Verdun: la Trinchera Cercada. El Testimonio del Abad Polimann (II/3)

En aquel momento crítico nadie perdió su sangre fría, y poco después, tras haber sido desenterrada, desmontada y limpiada, la ametralladora estaba de nuevo en funcionamiento; dos tiradores voluntarios se encargaron de ella. Todo lo acontecido hasta entonces no era más que el comienzo del ataque, al menos para nosotros, pues los supervivientes de las ocho compañías desplegadas a mi izquierda acababan de ser capturados después de que numerosos oficiales encontraran la muerte durante el combate.

Infantería alemana atacando.

En torno a las 07:00 de la mañana, se desencadenó un segundo ataque, con la intención de romper nuestra desesperada resistencia. A mi derecha aún aguantaba la 4ª compañía, con la que seguía en contacto. Esta vez el humo se había disipado. Vimos descender del fuerte Douamont la línea gris de los fusileros enemigos. Era la misma maniobra que habían llevado a cabo dos horas antes; mis valientes iban a maniobrar igual de bien.  Tan solo unos pocos alemanes consiguieron, a duras penas, volver a las trincheras de las que habían partido.

Alrededor de tres horas más tarde, nuevo ataque, esta vez más encarnizado que los dos anteriores. Admirablemente ordenada y con la calma de una tropa en plena maniobra de tiempo de paz, la tercera oleada se desparramó desde las mismas alturas que la segunda. Aparentemente insensibles a la muerte que golpeaba sus filas, los bávaros progresaron metódicamente, de cráter a cráter. Cuando hubieron llegado a un centenar de metros de donde estábamos, se reagruparon y empezaron a utilizar sus fusiles para seguir progresando. Estos disparos, bien ajustados, mataron a varios de mis hombres. El enemigo pudo así ganar unos sesenta metros y, cuando llegaron a la distancia correcta, atacarnos con granadas. La lucha fue una de las más duras, pero acabó a nuestro favor. Cuando nuestros granaderos se pusieron en pie para lanzar sus granadas, el pánico hizo presa en las filas enemigas.

Mientras que las dos últimas oleadas habían venido del norte, la cuarta surgió proveniente del oeste; pero apenas hubo salido de su trinchera, que se encontraba a ochenta metros, fue atacada de flanco por una de nuestras ametralladoras que, en solitario, hizo la proeza de detenerlos.

Vista aérea del Fort Douamont, antes de la batalla.

Éramos vencedores pero, a pesar de nuestro éxito, seguíamos aislados, prisioneros de un cerco de hierro que iba a irse cerrando hora a hora. El enemigo, por otro lado, había tomado nuestras posiciones avanzadas y ya se hallaba lejos, en dirección a Verdún. Podíamos verlo organizarse e instalarse en pequeños grupos; desde ese momento se hizo imposible reabastecernos de munición.

No nos quedaban más que unas pocas granadas (dieciséis, creo) recogidas de todas partes; los cartuchos de los muertos también habían sido reunidos, y las ametralladoras apenas disponía de dos o trescientos disparos cada una.

En torno a medio día hubo un momento de calma, que aproveché para hacer que todas las armas, que habían sido engrasadas ya varias veces durante la mañana, fueran limpiadas de nuevo. Después repartimos los pocos víveres que nos quedaban. Beber era imposible, pues los escasos bidones que aún tenían agua habían sido consumidos durante la mañana. De tres secciones me quedaban veinticinco hombres; mi subteniente, último jefe de sección superviviente, acababa de morir junto a mí. Mientras dirigíamos juntos el fuego contra el último ataque, una bala había hecho blanco en pleno centro de su cabeza y su cerebro me había salpicado.

La reina de la primera guerra mundial. Artillería francesa camino del frente.

Durante este corto descanso nuestros ojos y nuestros corazones se estuvieron girando hacia las líneas francesas, pues nos habían dicho que aguantáramos a cualquier precio y esperáramos el contraataque. Aguantábamos. ¿Llegaría el contraataque? Traté de hacer señales con el único banderín de comunicaciones que nos quedaba, y con mi banderín del Sagrado Corazón, que había atado a la varilla de un cohete. Debieron ser advertidas por un biplano que sobrevolaba nuestras líneas y que nos lanzó un cohete que significaba: “comprendido”. También hice señales con una linterna.

Viene de Verdún: La trinchera cercada. El testimonio del Abad Polimann. (I/3)

Sigue en Verdun: La Trinchera Cercada. El Testimonio del Abad Polimann (III/3)

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