Medalla de Honor – Donald E. Ballard

Ballard nació el 5 de diciembre de 1945 en Kansas City, Missouri. A los 20 años de edad, casado y con un trabajo en la consulta de un dentista, se alistó a la Marina de Estados Unidos en 1965.

Pasó en periodo de instrucción básica y a continuación, debido a la abundancia de asistentes de dentista en las filas, se le ofreció asistir a la escuela de asistentes de cirugía. Tras servir durante un tipo en un quirófano, le sugirieron que se prestase voluntario para servir como sanitario en el Cuerpo de Marines. Fue enviado a una base del teatro mediterráneo, donde su unidad llevó a cabo varias maniobras de desembarco anfibio en la isla de Córcega.

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La batalla de Santa Cruz (X). «Scratch one flattop».

Son las 6.12 horas de la mañana del 26 de octubre de 1942. No hace ni una hora que ha salido el sol, cuando un solitario avión del Shokaku, un Kate, el explorador número 4, sobrevuela la inmensidad de un océano que no está vacío. Finas líneas se dibujan sobre el mar, son las estelas de los grandes buques estadounidenses. El piloto, como para demostrar que no son solo los exploradores norteamericanos los que se extasían ante el descubrimiento de la escuadra enemiga, pierde tiempo sobrevolando y observando la formación enemiga en vez de informar de inmediato de lo que ha avistado, a 320 km al sudeste de donde navega la 1.ª División de Portaaviones.

Un SBD Dauntless lanzando su bomba sobre el objetivo. El nombre indica muy bien sus funciones: Scout-Bomber Diver. Explorador bombardero en picado.

Mientras, los Dauntless enviados por el USS Enterprise sobrevuelan un mar lleno de agrupaciones japonesas: la fuerza de Kondo, la vanguardia de Abe, la 1.ª División de Portaaviones de Nagumo. Son tantas que resulta improbable no toparse con alguna. A las 6.17 son divisados los de Abe, a las 6.45, aparecen los portaaviones de Nagumo. Los “descubridores” (otra vez) son los Dauntless pilotados por los capitanes de corbeta Lee y Johnson, que quince minutos antes se han cruzado con uno de los Kate de exploración japonés, que vuela en dirección contraria. Sería interesante meterse en la mente de los pilotos en ese momento: ¿ataco al enemigo o sigo adelante con mi misión? En el caso norteamericano, como hemos dicho, el éxito acude a la cita. También será así para el japonés.

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Ametralladoras de la Guerra Civil española (I) – Hotchkiss M1914

Antes que se produjera el primer subfusil efectivo y válido, los ejércitos de todo el mundo hicieron acopio de las temibles ametralladoras.

Perfil de la ametralladora Hotchkiss M1914. Fuente: Modern Fire Arms

Tras la Gran Guerra todo combatiente y oficial habían conocido poder destructivo de estás. La década de 1930 vio el nacimiento de nuevos modelos más ligeros. No obstante, al inicio de la Guerra Civil, las fuerzas armadas españolas disponían en sus arsenales de dos modelos principalmente: la Hotchkiss M1914 y la Browning M1895. Hoy toca hablar de la primera de ellas, una venerable y veterana de la Primera Guerra Mundial.

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La batalla de Valmy (1792) – el comienzo del fin de los ejércitos dinásticos.

Librada el 20 de septiembre de 1792, fue uno de los enfrentamientos más destacados de la Guerra de la Primera Coalición (1792-1798).

En julio de 1792, se concentró una fuerza austriaco-prusiana en Coblenza, Renania, con el objetivo de marchar sobre París, rescatar al rey Luis XVI y poner fin a la revolución. Carlos Guillermo Fernando, duque de Brunswick, acompañado por el rey prusiano Federico Guillermo II, se hallaba al mando de una fuerza aliada de unos 84.000 hombres: 42.000 prusianos, 29.000 austriacos, 5.000 hessianos y 8.000 franceses exilados. Brunswick planeaba marchar hacia el oeste con el cuerpo principal flanqueado por dos cuerpos austriacos y pasar entre los dos ejércitos franceses defensores: el Armée du Nord (Ejército del Norte) del general Charles François du Perrier Dumouriez, y el Armée de Centre (Ejército del Centro) al mando del general François Kellermann.

