Pasadas las 11.30 horas, el drama parece terminar. En la flota japonesa, el Shokaku, inutilizado pero reparable, navega en dirección opuesta a la batalla mientras el resto de la flota se dirige, lo más deprisa que puede, hacia la última ubicación de la flota norteamericana. Esta se halla, sin duda, en una situación mucho más difícil. El Enterprise ha recibido varios impactos de bombas, pero tiene propulsión y aunque dos de sus ascensores están inservibles y la cubierta de vuelo ha sido dañada, al menos puede hacer aterrizar a sus pilotos en la mitad de popa. La situación del Hornet, en cambio, es grave. El buque no tiene propulsión, y si se está desplazando a una velocidad de entre 3 y 4 nudos es gracias al cable de remolque tendido desde el Norhtampton, una solución frágil que falla en varias ocasiones. Entretanto, el contralmirante Murray se ha visto obligado, como Nagumo, a trasladar su bandera a bordo de un crucero. En este caso el Pensacola.
El traslado del contralmirante, a las 11.45, supone el pistoletazo de salida de un proceso de evacuación de mayor calado, pues el capitán Mason, al mando directo del Hornet, ordena el traslado de 75 heridos a bordo de los destructores, junto con 800 marineros cuyas tareas son innecesarias a bordo del moribundo leviatán.
Aquel 26 de octubre la situación de la flota norteamericana en el pacífico era grave. Hagamos un breve repaso. El Lexington había sido hundido en la batalla del mar del Coral; el Saratoga se hallaba en dique seco, que pronto abandonaría, tras haber sido torpedeado por un submarino; el Ranger operaba en el Atlántico, en el marco de la Operación Torch, que se desencadenaría a primeros de noviembre; el Yorktown se había perdido en Midway; el Wasp había sido hundido por el submarino I-19 en septiembre y el Essex no iba a entrar en servicio hasta diciembre. Es decir, el Enterprise y el Hornet eran los únicos portaaviones que tenían los estadounidenses en el pacífico. Ya conocemos su estado.
Así, aunque polémico, resulta comprensible que, con el Hornet prácticamente condenado, el contralmirante Kinkaid decidiera salvar su último portaaviones –un buque del que desconocía el alcance exacto de los daños–, máxime sabiendo que había más portaaviones japoneses operativos en la zona. “Me retiro hacia el sudeste [informó a Halsey a las 13.00 horas] incapaz de dar cobertura de caza al Hornet”. Una hora más iba a necesitar el Big E para volver a hacer despegar una patrulla aérea de combate.
Llegados a este punto, quien sabe lo que hubiera podido pasar pues en torno a las 14.30 los japoneses habían conseguido –gracias a la experiencia adquirida en el desastre de Midway– apagar los incendios a bordo del Shokaku, y en torno a las 15.00 el Hornet, cuyo cable de remolque se había roto anteriormente, navegaba de nuevo hacia el sudeste, a remolque, a unos 3-4 nudos de velocidad. Pero entonces volvieron los aviones japoneses. Una fuerza pequeña, tan solo siete torpederos Kate escoltados por ocho cazas Zero, todos ellos provenientes del portaaviones Junyo, bajo el mando del teniente Woshiaki Irikiin. Con tan pocas fuerzas el ataque no fue gran cosa, nada que los buques norteamericanos no fueran capaces de esquivar en condiciones normales. Normales. Ante la amenaza, el Northampton se vio obligado a cortar el cable de remolque para dar la popa a los atacantes, y el portaaviones volvió a quedar parado sobre el agua. Solo lo alcanzaría un torpedo, uno más, a estribor, muy cerca del primer impacto.
El agua se adentra por el boquete, los equipos de contención de daños no dan abasto, la inclinación asciende hasta los 14.5º, el buque, que ya es prácticamente insalvable, está condenado. Así lo entiende su capitán que en torno a las 15.23 dará la fatídica orden: “prepárense para abandonar el barco”. A las 15.50, no sin haber sufrido un último ataque más, de dos Val y seis Kate del Zuikaku, escoltados por cinco Zero, y no sin haber sufrido un último impacto de torpedo, con el buque inclinado hasta los 18.º, el capitán Mason abandona el puente. Es hora, pues el reconocimiento informa de que los buques de combate japoneses ya no están lejos.
A partir de las 16.30 se iniciará el largo proceso de enviar al portaaviones al fondo definitivamente. Un proceso que contará con la ayuda de un último ataque aéreo japonés. Todos se ensañan contra el desdichado buque, las bombas de los Val y ocho torpedos disparados por el destructor Mustin, que se queda atrás para rematar la faena, de los que solo hacen blanco cinco y nada más que estallan tres. A las 18.10 horas, incapaz el Mustin de lograr que el portaaviones descienda a los fondos oceánicos, viene a ayudarlo el destructor Anderson.
Tras un total de siete bombas, dos aviones, tres torpedos japoneses, nueve estadounidenses y más de trescientos proyectiles de cañón, el Hornet seguía a flote cuando llegaron hasta él los destructores japoneses Akigumo y Makikumo. Eran las 21.00, y aún tuvieron que disparar dos torpedos más cada uno antes de que el viejo guerrero aceptara por fin bajar a descansar al fondo del océano.
Desde luego en aquellos años los yankees construían bien. Menudo pedazo de castigo que aguantó. Si llega a tener un puerto más cerca aún hubiera vuelto al servicio pese a los ataques japoneses.