo, esta misma coraza protectora reducía su capacidad para embarcar aviones (entre todos los tres que hemos sumaban unos 90, frente a los 300 que podían desplegar los japoneses), y los aparatos que embarcaban: cazas biplaza Fulmar y biplanos Swordfish, no estaban demasiado al día.

Sommerville sabía todo esto y orquestó su plan de operaciones en torno a las ventajas y desventajas de su flota. Para empezar, evaluó que los objetivos nipones serían los puertos de la isla: Colombo y Trincomalee, por lo que decidió basar su flota en el atolón secreto de Addu, donde quedaría a salvo de un ataque por sorpresa. En segundo lugar, razonó que las opciones de ataque japonesas podían ser tres: un ataque aéreo nocturno seguido por un desembarco nocturno; un ataque aéreo nocturno seguido por un desembarco al amanecer; y un ataque total diurno. Teniendo en cuenta que para el 1 de abril baría luna llena y que amanecería a las 5.59 horas, indicó que, desde su punto de vista, la más probable era la segunda: un ataque nocturno seguido por un desembarco anfibio a primera hora.

El almirante sir James Sommerville. Se había jubilado antes de la guerra, pero volvió al servicio activo, combatiendo en el Mediterráneo y en el Índico.

Ya hemos dicho que los japoneses no tenían intención alguna de desembarcar en Ceilán, y el equívoco iba a resultar crucial. Para efectuar el desembarco la flota japonesa tenía que llegar físicamente hasta la isla, por lo que Sommerville decidió situarse al sur de la misma, lo suficientemente lejos como para poder lanzar contra ella un ataque aéreo nocturno. Lentos y vulnerables, los Swordfishes basados en sus portaaviones tenían una gran ventaja, la capacidad para usar un radar que los guiara hasta sus objetivos, por lo que la noche era el único momento en el que tenían alguna superioridad. También se pensaba (erróneamente, pues resultarían ser unos expertos), que a los japoneses no les gustaban los combates navales nocturnos, por lo que el plan del británico era esperar, entrar en la zona de influencia de los aviones embarcados japoneses en cuanto se hiciera de noche para llegar hasta ellos con sus aviones y sus buques durante las horas de oscuridad, atacarlos y poder alejarse antes de que se hiciera de día.

HMS Royal Sovereign. Viejo, pero impresionante.

Era una apuesta arriesgadísima en la que cualquier error tendría como resultado la completa destrucción de la flota británica, más aún si tenemos en cuenta que la inteligencia inglesa había evaluado mal el alcance de los aviones nipones, que era mucho mayor que lo que pensaban. Sin embargo, no llegaría a haber batalla. Tras dos días de maniobras al sur de Ceilán, y de búsquedas infructuosas por los cielos del índico, Sommerville, que había sido informado de que el ataque japonés tendría lugar el 2 de abril, llegó a la conclusión de que todo había sido una falsa alarma, y como sus viejos acorazados tenían que rellenar sus depósitos de agua, se retiró. Mientras, el Almirante Nagumo avanzaba lentamente hacia el oeste. Hablaremos de ello próximamente.

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