Julio César y la decisiva campaña del año 52 aC (III) – Alesia

Después de lo acontecido en Gergovia se reunieron, en Bibracte, los líderes galos rebeldes. Celtas y belgas se les unieron. Allí Vercingétorix, les pidió jinetes de refuerzo a las tribus.

Además solicitó a los eduos que atacasen la Galia Transalpina. La idea era provocar rebeliones entre las tribus de la provincia romana, especialmente los alóbroges. César fue a reagruparse con Labieno, que estaba realizando algunas campañas por su cuenta en el norte. Juntos sumaban 10 legiones, poco menos de 40.000 hombres. También recibió refuerzos de jinetes germanos, a quienes les cambió el pony por caballos propios más grandes. Se dirigió entonces hacia las tierras de los sécuanos y de los lingones.

En la marcha, Vercingétorix los acosó y realizó ataques con su caballería. César lo enfrentó con sus nuevos refuerzos germanos, en la batalla apoyó a su caballería con infantería dándoles a sus jinetes un punto de seguridad para reagruparse y volver a cargar. La caballería de Vercingétorix fue derrotada en una carga de la caballería germana de César. El jefe galo se reagrupó y se retiró al norte, hacia Alesia, ciudad situada en una colina de los mandubios, donde acampará en la ladera de la colina frente a la ciudad como hizo en Gergovia.

La victoria anterior elevó los ánimos de los romanos. César siguió a Vercingétorix y, al ver que un ataque frontal era suicida, ordenó sitiar la ciudad y construir una empalizada alrededor de la misma de 11 millas de longitud. Contaba dicho cerco con 23 puestos fortificados conectados entre sí, y la altura de la empalizada era de 6 pies. Vercingétorix hostigaba a los constructores, que contaban con los jinetes para rechazar cualquier ataque galo. Sin embargo, antes de que se cerrara el cerco, Vercingétorix mandó partidas de jinetes a pedir ayuda del exterior. Con suministros para sólo 30 días César decidió que de una manera u otra terminaría allí la guerra de las Galias.

Mapa de Alesia

Al enterarse de que algunos emisarios lograron pasar la valla para pedir ayuda, mandó agrandar la empalizada, que sería ahora de 12 pies de alto y tendría puestos cada 80 pies de recorrido y crear un doble anillo fortificado de forma que los galos encerrados no pudiesen salir ni el ejército de socorro entrar. También ordenó poner todo tipo de estacas en la empalizada y en el suelo, junto con trampas frente a la misma. Esto detendría cualquier carga enemiga y forzaría al atacante a andar con cuidado, transformándolos así en blancos más sencillos, en el medio de ambas cercas se encontraría distribuido su ejército con provisiones para varios días.

Según las cifras que da César, dentro del cerco había cerca de 80.000 guerreros  a los que se dirigía a socorrer un ejército reclutado por todas las Galias, esto suponía que César se debía enfrentar a unos 300.000 galos con unos 50.000 hombres.

Representación del sistema de asedio de Alesia

Pasaron los días y la ayuda no llegaba, por lo que Vercingétorix decidió sacar de la ciudad a las personas no aptas para combate, es decir mujeres, niños y ancianos, con el fin de ahorrar bocas que alimentar y dar prioridad a sus guerreros. El jefe galo esperaba que César los liberase del cerco. Pero César no los dejó salir, con el fin de que debieran ser aceptados adentro, para que así consumieran las provisiones de Vercingétorix y acelerasen su rendición. Estos pobres quedaron entonces en tierra de nadie, entre ambos ejércitos, pues tampoco Vercingétorix les admitió de nuevo, y la gran mayoría moriría de hambre.

El ejército de socorro galo acampó a una milla de la línea romana hacia el sudeste. Luego se desplegó, mostrando sus fuerzas. Vercingétorix, al ver eso, hizo lo mismo con el suyo desde adentro. César preparó sus hombres y envió a su caballería a atacar su contraparte del ejército de socorro. Parecía que la gala salía victoriosa hasta que nuevamente una acción de la caballería aliada germana volcó la victoria a favor de César. Lamentablemente, desde la ciudadela Vercingétorix no pudo coordinar con éxito los ataques con la fuerza exterior. Además, los galos no eran una fuerza donde la disciplina fuera su principal característica, los galos se retiraron y acamparon para pasar la noche.

Durante el día siguiente los galos del exterior construyeron cuerdas y escaleras, y atacaron por la noche gritando, dando así aviso a Vercingétorix para que saliera con los suyos y atacaran simultáneamente en ambos frentes. Pero fueron rechazados, y además, nuevamente, los ataques no pudieron ser coordinados por los galos. La oscuridad de la noche aportó confusión, que jugó a favor de César, aunque por poco perdió la batalla, ya que los galos habían avanzado considerablemente y conseguido romper sus defensas.

Los sitiados estaban al borde de sus fuerzas y faltos de provisiones, y a la mañana siguiente decidieron jugársela a todo o nada. El ejército exterior, esta vez, planeó mejor el próximo ataque. Detectaron un punto débil en las defensas de César en el noroeste del cerco, y realizaron una serie de movimientos de finta. Vercingétorix sabía que algo sucedía, pero la falta de comunicación volvió a jugar en su contra.

