Muchos fueron los acontecimientos que llevaron a la Guerra de Secesión de los Estados Unidos: exceso y a la vez falta de voluntad política por llegar a un entendimiento, actuaciones por la vía de los hechos, falta de decisión de los responsables políticos, amateurismo en lo militar, lo imprevisible de la situación, la agitación provocada –a favor o en contra– por la prensa… todos ellos los estamos concentrando en un solo punto de la costa estadounidense, el fuerte Sumter, frente a Charleston, Carolina del Sur. Durante los pasados meses de julio y agosto narramos los acontecimientos que se desarrollaron antes de la llegada al poder de Abraham Lincoln, a quien podríamos acusar incluso (se hizo) de haber provocado la secesión de los estados del Sur. Terminábamos nuestra última entrada con este momento crucial: el 4 de marzo de 1861, Abraham Lincoln se convirtió en el decimosexto presidente de los Estados Unidos de América y el tablero de juego cambió por completo.
Abraham Lincoln
El mismo día en que pronunciaba su discurso inaugural, llegó un mensaje del comandante Anderson indicando que les quedaban provisiones para un mes, cuarenta días si las racionaban. En esta ocasión la nueva administración no iba a disfrutar de tregua alguna. “Confieso –dijo Lincoln– que no deseo arriesgar mi reputación intentando enviar refuerzos a este puerto […] con una fuerza inferior a veinte mil hombres”. El problema es que el Ejército de Tierra de los Estados Unidos ascendía tan solo a dieciséis mil efectivos, su Marina estaba dispersa por el mundo y su oficialidad estaba siendo sometía a la constante sangría de quienes abandonaban las Fuerzas Armadas para dirigirse al sur.