Ediciones Salamina acaba de publicar otra de las célebres memorias inéditas en español de soldados ilustres de Napoleón. Jean-Roch Coignet relata sus andanzas desde sus comienzos en el golpe de 18 Brumario y la campaña de Italia hasta Waterloo.
Los vemos en Montebello donde, siendo su bautismo de fuego, nuestro héroe se agacha ante una salva de botes de racimo y condena de inmediato su debilidad respondiendo, «no lo haré», al sargento mayor que grita, «¡no agachéis la cabeza!». Los encontramos en Marengo cuando, arrojado al suelo y sableado, no le quedó más remedio para salvar su vida que aferrarse, sangrando como estaba, a la cola del caballo de un dragón hasta que pudo reunirse con su media brigada, coger un mosquete y disparar incluso mejor que antes; o en las ciénagas heladas de Polonia, donde se vio obligado a tirar de sus piernas con ambas manos para poder sacarlas y dar así otro paso adelante; o en Essling, cuando el cañoneo austriaco hizo volar los morriones de piel de oso de la vieja guardia y despidió trozos de carne humana con tanta fuerza que muchos soldados resultaron derribados por sus impactos; o en la carretera de Vitebsk, cuando con la sola formalidad de un sorteo vemos fusilados a setenta desertores, ofrendados como un último sacrificio a la disciplina menguante de la Grande Armée; o en Maguncia durante los horrores de la fiebre tifoidea, el azote final de la retirada, cuando fue necesario sacar los cañones para obligar a los convictos a cargar las pilas de cadáveres en carros de forrajeo para bascular posteriormente la terrible carga en una gran fosa.