La gran masacre del 88 a. C.

En el año 88 a. C., un nuevo gobernante había conseguido asentarse en el trono del Ponto y aprovechando que en ese momento se enfrentaba a numerosos enemigos tanto externos como internos, en la propia península itálica, y además se debatía en medio de una cruenta serie de luchas civiles por el poder en la propia Urbe, había decidido entrar en guerra con la  República Romana, que podríamos considerar como la superpotencia de la época.

Conocido como «el rey veneno», Mitrídates dedicó toda su vida a inmunizarse contra ellos, y se dice que desarrolló un antídoto universal, conocido como mitridato.

Este era el contexto cuando tuvo lugar uno de los acontecimientos más extraordinarios de la historia de occidente, que sin embargo ha sido curiosamente olvidado a favor de otros similares, más tardíos y de menos entidad, pero que han calado mucho mejor en la imaginación popular. ¿Quién no recuerda el repentino descabezamiento de la Orden Templaria por el rey Felipe el Hermoso y el papa Clemente V? Múltiples leyendas de supervivencia, transformación y ocultismo nacieron de este hecho; pero la masacre de 80 000 ciudadanos romanos e itálicos (150 000 según algunas versiones) en la primavera del año antes indicado ha dado lugar a muy poca literatura, a pesar de la enigmática personalidad del hombre que la organizó: Mitrídates, el rey Ponto.

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De Cayo Octavio Turino a la gloria, la ascensión de un romano por su nombre

 

El reciente número de Desperta Ferro Antigua y Medieval contiene un a mi parecer interesantísimo artículo sobre la evolución del primer “emperador” de Roma a través de su nombre, cuyos hilos fundamentales pasamos a exponer aquí, no sin recomendar vivamente su lectura.

Esta es la estatua, y la imagen, más conocida, de Octavio Augusto.

Cuando Cayo Octavio llegó a Italia desde Apolonia, en abril del año 44 a.C., poco después del asesinato de su tío Julio Cesar, no parecía un personaje demasiado importante. Puer (chaval), lo llama Cicerón en sus cartas. Sin embargo va a ejecutar un imparable ascenso al poder, que podemos ver reflejado en los diferentes nombres que va a adoptar durante los años siguientes. Ya en octubre, Cicerón, sin renunciar definitivamente a la denominación despectiva antes indicada, empieza también a referirse a él como Octaviano.

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Julio César y la decisiva campaña del año 52 aC (III) – Alesia

Después de lo acontecido en Gergovia se reunieron, en Bibracte, los líderes galos rebeldes. Celtas y belgas se les unieron. Allí Vercingétorix, les pidió jinetes de refuerzo a las tribus.

Además solicitó a los eduos que atacasen la Galia Transalpina. La idea era provocar rebeliones entre las tribus de la provincia romana, especialmente los alóbroges. César fue a reagruparse con Labieno, que estaba realizando algunas campañas por su cuenta en el norte. Juntos sumaban 10 legiones, poco menos de 40.000 hombres. También recibió refuerzos de jinetes germanos, a quienes les cambió el pony por caballos propios más grandes. Se dirigió entonces hacia las tierras de los sécuanos y de los lingones.

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Julio Cesar y la decisiva campaña del año 52 aC (II) – Avarico y Gergovia

Avarico

Vercingétorix sabía que no podía vencer a César en batalla abierta, por lo que diseñó una nueva estrategia: realizarían pequeñas emboscadas, él y su ejército acecharían a los romanos desde la distancia.

Diorama del asedio de Avarico en la academia militar de West Point.

Además, conocían el punto débil del ejército de César: las provisiones. En un consejo los galos acordaron que a medida que el ejército romano se acercase a las poblaciones quemarían todo lo que pudiera ser útil para los romanos antes de evacuarlas. Es decir, tomaron una política de tierra quemada. César según avanzaba se quedaba sin provisiones y para colmo sus partidas de búsqueda eran atacadas continuamente por contingentes galos.

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Julio Cesar y la decisiva campaña del año 52 aC (I) – Se gesta la rebelión

Durante el año 53 a.C. se había organizado de nuevo una rebelión en las Galias, entre los eburones, tréveros, nervios, aduáticos y menapios, pero fueron reprimidos  por César.

Aplastada la rebelión, sólo quedaba reinstaurar a líderes galos títeres que quisieran gobernar bajo el poder de Roma. Tras esta campaña de sometimiento, César retiró a sus legiones a los cuarteles de invierno y él marchó a la Galia Cisalpina para ejercer sus deberes de magistrado, aunque el clima que vivían las tribus galas se fuese agitando a pasos agigantados.

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