Rituales y Tradiciones Kamikaze (VII) – ¿Todos los pilotos eran Kamikazes? ¿Eran voluntarios? (2)

Continuamos hoy con la saga kamikaze de GEHM, viendo la segunda parte de testimonios de pilotos japoneses que muestran los sentimientos y pensamientos que albergaban los japoneses cuando los mandos les pedían que se prestaran voluntarios para este tipo de misiones.

Los primeros kamikazes del ejército en las Filipinas fueron principalmente oficiales de la Academia del Aire del Ejército. En Okinawa, sin embargo, fueron principalmente suboficiales a los que se les ordenó convertirse en kamikazes. El general Miyoshi aseguró que no eran buenos pilotos. Quizás la explicación más coherente de por qué los pilotos se prestaban voluntarios para las misiones kamikaze fuera expresada por Takao Musashi, miembro de la 105 Unidad de Caza destinada en el aeródromo de Cebú en las Filipinas.

Musashi afirmó ningún piloto japonés se presataría voluntario para semejante tipo de misiones por voluntad propia, pero en el caso de que se pidieran voluntarios, entonces practicamente todos se ofrecerían para ello. Puso de manifiesto que ningún japonés cuestionaría nunca una orden, y puso énfasis en que el asunto les sería presentado de tal manera que ninguno se hubiera atrevido a otra cosa que levantar su mano. Además, si un piloto no se ofrecía voluntario, los otros pilotos le iban a hacer la vida imposible.

En el Kasumigaura NAC del destacamento de Tokyo, el teniente Shigeo Imamura era instructor de vuelo cuando se tomó la decisión de organizar una unidad de ataque especial con los pilotos de la base. Después de que el oficial al mando anunciara la organización de la unidad y de que los pilotos casados, hijos únicos o primogénitos quedaran exentos, guardó silencio durante unos segundos y solicitó voluntarios. Hubo un golpe seco. Parecía como si todos hubieran dado un paso adelante, incluidos los cadetes y los instructores, Imamura  entre ellos: Aparentemente no presté atención a que yo era el primogénito de la familia Imamura. En realidad, no creo que le diera importancia a nada. Al oir las palabras del oficial al mando di un paso al frente automáticamente. Ofrecerme voluntario para morir por mi país me parecía lo único correcto. ¿Estaba asustado? No, en absoluto.

Las familias de los pilotos de los Cuerpos Especiales de Ataque estaban notoriamente orgullosas de sus hijos, hermanos y familiares que habían realizado el sacrifico supremo, sin embargo, no todos pensaban que el gobierno los hubiera empleado del mejor modo. Muchos sentían que era un derroche de jóvenes patriotas, y otros eran críticos con aquellos que habían ordenado a sus seres queridos a ir a la muerte. Aquellos que habían servido y sobrevivido recordaban a sus camaradas con especial cariño ya que eran los únicos que podían comprender a lo que se habían tenido que enfrentar.

Para con aquellos que no volvieron, las emociones oscilaban desde el orgullo a la sensación de haber sido en vano. Kunihei Kobayashi, cuyo hijo había muerto pilotando una Okha, escribió «¡lo absolutamente vacío que me sentía!». En una carta fechada el 6 de enero de 1951, Motoji Ichikawa, un miembro superviviente del Cuerpo del Rayo escribió: «Las almas de los jóvenes nunca lograran descansar en paz no importa lo mucho que los creadores de los Cuerpos de Ataque Especial pongan de manifiesto las valerosas acciones de los muertos. Se aprovecharon del sincero deseo de los jóvenes de sacrificarse a sí mismos en el altar de la causa de su país cubriendo sus ojos y tapando sus oídos.

Con tanta disparidad de opiniones entre los pilotos japoneses, es fácil entender como los americanos no alcanzaron a entender los motivos de los kamikazes. Para los marineros norteamericanos presentes en los barcos y para los pilotos que volaban las patrullas de combate, los motivos de los japoneses eran difíciles de vislumbrar. El técnico de sónar John Huber, miembro de la tripulación del destructur USS Cogswell, recordó sus sentimeintos respecto de las Okha: «Corría el rumor de que los japoneses estaban utilizando una especie de torpedo volante, llamado «Baka». Se necesita un hombre para pilotarlo. Se desprende de un bombardero pesado volando a gran altura y el piloto suicida lo dirige al barco. Estos tipos deben estar locos.»

Bomba tripulada Okha

Mucho después de que acabara la guerra, muchos de los norteamericanos que sirvieron en las estaciones de radar en Okinawa reflexionaron sobre aquella situación. No era infrecuente escuchar palabras de respeto para los kamikazes. Como puso de manifiesto Bob Rielly, tripulante de la LCS(L) 61, «Eran hombres valerosos». El marinero Charles Brader, de la LCS(L) 65, resumió la experiencia a ojos de los norteamericanos: «Venían en masa a diario, a veces cada hora. Y eran derribados en masa. Solo en contadas ocasiones lograron los kamikazes atravesar nuestras barreras defensivas y estrellarse en los barcos presentes de las bahías de Hagushi o Nakagusuku Wan».

Al margen de como los norteamericanos lo vieran, todavía era difícil de entender. El técnico de sonar Jack Gebhardt, que estaba en el destructor USS Pringle cuando fue hundido por un kamikaze el 16 de abril de 1945 dijo: «Era horrible intentar comprender que alguien picara intencionadamente a través de una lluvia de fuego antiaéreo con el único propósito de inmolarse en una explosión cegadora». El historiador japonés Saburo Ienage escribiría: «Legiones de jóvenes prometedores fueron enviados a una muerte sin sentido».

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