La Guerra Dakota de 1862 (V). Las semillas de la violencia.

Como narramos en la entrada anterior, los Dakotas habían firmado dos tratados con los Estados Unidos, uno en 1837 y otro en 1851, ambos fallidos. Por la parte de los estadounidenses, por una mezcla de avidez, negligencia y desinterés, que nadie piense que los colonos que se instalarían posteriormente en las tierras “compradas” a los indios lo hicieron con la intención, o el conocimiento, de usurpar algo que no les pertenecía. Por otro lado, tal vez sería injusto considerar a los expoliados como criaturas inocentes e incapaces de malicia. Sin duda sus jefes tendrían sus propias ambiciones. Y tampoco hay que olvidar que al dejar de ser nómadas y sedentarizarse, el cambio cultural que se les pedía era enorme.  

Delegación Dakota para la firma de un tratado. Posiblemente en Washington en 1858.

Como dijimos en su momento, la situación aún iba a empeorar. Cuando el tratado de 1851 llegó al Senado estadounidense, este inició un larguísimo proceso de ratificación que acabó con la eliminación de la cláusula que permitía que los indios mantuvieran una reserva en Minnesota. Según el cuerpo legislativo, habían vendido sus tierras y debían abandonarlas. Además, la tardanza tuvo dos consecuencias inmediatas. Para los colonos que empezaban a concentrarse al este del Mississippi, sin recursos ni trabajo, a la espera de que se abriera el acceso a las nuevas tierras, ponerse en marcha era una cuestión vital. O se instalaban en de una vez al oeste del Mississippi o sus ahorros desaparecerían y no tendrían cómo sobrevivir. Así que muchos cruzaron sin esperar más instrucciones, internándose en Minnesota. Para los indios, que esperaban la ratificación del tratado para empezar a cobrar lo que se les debía, y que vieron como los colonos invadían sus tierras y se instalaban en ellas sin haber recibido nada, debió de ser ultrajante.  

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La Guerra Dakota de 1862 (IV). La llegada del «hombre blanco».

¿Quiénes eran los indios que tan repentinamente habían decidido alzarse contra los colonos de Minnesota? Sabemos que pertenecían a las bandas guerreras de los Sioux Santee, o del este, divididos en cuatro tribus: Mdewakanton, Wahpekute, Sisseton y Wahpeton. Se daban a sí mismos el nombre colectivo de Dakota, que quiere decir “aliados”. Más allá, en las llanuras en dirección oeste, se extendían otras tribus que no forman parte de esta historia como los Yankton, Yanktonai y Teton o Lakota.

Sioux Dakota. Se pueden apreciar tanto atuendos tradicionales como ropa occidental.

Los primeros contactos de estas tribus con los blancos habían sido, en general, amistosos. Los recién llegados traían mercancías apetecibles, y muchos acabaron por casarse e integrarse en las sociedades tribales como uno más. Sin embargo, como había sucedido y sucedería en el resto del continente, las visitas se convirtieron en una riada que incluyó soldados, agentes del gobierno, misioneros y colonos que, lejos de integrarse en las tribus, se instalaron aparte y empezaron a construir su propia sociedad.

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La Guerra Dakota de 1862 (III). La teoría de la conspiración.

Mientras Henry Behnke cabalgaba hacia la cercana población de Traverse des Sioux y los ciudadanos de New Ulm se preparaban para defender su pueblo. ¿Qué sabían realmente de lo que estaba pasando a su alrededor? Sin duda, los atacados en la primera emboscada habían dado una cifra de agresores (probablemente exagerada); y cada uno de los colonos que había abandonado su granja traía su propia historia de terror, pero muchos no habían visto un solo indio. Al igual que había sucedido con la caravana de ciudadanos que había abandonado New Ulm aquella tarde del 18 de agosto, muchos no habían llegado a avistar un solo indio. ¿Cuántos había pues allá afuera? En las reservas muchos, pero, ¿eran todos hostiles?

Si en el pueblo se hacían estas preguntas, cuando la información llegó a oídos de Alexander Ramsey, el gobernador de Minnesota, lo sucedido en la región era ya un cataclismo. Lo cierto es que más allá de las exageraciones, las cifras de lo que sucedió durante aquellos días son impactantes. En total iban a ser asesinados más de trescientos cincuenta colonos, cifra a la que hay que añadir los heridos y aquellos que abandonaron sus hogares. Condados enteros vieron como la población blanca desaparecía en cuestión de horas. Finalmente, hay que mencionar a los cautivos, como Mary Schwandt, la mujer que había visto el cielo rojo, capturada por los mismos indios que habían asesinado a cinco miembros de su familia a la orilla del río, mientras trataban de escapar.

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La Guerra Dakota de 1862 (II). El ataque de los sioux.

La escena podría parecer idílica. Henry Behnke, escribano del juzgado de New Ulm, cabalga por la pradera de Minnesota en dirección oeste junto con una caravana de carromatos. EL joven reclutador y sus acompañantes disfrutan de la benigna temperatura de agosto y del previsto éxito de su misión: reunir voluntarios para los ejércitos de la Unión. El único problema es el hombre que yace sobre el camino con un tiro en el cuerpo, justo delante del puente que cruza un barranco.

Sioux del valle del Minnesota

Los hombres corren a ayudar al herido, momento que elige una partida de indios para destapar la emboscada surgiendo de entre la maleza. El tiroteo que sigue es confuso. Varios de los reclutadores mueren de inmediato. Dos de los conductores de los carromatos viran bruscamente y azuzan a los caballos de vuelta hacia New Ulm mientras que otros dos deciden cargar contra los agresores con sus vehículos para dispersarlos, seguramente con éxito, pues los sorprendidos colonos aprovecharán el quinto para cargar a los heridos y a los muertos antes de volver a su punto de partida. Solo falta Behnke.

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La Guerra Dakota de 1862 (I). La Guerra de Secesión.

Tras la derrota, más psicológica que real, del general McLellan y su Ejército del Potomac en las batallas de los siete días de finales de junio de 1862, la Guerra de Secesión había llegado a una especia de empate que llevó a las autoridades de Washington a proponer un cambio de estrategia. En vez de tratar de tomar Richmond, la capital confederada, ascendiendo por la península del río James, el ataque iba a llevarse a cabo desde el norte, y en vez de utilizar el Ejército del Potomac, Lincoln decidió crear una fuerza nueva, el Ejército de Virginia, que puso bajo el mando del general John Pope (1822-1892).

El general John Pope, con un toque napoleónico.

Pope había venido del oeste, donde se había labrado la reputación de ser una persona a la vez controvertida y eficaz. Había comandado tropas en Missouri y, sobre todo, el Ejército del Mississippi, con el que había conquistado New Madrid y tomado la Isla n.º 10, una poderosa posición fortificada en el centro del gran río, armada con cincuenta y ocho cañones, que bloqueaba la navegación hacia el sur. Tras haber abierto el Mississippi hasta Memphis, en Tennessee, Pope, considerado un fanfarrón por sus compañeros, y con una excesiva tendencia a meterse en política, estaba listo para ser llamado a los campos de batalla del este. Lo que sucedió no mucho después. Frases como: “vengo del oeste, donde solo hemos visto la espalda de nuestros enemigos”; o “mi cuartel general estará sobre mi silla de montar”, no tardarían en ayudarle a enajenarse la buena voluntad de los jefes de los cuerpos de ejércitos federales en Virginia, que además preferían a McLellan.

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