Antes de El Alamein nunca tuvimos una victoria…

“Antes de El Alamein nunca tuvimos una victoria. Después de El Alamein nunca tuvimos una derrota”. Winston Churchill

El genial estadista británico fue, sin duda, uno de los pilares sobre los que se asentó la victoria aliada contra la Alemania Nazi en 1945, y cabe preguntarse, no sin alivio, como habría sido la Europa del presente de no haberse plantado aquel hombre frente al expansionismo de la cruz gamada. Además, Churchill, futuro premio Nobel, fue uno de los grandes redactores de frases y discursos de su época: “nunca tantos debieron tanto a tan pocos”, “lucharemos en los campos…” muchas de ellas son perlas que levantaron el ánimo de la población de su época y que nos ayudan a rememorar hoy el milagro que se vivió entonces. Pero llegados a este punto, la frase con la que abrimos esta entrada fue un error, y resulta sumamente injusta.

Haciendo un breve recorrido, desde el punto de vista político, para cuando se produjo la victoria de El Alamein, a finales de 1942, el Reino Unido había logrado tres grandes victorias. La primera, resistir la tentación de ceder ante el nazismo. Como ya hemos comentado, reunido tras el liderazgo de su primer ministro, el país cerró filas y siguió en guerra a pesar de los cantos de sirena que le ofrecían una paz “fácil”. La segunda, tal vez más matizable, ayudar a que Hitler movilizara su poder militar en el este. En este caso la teoría es de Martin Allen: “El Enigma Hess”, quien, para explicar la sorprendente llegada del jerarca nazi, número dos del partido, a las islas, nos indica que el servicio secreto británico había dado a entender a los alemanes que existía la posibilidad de que Inglaterra firmara la paz. ¿Con que fin? Impulsar a Hitler a seguir adelante con su programa, el que ya pergeñara en su Mein Kampf: buscar espacio vital en el este atacando a la Unión Soviética, lo que alivió la carga soportada por las islas. Y en tercer lugar, conseguir el apoyo estadounidense: cash and carry, ley de Préstamo y Arriendo, destructores por bases. Los instrumentos económicos y políticos fueron diversos, pero la implicación gradual de la gran potencia norteamericana solo tenía un destino, la guerra. Alemania, por supuesto, también ayudó en este caso, declarando su beligerancia contra Estados Unidos tras el ataque a Pearl Harbor.

Desde el punto de vista militar también hubo victorias. Estratégicamente hablando, la RAF fue capaz de contener a la Luftwaffe en los cielos ingleses, hecho que la frase de Churchill ningunea de forma terrible, pues la batalla de Inglaterra fue, de hecho, la victoria crucial, al permitir que la industria británica siguiera produciendo armamento y equipo para unas fuerzas armadas que estaban desesperadas. También podríamos citar la ingente labor efectuada por la Royal Navy para perseguir y destruir los buques corsarios alemanes, o la dificilísima guerra contra el arma submarina germana, que para finales de 1942 ya empezaba a decantarse a favor de los aliados.

Desde un punto de vista operacional, la campaña de África iba a resultar crucial. Era el único punto de contacto entre el Reino Unido y una de las potencias del Eje, Italia, que a pesar de una enorme superioridad cuantitativa, fue incapaz, en 1940, de invadir Egipto y alcanzar el Canal de Suez; y no solo desde Libia, esa es la campaña evidente que a todos nos viene a la memoria, sino también desde Etiopía, de donde los ejércitos mussolinianos lanzarían diversas ofensivas, a mediados de 1940, poco después de su entrada en guerra, todas ellas sin éxito. Llegados a este punto, no podemos negar que la suerte jugó su baza y que sin duda la situación habría sido muy distinta de haber sido aquellos territorios del Eje colonias alemanas, pero no fue así, y en este escenario los británicos obtuvieron una serie de victorias operacionales de gran importancia.

Descendamos finalmente al plano táctico, a la batalla o a la ofensiva concreta. ¿No hubo victorias? La defensa del canal Ypres-Comines, el 27 de mayo de 1940, por apenas una división británica contra tres alemanas, fue un ejemplo de resistencia y testarudez que salvó a toda la fuerza expedicionaria antes incluso de que esta llegara a Dunkerque. Volviendo a África, la Operación Compass, contraofensiva de la Western Desert Force contra los italianos, empezada el 9 de diciembre de 1940 y terminada el 7 de febrero en Beda Fomm, cerca de la frontera entre Cirenaica y Tripolitania, ha llegado a ser calificada como una “gran batalla unilateral” al nivel de la Blitzkrieg alemana en Francia, pues los italianos apenas tuvieron capacidad de maniobrar para defenderse. Un éxito que se repetiría, curiosamente, casi un año después, exactamente en el mismo escenario, cuando la Operación Crusader expulsó al enemigo, esta vez el mismísimo Rommel, de vuelta, una vez más, al fondo del golfo de Sirte.

En resumen. Los británicos habían obtenido victorias antes de El Alamein, muchas y cruciales, y sufrirían derrotas después de dicha batalla, aunque ya menos importantes, pues en el partido ya jugaban figuras –los Estados Unidos y la Unión Soviética– capaces de encargarse de todo. Así, ¿cuál pudo ser el significado, la intención, de esta frase? Sin duda, como también indicó el propio Churchill, que había cambiado la marea y que a partir de entonces la victoria aliada empezaba a ganar ritmo para hacerse imparable, a pesar de que aún quedaban fracasos por cosechar.

 

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