Ambas compañías se pusieron en marcha, no obstante en principio manifestaron su perplejidad porque para cumplir las especificaciones deberían adoptarse soluciones de ingeniería contradictorias.
Una de ellas, Mitsubishi, tenía en plantilla a un ingeniero de extraordinarios conocimientos y capacidad de organización, así lo había demostrado con el diseño del Claude y así lo denotaría con el nuevo desafío. Jiro Horikoshi, graduado por la Universidad de Tokio había tenido la oportunidad de conocer de primera mano los procedimientos de diseño y fabricación así como las tendencias aeronáuticas europeas, quedando prendando por la sutiliza de los diseños de Emile Dewoitine. Hacía poco que la compañía Mitsubishi se había desprendido de la influencia de sus ingenieros Alexander Baumann –alemán– y Herbert Smith –inglés– y tiraba de sus intelectos nativos, así que el nuevo diseño y el anterior serían puramente japoneses.