El ejército que cruzó el Rin (IV)

Habíamos dejado a la sección de blindados del teniente Robillard en una difícil posición, atascada en uno de los caminos que cruza el bosque de Bienwald y bajo el fuego de un 88 alemán. Tras llamar al puesto de mando, estos les avisan de que va para allá “el abuelo”, sin duda uno de esos personajes singulares que a veces da la guerra. Sigamos con el testimonio del oficial del oficial de la 9.ª Compañía del Regimiento de Marcha de la Legión Extranjera.

Hileras de dientes de dragón y alambre de espino, colocadas por los alemanes en el Bienwald. Sin duda, los troncos caídos no eran el único obstáculo
Hileras de dientes de dragón y alambre de espino, colocadas por los alemanes en el Bienwald. Sin duda, los troncos caídos no eran el único obstáculo

“Unos instantes después, conduciendo su Jeep con, las manos enguantadas y el casco colgando en bandolera, llega al lugar el capitán De Chassey. Deseoso de enterarse de cómo estaba la situación, se subió a los troncos caídos para ver mejor la amplia zona por la que se extendían. Sin embargo, no consiguió ver hasta dónde llegaba así que, con la desenvoltura de los que quieren ‘enterarse’ de cuál es la situación para informar a su jefe con exactitud, se paseó por todas partes, sorprendido de que no le cayera encima proyectil alguno. El teniente [Robillard], también se alegró de que esta ‘ronda de inspección’ no provocara ninguna respuesta belicosa de los de enfrente. Finalmente, convencido de que se podría pasar por aquel agujero de la línea Sigfrido tan solo con una buena sierra y mucho sudor, el capitán se marchó. El problema, claro, era que no había agujero –los alemanes son gente previsora– pero bastaba con hacer uno. De acuerdo con esta filosofía, una vez provista de una excavadora para que abriera camino, las agrupaciones avanzarían de nuevo. ¡Hacia la gloria!”

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Desperta Ferro Historia Moderna N.º 23: Jartum.

 

Uno de los temas que define el siglo XIX son las aventuras coloniales protagonizadas durante el mismo: el motín de los cipayos en la India, la exploración del Oeste americano, la progresión rusa por Siberia; muy a menudo nos las encontramos, por ejemplo, en las páginas de algunos de los grandes autores de novela de la época. ¿Quién no recuerda a Miguel Strogoff tratando de llegar a Irkutsk desesperadamente? Personalmente, fue otro autor de novela, tal vez algo más lúdico aunque nunca menos interesante, quien me descubrió este escenario recóndito: Emilio Salgari, cuya Favorita del Mahdi, escrita en 1887, nos lleva directamente al exótico, y hoy tan desgraciado Sudán, a medio camino entre las entonces enigmáticas fuentes del Nilo y las todavía impresionantes pirámides egipcias.

Maquetación 1

La primera sorpresa que uno podría llevarse con el Sudán es que no era una especie de semi-desierto ignoto, sino un territorio que, bañado por el Nilo, podía sustentar una economía y un sistema de tribus de gran riqueza, y una población lo suficientemente numerosa como, para su mal, convertirse en una de las fuentes y vías fundamentales del tráfico de esclavos.

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