Italia rompe el Eje (III): El último Gran Consejo, Mussolini.

El 21 de julio de 1943, el Duce decidió reunir al Gran Consejo Fascista, formado por los personajes más relevantes del régimen. Los cuadrumviros, Emilio de Bono, Cesare María De Vecchi, Italo Balbo y Michele Bianchi, protagonistas de la marcha sobre Roma, tenían un puesto vitalicio, aunque los dos últimos ya habían fallecido para entonces. También formaban parte del Gran Consejo el presidente del Senado, Giacomo Sardo; el de la Cámara del Fascismo y de las Corporaciones, Dino Grandi; el secretario y dos secretarios representantes del Partido Fascista; los ministros-secretarios de Estado de Asuntos Exteriores, Interior, Justicia, Finanzas, Educación Nacional, Agricultura y silvicultura y Prensa y Propaganda; y, finalmente, el comandante en jefe de la Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional (los Camisas Negras), el presidente de la Academia de Italia, el de la Corte Especial para la Defensa del Estado y los de las confederaciones nacionales del fascismo y de las confederaciones nacionales de diversos sindicatos fascistas .

El Gran Consejo Fascista, en la noche del 24 de julio.

En teoría, este era el órgano supremo de la dictadura instaurada por Mussolini, y con sus capacidades teóricas, podría haber sido una asamblea casi constitucional encargada de moderar al dictador, pero en realidad no era así, pues él era quien convocaba las reuniones, él lo presidía, él dictaba el orden del día y él había nombrado a todos los que lo componían. Así, como mucho estaba al servicio del Duce y, si no, era irrelevante.

Entonces. ¿Por qué reunir al Gran Consejo? La propia historia de estos encuentros resulta reveladora. En julio de 1943 este órgano llevaba tres años y medio sin ser convocado, desde el 7 de diciembre de 1939. Entonces, la intención de Mussolini había sido que respaldaran la declaración de no-beligerancia de Italia en la recién iniciada Segunda Guerra Mundial, es decir, repartir la responsabilidad, lo mismo que pensaba hacer en esta ocasión, dada la difícil situación de la guerra y el decreciente apoyo social que tenía el Duce. Cuando comenzó la reunión, el dictador no tenía razón alguna para pensar que algo fuera a salir mal. Los miembros del Gran Consejo, había dicho poco antes a Renzo Chierici, su nuevo jefe de Policía, son “gente que vive con luz reflejada. Si la apagas, se hunden de nuevo en la oscuridad de la que han salido […]. No hay nada que deseen más que ser persuadidos, y no será difícil pastorearlos de vuelta al rebaño […]”. Aun así, algo no era normal aquel día. En vez de los guardaespaldas de Mussolini o las tropas del Batallón M, totalmente leales al dictador, el Palazzo Venezia estaba protegido por un grupo de camisas negras armados hasta los dientes. Como si alguien temiese que pudiera pasar algo. Y la reunión se celebró sin taquígrafo, por lo que no hay actas de lo que se dijo, que conocemos por los testimonios de quienes estuvieron presentes.

Dino Grandi
Dino Grandi, 1895-1988

A las 17.00 horas de aquel 24 de julio, se cerraron las puertas de la sala del Papagallo, el último Gran Consejo acababa de comenzar. Al estilo de su colega alemán, Mussolini comenzó la reunión con una larga perorata sobre la situación militar, evitando a toda costa hacer una evaluación realista de la situación y, sobre todo, hablar de las responsabilidades políticas, lo que puso de relieve su vulnerabilidad. Entonces intervino Dino Grandi, que no estaba dispuesto a dejar pasar la ocasión. Si el Duce había sido ministro del Aire, de Marina y del Ejército desde su llegada al poder en 1922 (excepto entre 1929 y 1933); y en 1940 había convencido al rey para que le cediera el puesto de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas porque consideraba que la guerra fascista no podía quedar en manos de los generales, entonces su responsabilidad era insoslayable. Si el país era indefendible –concluía Grandi– entonces la culpa era del dictador. “En los diecisiete años en que ha estado al frente de los tres ministerios correspondientes a las fuerzas armadas, ¿qué ha hecho?”.

La importancia del ataque no era solo argumental, sino que manaba en parte de quien lo hacía. Dino Grandi era uno de los jefes del fascismo, un miembro de la vieja guardia que había combatido con los grupos paramilitares de Bolonia, cuna del movimiento, a primeros de la década de 1920, y luego había ocupado numerosos puestos de gobierno. Además, siempre había estado en contra de la alianza con Alemania. Finalmente, cayó el hacha. Grandi propuso una transformación completa del régimen: devolver su autoridad a los órganos colegiados del Estado, al rey, al Gran Consejo, al Consejo de Ministros y a las corporaciones. Además, Mussolini debía devolver el mando supremo de las Fuerzas Armadas al rey. Dicho esto ¿qué es lo que quería Grandi realmente? Muchas de sus exigencias, como la reactivación de las cámaras o del Consejo de Ministros y la devolución de su poder al rey suponían finiquitar el fascismo; pero la exigencia de que el Gran Consejo fascista recuperara sus funciones suponía la continuidad del régimen, solo que sin Mussolini.

Benito Mussolini, junto a varios militares. Esta foto, de junio de 1940, data de poco después de que asumiera el puesto de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.

Grandi, que llevaba días conspirando con Giuseppe Botai y Galeazzo Ciano (yerno del Duce), buscaba la segunda de las dos opciones indicadas y había optado por la ambigüedad en su discurso para conseguir el apoyo tanto de los más acérrimos defensores del régimen –nada cambiaría tras la desmussolinización del país– como el de los menos, con una posible vuelta al régimen parlamentario. Durante las horas que siguieron el equilibrio vaciló de uno a otro bando, hasta que Grandi, casi vencido, solicitó un receso.

2 comentarios en «Italia rompe el Eje (III): El último Gran Consejo, Mussolini.»

  1. Como los «buenos» traidores, abandonaron el barco cuando se hundía y apuñalaron a su líder, con el que habían compartido toda su historia y toda su responsabilidad, en el peor momento.
    Si las cosas hubieran ido bien, estoy seguro que hubieran seguido aprovechándose de la situación…
    Claramente sus intenciones no eran nobles, no tenían nada que ver con la democracia, solo eran unas ratas abandonando el barco que se hundía…

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    • Creo que tu metáfora de barco yéndose a pique no es del todo acertada. Si bien sí son las ratas que intentan salvarse, una nación no es un barco. La nación y sus ciudadanos no se hunden, siguen viviendo y es esa previsión de futuro la que hace que las ratas quieran salvarse pero sabiendo que van a seguir viviendo en esa nación, no hundida, sino lastimada.

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