La batalla de Mohács entre los húngaros y los otomanos marcó el comienzo de la dominación turca de Europa suroriental. Matías I (1458 – 1490), uno de los reyes húngaros más célebres, derrotó a los otomanos en 1463. Luego conquistó Silesia y buena parte de Bohemia.
Matías reformó el ejército, que utilizó para mantener el orden en sus dominios y derrotó de nuevo a los turcos en 1479. A continuación, puso sitio a Viena y la tomó en 1485, añadiendo a sus posesiones Austria, Estiria y Carintia. La férrea centralización de poder de Matías fue mal gestionada por sus sucesores y ello llevó a un periodo de declive en Hungría, donde las intrigas de los nobles acabaron por provocar la disolución del ejército.
Los húngaros fueron derrotados poco después por el emperador Maximiliano y perdieron las tierras de Austria. Tras haber tomado Belgrado en 1521 y percibiendo la debilidad húngara, el sultán Solimán I invadió Hungría con un ejército de 100.000 hombres en abril de 1526. Unas lluvias torrenciales y de granizo ralentizaron el avance de los musulmanes, pero las fuerzas otomanas terminaron cruzando el río Sava por un puente que habían construido los elementos de vanguardia. Aunque la mayoría de las fuerzas húngaras se habían retirado, algunas permanecieron en la fortaleza de Pétervárad (hoy Petrovaradin, en Serbia, cerca de Novi Sad). Ibrahim Bajá tomó el enclave y decapitó a 500 nobles húngaros, vendiendo al resto de habitantes como esclavos.
Solimán, que buscaba el contacto con el grueso de la fuerza húngara, cruzó el río Drava por un puente de pontones. Sin embargo, las rivalidades internas y la falta de suministros en el campo húngaro evitaron que estos concentrasen sus fuerzas. Solimán llegó con su ejército a la llanura de Mohács, donde el rey Luis II de Hungría y de Bohemia esperaba con 4.000 hombres. Pál Tomori, arzobispo de Kalocsa y un general muy capaz, tenía el mando de las fuerzas sobre el terreno. En las vísperas de la batalla se habían unido al rey húngaro fuerzas polacas y alemanas, que incrementaron el número de efectivos húngaro hasta los 25.000 hombres.
Los recién llegados pidieron realizar un repliegue para ganar tiempo y recibir nuevos refuerzos que se esperaban a las órdenes de János Szapolyai de Transilvania. Además, una retirada hacia el interior alargaría las líneas de suministros del sultán, pero algunos nobles húngaros exigieron combatir en Móhacs, una llanura despejada, aunque muy ondulada y con algunas zonas pantanosas que llevaban a las orillas del río Danubio, un terreno que pensaban que podían beneficiar a su caballería, pero que en cualquier caso sería contrarrestado por la abrumadora superioridad de la caballería otomana.
La batalla se inició el 29 de agosto de 1526, cuando la caballería húngara atacó el centro de la línea otomana. Creyendo que su caballería había sido exitosa en su carga, todas las fuerzas húngaras iniciaron el avance para enfrentarse a los jenízaros, a los que Solimán había mantenido más retrasados, y a la artillería turca, que era un factor clave en la batalla. Los otomanos rodearon a los húngaros y dieron muerte a una gran mayoría, incluida buena parte de la nobleza del reino. Todo apunta que en el combate murieron hasta 14.000 húngaros.
Al día siguiente, Solimán ordenó que todos los prisioneros fuesen ejecutados, lo que supuso la muerte de otros 2.000 hombres. En la penosa retirada que siguió a la batalla, el rey Luis II, herido, se cayó del caballo y se ahogó en el río Csele por el peso de su armadura. La batalla tuvo una importancia crucial. El 10 de septiembre, Solimán entró en Buda con su ejército. Allí sus tropas masacraron a muchos de sus habitantes y quemaron la ciudad antes de regresar a Constantinopla con más de 100.000 cautivos. Una cuarta parte de Hungría había sido totalmente destruida y lo que quedaba del reino quedó dividido entre los aspirantes al trono húngaros y austriacos.
El archiduque Fernando I, aspirante austriaco y posterior emperador, tomó Buda. Solimán, que no podía permitir tanta osadía, inició otra invasión. Pero en 1533, apremiado para concentrar sus fuerzas en Persia, Solimán concluyó una paz con Fernando, fruto de la cual hubo una triple partición del reino. Fernando quedó en posesión de la parte que ya tenía, sometida a un tributo anual al sultán; Transilvania y algunos condados adyacentes quedaron en poder de Juan Segismundo (hijo del rey Juan o János Zapolya) con el título de príncipe, que quedó bajo la protección del Sultán; y los otomanos se anexionaron la rica llanura central húngara. Con algunos cambios, este statu quo tendría vigencia en los 150 años siguientes.