La Tragedia del Rawalpindi

<<Nunca lo he visto tan feliz; era como un niño al que le hubieran dado un juguete nuevo… su entusiasmo no tenía límites, su orgullo era inmenso. Entonces supe que la desilusión que lo había estado afligiendo durante los últimos dieciocho años se había desvanecido. >>.

Estas palabras, escritas por Ludovic Kennedy, se referían a su padre, el Capitán Edward Kennedy, marino de guerra, quien tras dieciocho años en la reserva acababa de recibir el mando de un buque. Se trataba del HMS Rawalpindi. Este navío no era en realidad un verdadero buque de guerra, sino un buque civil requisado por la Royal Navy el 26 de agosto de 1939 y armado con ocho piezas de 150mm y dos de 75mm. No estaba acorazado, y su velocidad máxima podía llegar a los 15 nudos.

El HMS Rawalpindi entró en servicio nada más empezar la guerra y fue destinado, junto con otros buques similares, a patrullar el ancho tramo de mar que separa Islandia de las Islas Feroe, con el fin de localizar y si era necesario interceptar cualquier buque mercante de nacionalidad alemana que tratara de volver a casa, o marcharse hacia el Atlántico. Las cosas no empezaron mal, el 19 de octubre, mientras navegaba por el Estrecho de Dinamarca, el Capitán Kennedy se topó con un petrolero alemán, que fue interceptado, capturado y enviado al fondo con celeridad. Sin embargo fue otro avistamiento, el 23 de noviembre de 1939, el que llamó a las puertas de la tragedia.

Aquel día hacía frio, bancos de niebla e icebergs jugaban al escondite sobre la oscura superficie del mar, bajo un cielo plomizo apenas iluminado por los rayos del sol poniente, eran las 15:30 cuando se avistó un buque por la banda de estribor. Observándolo con sus binoculares, Kennedy se dio cuenta de inmediato de que se trataba de un Crucero de Batalla enemigo, probablemente el Deutschland, al que se le había ordenado evitar a toda costa, y dio instrucciones al radiotelegrafista de que comunicara el avistamiento mientras ordenaba virar hacia un banco de niebla para esconderse en él, arrojándose botes de humo para reforzar el enmascaramiento. Fallaron. Atrapado en mar abierto, el Capitán decidió entonces que su mejor opción era ir a refugiarse tras un gran iceberg que flotaba a cuatro millas por estribor, sin embargo cuando hubo tomado el rumbo supo que el buque alemán le llevaba la delantera.

Dos veces el enemigo lo conminó a detener su buque, acompañando las señales luminosas con un obús que levantó una alta columna de agua ante la proa, dos veces el capitán Kennedy desatendió la orden y siguió navegando a la máxima velocidad posible. Entonces, un segundo buque se destacó sobre el horizonte. Pensando su capitán que se trataba de un crucero pesado de su propia flota el HMS Rawalpindi se aprestó para la batalla, sin embargo no era así. Se trataba del Crucero de Batalla Gneisenau, gemelo del Scharnhorst, el primer buque al que habían avistado.

<<We´ll fight them both, they´ll sink us – and that will be that. Goodbye. >> (Lucharemos contra ambos, nos hundirán y eso será todo. Adiós) dijo entonces el capitán. Dicho y hecho, a las 16:00 el HMS Rawalpindi se partió en dos y se fue a pique bajo el fuego de los cruceros alemanes, que dos veces más lo habían conminado a rendirse, llevándose consigo a 238 tripulantes. 38 fueron recogidos por los alemanes, y 11 más fueron recogidos por el HMS Chitral, otro mercante convertido en buque de guerra, una vez que se hubieron retirado los alemanes. Uno de los que no volvió fue el propio Kennedy. Tenía 60 años.

<<No tenían intención de rendirse. Ellos… fueron hacia la muerte, y así mantuvieron las grandes tradiciones de la Royal Navy. Su ejemplo será una inspiración para aquellos que vengan después de ellos>> escribió Winston Churchill, entonces Primer Lord del Almirantazgo.

<<No puedo evitar sentir que  hay algo muy erróneo en un código de honor que, como en el caso del Rawalpindi, prescribe que un barco debe hundirse  luchando con todas sus armas y hasta el último hombre cuando ha sido arrinconado por un barco mayor y no tiene posibilidad de escapatoria>> dijo, en cambio, Jock Colville, a la sazón Secretario Privado de Neville Chamberlain, Primer Ministro.

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1 comentario en «La Tragedia del Rawalpindi»

  1. En esta historia no carece de interés el, a menudo discutido, problema del sacrificio inútil. ¿Tiene realmente algún valor? ¿Militar? ¿Propagandístico? Creo que en toda guerra una de las escasas exigencias que el soldado, o marino, o aviador de a pie, pueden hacerles a sus mandos es que sacrificios inútiles como este dle Rawalpindi no tangan nunca lugar. Si lo primero es el servicio ¿que debe ir en segundo lugar? Ciertamente no el honor, o la tradición, y mucho menos la carrera de un oficial.

    Opino.

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