Las tres primeras oleadas del desembarco de Alhucemas

Así cuenta el entonces coronel Goded, jefe de la columna de desembarco de Melilla, como se sucedieron las tres oleadas de desembardo el día 8 de septiembre de 1925: A las once y media del día 8 se había logrado por fin la concentración de todas las barcazas que constituían las dos primeras olas de desembarco de la brigada de Ceuta. La servidumbre impuesta por el mar se había hecho notar al no permitir ejecutar el desembarco al rayar el día, como el Mando había previsto.

Desembarco de Alhucemas

Pero éste no desistió, pese a la hora extremadamente avanzada, de hacer la operación. A las once y cuarenta, las barcazas en las dos líneas que constituían la primera y segunda oleada, respectivamente, formadas por las columnas de los coroneles Franco y Martín, emprendieron la marcha remolcadas por los «Uads» y embarcaciones más pequeñas. A unos mil metros de la costa, los remolcadores soltaron a las barcazas «K», que transportaban las unidades de la columna Franco, las cuales, por sus propios medios, con los hombres bajo la cubierta blindada, hicieron rumbo a la playa de Ixdain bajo un fuego poco intenso de cañones, ametralladoras y fusilería enemiga.

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1925, el desembarco de Alhucemas, en Desperta Ferro Contemporánea.

Alhucemas es un nombre que resuena en nuestra historia militar, un momento especialmente brillante en el que, tal vez, España volvió a ser la gran potencia que antaño había sido. Ciertamente, no fue contra un enemigo europeo, y tampoco después mantendrían nuestras fuerzas armadas, por múltiples razones, el nivel alcanzado en dicha ocasión, pero no se debe olvidar que en aquella nueva jornada de África, innovamos tácticas y medios militares que seguirían estudiándose años después, en guerras muchos más grandes, que no más graves.

Aunque colonial, hay que indicar que el enemigo no era en absoluto desdeñable. Abd el-Krim a la vez que combatía a los españoles, inició el proceso de creación de un estado propio, en el Rif, que supuso un experimento inaudito en la región. Sus objetivos fueron fundamentalmente dos: por un lado, demostrar al Majzén, el poder central marroquí, que existían alternativas políticas a las existentes entonces; y por otro demostrar a las potencias coloniales, Francia y España, y tal vez también al resto del mundo occidental, que el Rif podía ser un Estado pleno.

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