Federico el Grande consiguió una de sus mayores victorias expulsando al ejército austriaco de Silesia en la batalla de Leuthen (1757). El enfrentamiento supuso el triunfo táctico de una infantería altamente disciplinada y formada en orden cerrado, ingeniosamente protegida por la caballería.
El ejército de Federico marchó hacia el centro de un frente austriaco de 8 kilómetros de amplitud en la ciudad de Leuthen; fingió un ataque en su flanco derecho; y atacó en el izquierdo, empleando una serie de movimientos de precisión. La ejecución de este complicado ataque, que el propio Federico admitió que iba contra las “leyes de la maniobra”, requería tropas impregnadas con un sentido de la disciplina, el honor, y sobre todo, una resolución común y una sobrada capacidad de maniobra.
Antes de la batalla, Federico el Grande simplemente les dijo a sus tropas que estaban a punto de atacar a un ejército más poderoso. En su discurso pone el énfasis en el honor y el deshonor. Ofrece a los temerosos la posibilidad de abandonar el campo de batalla sin castigo y rápidamente proclama: ¡Ajá! Lo sabía. Ninguno de vosotros me abandonaría. Dependo de vuestra ayuda, seguro, y también, sin duda, la victoria”. Tras estas palabras, Federico realizó una obra maestra de la táctica contra un enemigo numéricamente superior.
Federico el Grande se dirigió a sus hombres con las siguientes palabras:
De sobra sabéis, caballeros, que se han producido aquí algunos desastres mientras estábamos ocupados con el ejército franco-imperial. Schweidnitz (Swidnica) cayó, el duque de Baviera derrotado, Breslau perdida, y con ellos todos nuestros hechos guerreros allí; también se ha perdido una buena parte de Silesia, y por supuesto me encontraría ahogado en la vergüenza si no tuviera una confianza ciega en vosotros en vuestras cualidades, mostradas tan a menudo como soldados e hijos que sois de vuestra patria. Difícil será encontrar a alguno de vosotros que no se haya distinguido en noble y memorable lid: todos estos servicios al estado y a mi persona los conozco bien, y nunca los olvidaré.
Me halaga, por tanto, que también en este caso, el estado no necesite esperar nada de vuestro valor. La hora ha llegado. Pienso que no habré hecho nada si dejo que los austriacos se apoderen de Silesia. Dejadme entonces que os diga: Pretendo, a pesar de las reglas de la maniobra, atacar al ejército del príncipe Carlos, que nos dobla en tamaño, dondequiera que lo encuentre. La cuestión no es su número o la fortaleza de su posición; mediante el coraje y la pericia que habéis conseguido y nuestra capacidad de maniobra conseguiremos la victoria. Debo arriesgarme a dar este paso o todo estará perdido. Debemos batir al enemigo, o perecer todos nosotros ante sus baterías. Así veo las cosas, y así actuaré.
Haced que esta, mi determinación, sea conocida por todos los oficiales del ejército; preparad a los hombres para que lleven a cabo las tareas precisas y decidles que me reservo el derecho de exigir el cumplimiento exacto de las órdenes. Vosotros, cuando pienso que sois prusianos, ¿puedo esperar que actuéis de forma indigna? Pero si hubiera alguno que temiera compartir conmigo todos los peligros, puede obtener su licencia esta tarde, ¡y no sufrirá el menor reproche por mi parte! ¡Ajá! Lo sabía. Ninguno de vosotros me abandonaría. Dependo de vuestra ayuda, seguro, y también, sin duda, la victoria.
El regimiento de caballería que desde este instante, una vez dadas las órdenes, no cargue directamente contra el enemigo, lo haré desmontar después de la batalla y lo convertiré en un regimiento de guarnición. El batallón de infantería que, una vez llegue el momento, muestre el menor signo de vacilación, perderá sus banderas y sables; ¡y personalmente les arrancaré los entorchados de los uniformes!
Ahora, buenas noches caballeros: pronto habremos derrotado al enemigo, o nunca más volveremos a vernos.
Viene de Grandes Arengas Militares (IV) – Patrick Henry: Dadme Libertad o Dadme Muerte