Tanques en la Primera Guerra Mundial. La Primera batalla entre Carros de la Historia.

                Estamos a 24 de abril de 1918 y los alemanes, en plena ofensiva, están decididos a romper el frente británico para llegar a Amiens. Para ello, su 77ª división de infantería ha recibido el apoyo de algunos de sus propios tanques, un leviatán bastante impresionante, si tenemos en cuenta que los alemanes habían llegado tarde a esta carrera armamentística. Se trataba del A7V.

Sturmpanzerwagen A7V, junto con quince de los 18 miembros de su tripulación.

Aquel día la 1ª sección de la compañía A aún se estaba recuperando de un ataque con gas mostaza que había pillado a los tripulantes a descubierto e imposibilitado a varios de ellos, y tan solo disponía de un modelo IV macho bajo el mando del subteniente Frank Mitchell, y de dos hembras, también del modelo IV. Entonces llegaron noticias inquietantes provenientes de la 8ª división británica, que defendía un pueblecito llamado Cachy, no lejos de la localidad de Villiers-Bretonneux: había tanques alemanes en su sector.

El capitán Brown, jefe de la compañía, se puso en marcha, a pie, a las 09:45; y tras el marcharon sus tres <coches>. Toda la unidad avanzó siguiendo la linde del bois d´Arquenne sin saber que pronto iban a protagonizar una de esas <primeras veces> de la historia militar. Y es que no lejos de su camino se hallaban el <Schnuck>, el <Siegfied> y el <Nixe>, tres carros del Grupo III alemán cuyos números de matrícula eran el 504, el 525 y el 561 respectivamente.

                El primer encontronazo tuvo lugar a las 10:20, cuando el <Nixe> abrió fuego contra los dos modelo IV hembra. Estos, armados tan solo con ametralladoras, tuvieron que retirarse a toda prisa, dejando solo al tanque del subteniente Mitchell. Esto fue, en palabras del propio Mitchell, lo que sucedió a continuación:

Aquí tenemos al Schnuck, con sus bordes redondeados y su aspecto de tortuga, aunque no es el Nixe.

                “Informé a la tripulación y un intenso escalofrío recorrió nuestras espinas dorsales. Abriendo la trampilla, miré hacia el exterior. Allí fuera, a unas 300 yardas [270m], estaba avanzando un monstruo achaparrado y de esquinas redondeadas; tras él venían oleadas de infantería, y más atrás, por la izquierda y por la derecha, se arrastraban dos más de aquellas tortugas acorazadas. ¡Por fin! Ahí teníamos a nuestros rivales. ¡Por primera vez en la historia los tanques se enfrentaban a los tanques!

                Los artilleros de las piezas de seis libras se agacharon sobre el suelo con sus espaldas contra el mamparo del motor y cargaron sus cañones llenos de expectación. Seguimos manteniendo un avance en zigzag, abriéndonos paso por las líneas de trincheras cavadas a toda prisa, y al llegar cerca de la pequeña cintura protectora de alambre de espino, giramos a la izquierda. El artillero derecho, escrutando el exterior a través de su estrecha ranura, hizo un tiro, para calcular la distancia, cuyo proyectil estalló más allá del tanque enemigo. No hubo réplica. El proyectil de un segundo disparó estalló justo a la derecha, pero nuevamente, no hubo réplica.

                Siguieron más disparos por nuestra parte, hasta que, repentinamente, un huracán de granizo golpeteó contra nuestro costado de acero, llenando el interior con miríadas de chispas y de esquirlas volando en todas direcciones. Algo cascabeleó contra el casco de acero del conductor, sentado junto a mí, y mi rostro sufrió los impactos de varios fragmentos de metal diminutos. La tripulación se arrojó al suelo. El conductor agachó su cabeza y condujo directamente hacia delante. Por encima del rugir del motor sonó el “stacatto” rat-tat-tat-tat de las ametralladoras, y más chorros de balas rociaron nuestro costado de acero, las esquirlas golpeando sonoramente contra el mamparo de protección del motor. El tanque “Jerry” [apelativo con el que se referían a los alemanes] acababa de propinarnos una andanada de proyectiles perforantes.

Otra visión de un A7V, en esta ocasión en 1918, avanzando por una carretera junto a algunos de sus iguales.

                Aprovechándonos de la ventaja que suponía una hondonada del terreno… maniobramos para que el artillero izquierdo pudiera apuntar contra nuestro blanco, que seguía en movimiento. A causa de las heridas sufridas por el gas, el artillero tenía que trabajar con una sola mano, y debido a que su ojo derecho estaba hinchado, apuntaba con el izquierdo. Peor aún, como el terreno estaba profundamente herido por agujeros de obús, avanzábamos dando tumbos como un barco en mala mar, lo que hacía aún más difícil apuntar con precisión…

                Vamos a dejarlo aquí por ahora, y en una próxima entrada terminaremos el testimonio de Mitchell y conoceremos el resultado de esta batalla.

Viene de Tanques en la Primera Guerra Mundial, llega la madurez.

Sigue en Tanques en la Primera Guerra Mundial. El Final del Primer Combate.

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