Dos buenos amigos fueron los padres de las fuerzas blindadas norteamericanas, uno más joven no logró participar en la Gran Guerra, como si lo hizo el más viejo al frente del primer cuerpo blindado norteamericano.
El más joven condecorando al mayor
Ambos desarrollaron las tácticas blindadas del ejército estadounidense y ambos tendrían papeles destacadísimos en la guerra que se avecinaba. «Desde el principio nos caímos muy bien», escribió uno del otro. «Ambos éramos estudiantes de la doctrina militar de aquel tiempo. Pare de la pasión que compartíamos era nuestra creencia en los carros de combate, una pasión de la que otros se mofaban en aquellos tiempos».
El hombre que escribió esto mandaba un batallón de los nuevos carros de combate norteamericanos Mark VIII Liberty, aunque los vehículos salieron de las cadenas de montaje demasiado tarde como para que pudieran entrar en acción en los ultimos estadios de la I Guerra Mundial en el teatro europeo.
Graduado en West Point en 1915 estaba visiblemente contrariado por haberse perdido este gran espectáculo. «Supongo que pasaremos el resto de nuestras vidas explicando por qué no participamos en esta guerra. Por Dios, que de ahora en adelante intentaré dejar huella para recuperar el tiempo perdido».
Patton
Y desde luego que lo hizo, aunque por aquellos tiempos toda la atención se la llevaba un extravagante amigo, un colega oficial del ejército destinado como él en Camp Meade, Maryland, que era la comidilla de todo el mundo. Cinco años mayor, era el bravucón famoso por haber mandado el primer cuerpo de carros de combate noreteamericano en Saint-Mihiel y en la campaña del Mosa-Argonne. Por entonces, en el periodo de entreguerras mandaba la 304ª Brigada de carros ligeros en Campo Meade.
Estos dos oficiales ostarban tal pasión por sus carros de combate en aquellos días que ambos «desmontaron uno de los blindados hasta el último tornillo y tuerca y lo volvieron a montar, logrando que arrancara a la primera», según cita en su biografía de Patton el historiador Carlo D’Este. A pesar de lo bien que conocían el oficio ambos oficiales estuvieron a punto de morir en dos ocasiones como consecuencia de sus carros en aquellos años treinta.
El joven Ike se perdió la Gran Guerra
Durante el primer accidente, un cable tensado que unía uno de los carros a otro se rompió de repent mientras los dos oficiales se hallaban en las inmediaciones. El cordón de metal pegó un latigazo a gran velocidad que los derribó. Suerte que no fuera a la altura del cuello, los habría decapitado.
¿Quedaron impactados por aquello? Por supuesto. El más oficial más calmado y joven de los dos escribió: «Estábamos todavía sin palabras para ser conscientes de lo que había pasado, nos miramos y puedo afirmar que él estaba tan pálido como yo». Esa noche, después de cenar, el más viejo de los dos le preguntó al joven «¿estabas tan asustado como yo?» «Aboslutamente, hasta estaba reacio a sacar el tema». Y no era para menos, por años más tarde el que sería presidente de los Estados Unidos escribió: «En realidad solo 12 centímetros no separaron de la muerte».
Ike
Pero no todo quedó ahí, hubo una segunda ocasión de casi reencuentro con la muerte en aquella unidad blindada de los años treinta. En esta ocasión el mayor de los dos, el más rimbombante, estaba disparando una ametralladora del calibre 30 cuando se calentó, brincó y desparramó las balas en todas direcciones. Afortunadamente, de nuevo, la muerte solo pasó a poca distancia de ambos, de manera que no se vio afectado el desarrollo del arma blindada.
Y es que si el mayor de los dos había sido el que mandaba el cuerpo blindado en Francia durante la Primera Guerra Mundial, el otro, que había tenido un papel fundamental en el desarrollo de las táticas de combate blindadas, hecho poco conocido hoy en día, fue el que fundó y gestionó el centro de entrenaiento blindado más grande de Estados Unidos, Camp Colt en Pennsiylvania durante los últimos meses de la la Gran Guerra.
En Camp Meade, en los años posteriores a la gueerra, el joven (West Point 1915) y el menos joven (West Point 1909) entrenaron y experimentaron con sus carros de combate a diario. También solían jugar al poker un par de veces a la semana, ya que eran vecinos en la base, para entretenerse e incluso llegaron a patrullar armados la carretera que llevaba a la base con la esperanza de capturar a unos ladrones que habían estado robando a conductores desprevenidos en dicha carretera.
Patton ataviado de carrista, equipo que él mismo había ayudado a diseñar
No tuvieron éxito con los bandidos, pero lograron desarrollar un cuerpo doctrinal de tácticas de carros de combate a pesar del desinterés del ejército de posguerra, cuya mirada estaba puesta únicamente en el desarrollo del manual de tácticas de infantería. Ambos consideraban que el carro de combate servía para mucho más que para limitarse a ser un apoyo de la infantería.
Unos cuantos oficiales no estaban de acuerdo, y el más joven de los dos escribió: «Los carros de combate podrían tener un papel más valioso y espectacular. Creemos… que deberían atacar por sorpresa y en masa… queríamos velocidad, fiabilidad y potencia de fuego».
Por supuesto, durante la Segunda Guerra Mundial los carros de combate acabarían adoptando ese rol, en especial en las vanguardias de la Blitzkrieg alemanas, aunque también para algunas aliadas, representadas por el príncipal profeta norteamericano de tácticas blindadas veterano de la Primera Guerra Mundial. Mientras que en esta guerra acabó siendo conocido como el general más temido por los alemanes, fue el joven el que llegó a ser comandante de las Fuerzas Aliadas en Europa, el cerebro de la invasión de Normandía.
El coronel Patton
Por su parte, su viejo amigo, el extravagante con sus revólveres con cachas de marfil alcanzó la gloria al mando del Tercer Ejército en una carrera a ravés de la Europa continental tras romper el frente del Normandía en la Operación Cobra, acudiendo en auxilio de las tropas sitiadas en Bastogne durante la batalla de las Ardenas.
También tuvo el oficial joven que reprender a su viejo amigo después de que éste abofeteara no solo a uno sino a dos soldados norteamericanos en Sicilia. Por desgracia, Patton moriría joven a finales de 1945 como consecuencia de las heridas sufridas en un accidente de tráfico en Alemania. Uno momentos después del impacto, aquel 9 de diciembre, murmuró «vaya manera de morir», con una parálisis en la columna vertebral agonizó hasta el día 21. Su viejo amigo, compañero de fuerzas blindadas, de poker y de patrullas antibandidos no tardaría mucho en convertirse en presidente de Estados Unidos.
Para saber más: HistoCast 62 – Vidas paralelas: Patton – Guderian
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