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La batalla de Santa Cruz (IX). En busca del enemigo.

El 26 de octubre ha de ser el día crucial. Ya sabemos que, a bordo del USS Hornet, todo un grupo de ataque aéreo se mantiene en cubierta, listo para atacar, desde el día anterior. Los japoneses han esperado un poco más, pero a las 4.00 horas de esa misma madrugada se ordena preparar los aviones para un ataque aeronaval. Sin duda soñolientos, técnicos y mecánicos se afanan en la oscuridad, apenas rota por unas linternas de luz roja.

File:Nakajima B5N2 green.jpg
Nakajima B5N «Kate» Torpedero y explorador

Entretanto, lo importante vuelve a ser, como siempre, localizar al enemigo. Sin embargo, esta vez Nagumo espera que los norteamericanos se hagan visibles, cerca de Guadalcanal, pues la noche anterior su base ha sido objeto de un ataque brutal, a manos de los grandes cañones de la flota. ¿Qué mejor blanco? No deja de ser paradójico que, tras haber desarrollado una de las mejores flotas aeronavales del mundo, los nipones sigan anclados en las viejas tradiciones de la guerra naval a cañonazos. Sus almirantes consideran que los grandes buques que han bombardeado el aeródromo Henderson deberían de ser un cebo ideal.

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¡Asalto! Acciones de combate de pequeñas unidades en el Frente del Este

Ediciones Salamina acaba de publicar un compendio de acciones de pequeñas unidades en el frente oriental ordenadas en distintas secciones: infantería, blindados, ingenieros, operaciones especiales, guerra en la tundra y la taiga, operaciones soviéticas en ríos, combates en zonas boscosas y guerra partisana.

Uno de los más importantes medios de comprensión que pueden extraerse de la Historia Militar son las acciones de pequeñas unidades basadas en la experiencia personal. Se han publicado una serie de obras que abordan las acciones de pequeñas unidades. Uno de los primeros fue Das Exerzier Reglement für die Infanterie de Freytag-Loringhoven, publicado en 1908 y que trató de mostrar la validez de una selección de contenidos incluidos en el manual de campaña alemán sometiéndolos a la prueba de la Historia Militar.

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La batalla de Santa Cruz (VIII). Sobresaltos al amanecer.

Es noche cerrada, y en los puentes de docenas de barcos, estadounidenses o japoneses, los marineros se preguntan que les traerá el nuevo día. ¿Muerte y destrucción? ¿Victoria? No cabe duda que la sensación reinante debe ser una mezcla de ansiedad, de deseo de combatir y derrotar al enemigo, pero también la inevitable certidumbre de que, en realidad, desearían estar en cualquier otro sitio con sus barcos. En este baile terrible, el primer susto será para los japoneses. El 26 de octubre solo tiene un minuto cuando los vigías de la Fuerza de Vanguardia del contralmirante Abe escuchan un zumbido en la oscuridad, se trata de otro de los omnipresentes Catalina, tan fáciles de derribar, de día, cuando es posible verlos.

El destructor Isokaze («Viento Ligero»), iba armado con seis piezas de 127 mm y ocho tubos lanzatorpedos de 610 mm

A bordo del “billete de ida sin retorno”, como lo llaman los pilotos estadounidenses, el alférez de fragata George Clute espera que su observador de radar defina los blancos que navegan frente a él. Son las 00.22 cuando radia el aviso: enemigo detectado a 7º14’ de latitud sur y 164º15’ de longitud este, está a unos 480 km de la Task Force 61. Luego, cuando ya son las 00.33, el avión cae para lanzar dos torpedos contra un “crucero” que resulta ser el destructor Isokaze. Después, como ya ha sucedido en otras ocasiones, el Catalina se aleja sin haber avisado del rumbo, de la velocidad y de la fuerza del enemigo avistado. Tal vez el piloto ni tan siquiera observa como el barco atacado tiene que hacer un giro cerrado para evitar el torpedo que a punto está de abrirle el costado.

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