Tanques en la Primera Guerra Mundial. La Primera batalla entre Carros de la Historia.

                Estamos a 24 de abril de 1918 y los alemanes, en plena ofensiva, están decididos a romper el frente británico para llegar a Amiens. Para ello, su 77ª división de infantería ha recibido el apoyo de algunos de sus propios tanques, un leviatán bastante impresionante, si tenemos en cuenta que los alemanes habían llegado tarde a esta carrera armamentística. Se trataba del A7V.

Sturmpanzerwagen A7V, junto con quince de los 18 miembros de su tripulación.

Aquel día la 1ª sección de la compañía A aún se estaba recuperando de un ataque con gas mostaza que había pillado a los tripulantes a descubierto e imposibilitado a varios de ellos, y tan solo disponía de un modelo IV macho bajo el mando del subteniente Frank Mitchell, y de dos hembras, también del modelo IV. Entonces llegaron noticias inquietantes provenientes de la 8ª división británica, que defendía un pueblecito llamado Cachy, no lejos de la localidad de Villiers-Bretonneux: había tanques alemanes en su sector.

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Tanques en la Primera Guerra Mundial, llega la madurez.

                Han pasado los meses, estamos en Junio de 1917 y las tácticas de empleo de los “Landships”, los únicos tanques que no merecen ser llamados carros de combate, han ido evolucionando gracias la práctica y a las teorías elaboradas por el Coronel Swinton, cuyas reglas serán conocidas como “Tank Tips”.

Lusitania, en entorno urbano. En los meses siguientes a su aparición la infantería empezó a considerarlos armas milagrosas.

La acción, exitosa, que vamos a narrar hoy, tuvo lugar en Flandes el día 7 de junio, y si se compara con la que narramos en la entrada anterior, podrá verse hasta que punto había mejorado la situación. Los objetivos del ataque eran tres: expulsar al enemigo de las alturas de la cresta de Wytschaete, denegarle la utilización de las mismas para observar a las tropas propias y proteger el flanco derecho de la futura ofensiva de Passchendaele.

                El Cabo segundo Lee recuerda:

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La Cara y la Cruz, dos visiones de los bombardeos durante la primera guerra mundial.

Para abrir este més de septiembre, queremos recalcar hasta qué punto podían ser distintas las vivencias de los bombardeos durante la primera guerra mundial. Para ello aportamos tres testimonios, todos ellos pertenecientes a la batalla de Verdun:

– El primero son las anotaciones hechas por un simple soldado francés, pillado bajo un diluvio de obuses. Estas anotaciones fueron hechas, supuestamente, bajo el bombardeo. Sin embargo, la tranquilidad con la que escribe el soldado nos llevan a pensar que, o bien se hallaba en un refugio muy seguro, o bien en realidad las redactó después de la batalla.

Resultados de los bombardeos en el sector de Verdún. No quedó nada por destruir.

– El segundo testimonio es el del observador de un globo de observación alemán «Drachen». Uno no puede dejar de notar el tono de euforia de la narración. Este testimonio llegó a manos francesas cuando el globo fue derribado por un avión de caza en territorio propio y el observador que iba a bordo fue capturado. Así son las cosas.

– El tercer testimonio narra el bombardeo dentro de la trinchera, y fue dado por un oficial francés con ocasión de una entrevista posterior.

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Aprendiendo a Volar: las escuelas de pilotos en la Primera Guerra Mundial. (II/2)

Por supuesto el aprendizaje no siempre era tan sencillo. En invierno, las condiciones atmosféricas solían alargar el proceso, y en verano, el calor podía provocar corrientes de aire ascendente que llegaban a ser peligrosas para los aprendices, hasta el punto de que los vuelos de entrenamiento solían hacerse al alba o al atardecer, recibiendo los alumnos permiso para efectuar la prueba del alba en pijama, cuestión de estar listos más rápidamente.

Spad VII B, pintado con los colores del 19th Sqdn, RFC

Otro elemento interesante –en todas las escuelas- eran los instructores. La mayoría eran pilotos “quemados”, algunos de los cuales, como cuentan las memorias de los aprendices, tartamudeaban hasta ser incomprensibles, mientras que otros se limitaban a acomodarse en tumbonas, cerca de los campos de entrenamiento, para observar las evoluciones de sus alumnos. Los consejos que daban también solían ser de lo más variopinto: si se le apaga el motor sobre una zona arbolada –horrible perspectiva- el mejor árbol sobre el que caer es el manzano; y si se le incendia el avión, indicaba otro –perspectiva, si cabe, aún más espantosa- lo que hay que hacer es cortar la gasolina y encomendarse a Dios.

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Aprendiendo a Volar: las escuelas de pilotos en la Primera Guerra Mundial. (I/2)

Cuando comenzó la primera guerra mundial, esta iba a ser corta, y todas las escuelas de pilotos, una afición nueva y moderna que hacía furor entre quienes podían permitírselo, cerraron. Sin embargo la guerra se alargó, lo haría durante cuatro años interminables, y pronto volvieron a ser necesarias las escuelas. En ellas no solo se enseñó a pilotar, sino que las especialidades fueron tomando poco a poco su lugar: ametralladores, bombarderos, observadores; todo ello sin olvidar la instrucción militar, ya que los pilotos, a fin de cuentas, seguían –o debían seguir siendo- soldados.

 

Aquí podemos ver uno de los «pinguinos», para la primera fase del entrenamiendo.

 

No obstante, la finalidad de las escuelas de pilotaje era enseñar a volar, y había dos maneras básicas de conseguirlo. La primera, “inventada” por los franceses y empleada por ellos sobre todo, consistía en que el estudiante se montara, el solo, en sucesivos modelos de avión, y se dedicara a efectuar maniobras cada vez más complicadas hasta que, finalmente, volaba. El otro sistema empleó el avión con doble mando, modelo que había sido creado por los hermanos Wright. Este sistema fue el adoptado por los ingleses, y por otros muchos, pues ofrecía la posibilidad de un entrenamiento. Esto motivó que al final muchas escuelas francesas también acabaran pasándose a este sistema.

No obstante, dado que el sistema inglés es más conocido, en estas entradas nos centraremos en el otro, sin duda más… interesante. Lo conocemos bien gracias a un voluntario americano, llamado Reginald Sinclaire, que aprendió a volar en la escuela de Avord –una de las más importantes, con un millar de estudiantes y alrededor de 1.300 aviones- durante el año 1917.

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Verdun: La Trinchera Cercada. El Testimonio del Abad Polimann (III/3)

Desde mi puesto de observación, bastante rústico, interrogué el horizonte buscando a los salvadores a los que aún estábamos esperando. En torno a las 14:00, otro problema: resulta que algunos individuos, equipados con aparatos de líquido inflamable colgados de la espalda, salen de sus trincheras a ochenta metros de mí. Pero son avistados, y eso bastó, un sargento y varios granaderos les ajustaron las cuentas rápidamente.

Las trincheras hoy. Casi cien años después, la tierra aún no ha sido capaz de recuperarse.

A pesar de todo la situación se fue haciendo más y más crítica. Las ametralladoras boches barrían nuestras trincheras con facilidad, pues podían ver todos y cada uno de nuestros movimientos. Recomendé a mis hombres que debían actuar con la mayor precaución; pero a pesar de todo otro ametrallador recibió un tiro, cerca de mí, ya que  el rincón en el que me hallaba era un objetivo especialmente favorecido, pues que los alemanes podían ver mis señales ópticas. A pesar del riesgo, tenía que comunicar con la retaguardia a toda costa.

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