Para el mediodía atacaron desde el exterior el sector mencionado y otros puntos más, para causar confusión y forzar a César a distribuir en diversos sectores a sus hombres. Lamentablemente, las fuerzas interiores de Vercingétorix no pudieron coordinar el ataque con los de afuera, y entraron en combate cuando la batalla ya estaba teniendo lugar.

César, ubicado desde una posición elevada, hizo gala de su enorme capacidad, pues analizaba la situación y enviaba sus reservas según lo consideraba necesario. En el sector débil, donde ocurría el mayor ataque, los galos progresaban, por lo que César envió allí a su mejor comandante, Labieno, junto con 6 cohortes a reforzar la zona. Además, bajó en persona a alentar a sus hombres.

El combate fue desesperante y la presión de los galos era enorme. Los romanos peleaban al límite y el cerco estaba a punto de romperse. César envió entonces a Décimo Bruto con más hombres a proteger el mismo sector. Pero no daban abasto. Sacó más reservas y envió a Cayo Fabio a proteger la línea que estaba a punto de romperse. Además, ordenó a la caballería que diese un rodeo y atacase a los galos por detrás.

Éste es el clímax de la batalla, los galos llegaron al límite, pues si bien eran numerosos, no eran profesionales de la lucha, sino granjeros, y estaban rodeados. Los romanos, el cerco, la empalizada, las estacas y trampas causaron muchas bajas y desmoralizaban a los galos, que ya comenzaban a desbandarse. Al final se rindieron. Los ataques del exterior y del interior fueron rechazados en una batalla épica, el ejército de socorro decidió retirarse.

Vercingetórix ya sin esperanzas se puso entonces su mejor ropa y armadura y se dirigió a caballo hacia César, dio unas vueltas alrededor de él, desmontó y entregó sus armas para pedir clemencia por los civiles en Alesia, ya que no quería que la arrasasen y masacraran a la población.

César no tomó represalias con las tribus que colaboraron con el ejército galo, pues sabía de la importancia de mantenerlos aliados en el futuro para que hubiese paz en las provincias, por lo que no los vendió como esclavos. Vercingétorix sería llevado a Roma, donde sería guardado durante años hasta que César lo mostrara como botín de guerra ante los ciudadanos durante el triunfo celebrado en Roma, y después sería estrangulado, según el rito.

A fines del año 52 a.C., durante diciembre, hubo todavía algunas rebeliones más, lideradas por viejos líderes del combate en Alesia que se rebelaron a César. Los bituriges, por ejemplo. César, con la X y la XIII legiones, se dirigió hacia allí y fácilmente los derrotaron. Luego, con la VI y la XIV, resolvió el alzamiento de los carnutes sin inconvenientes.

Alesia

Después tuvo que enfrentarse a los duros belgas belóvacos, que habían armado un gran ejército, y para ello fue con la VII, VIII, IX y XI legiones. Después de unos pequeños enfrentamientos se rindieron, al morir en los mismos sus líderes. Durante el resto de la campaña los romanos se dedicaron a dar caza a los líderes rebeldes.

En todos estos casos César se mostró benévolo, ya que, como dijimos, quería mantener la paz en la provincia, pero hubo una nueva rebelión en el año 51 a.C. de los uxelladunum donde, después de ser vencidos por los romanos, César, puesto que todos tenían bien conocida su clemencia, no sabiendo que fin tendrían sus designios si empezaban a rebelarse del mismo modo otros en diversas partes, pensó hacer con éstos un ejemplar castigo que contuviese a los demás. Y así mandó cortar las manos a todos cuantos habían tomado las armas, concediéndoles la vida para que fuese más ejemplar el castigo de los malvados.

La Galia fue por fin pacificada, la campaña del año 52 a.C. supuso la derrota definitiva de los galos y puso fin a la Guerra de las Galias (58-51 a.C.). Aproximadamente 1.000.000 de galos murieron y otros tantos fueron vendidos como esclavos. César era rico y sus hombres lo amaban, aunque fuera un comandante duro, pues también era justo con ellos, ya que siempre repartió el botín con sus hombres y compartía con ellos sus penurias.

Viene de Julio César y la decisiva campaña del año 52 a.C. (II) – Avarico y Gergovia

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Bibliografía básica

Graham Tingay: Julio César .Madrid, Ediciones AKAL, 1994.

José Ignacio Lago: Las campañas de César. El triunfo de las águilas. Madrid, ALMENA, 2004.

Julio César: La Guerra de las Galias. Con las notas de Napoleón. Barcelona, EDICIONES ORBIS, 1986.

Plutarco: Vidas paralelas: Alejandro- Julio César. Madrid, ESPASA-CALPE, 1980.

Rubén Sáez Abad: Los grandes asedios de las legiones romanas. Madrid, ALMENA, 2009.

Suetonio: Vidas de los doce césares. Madrid, EDITORIAL GREDOS, 1992.

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