Continuamos hoy con el crudo testimonio de Arthur Krüger, uno de los últimos supervivientes de la Bolsa de Stalingrado.
Fui herido en la cabeza y el hombro izquierdo y llevado al puesto de mando que había en el barranco cerca dela plana del batallón. Allí recibí los primeros auxilios por parte de un sanitario antes de ser llamado ante el capitán de la compañía.
“Querido Krüger, no tenemos ningún deseo de te marches, pero estás levemente herido y tienes una oportunidad de salir de aquí. ¡Llevas 30 meses sin irte de permiso! Estaba previsto que fueras el primer hombre en recibir uno tan pronto como recibiéramos reemplazos. Desafortunadamente, ya no hay permisos para nadie.
De todas formas aquí tiene su pase de convalecencia, que es válido fuera de la Bolsa. Aquí tiene algunas cartas que deberá dejar en la primera oficinal postal que encuentre. Ya que usted es de Danzig y probablemente irá allí, y esperemos que llegue, aquí tiene un sobre lacrado que deberá entregar en la Comandancia de Danzig. Preséntese en el lazareto al cirujano de nuestra división, el Dr. Haidinger”.
Allí recibí el mejor tratamiento posible y me dieron cartas para enviar a Austria, el país natal de Haindinger. Me dieron instrucciones precisas acerca de cómo debería proceder y me dirigí al amanecer al aeródromo de Gumrak, donde vi a gran cantidad de hombres gravemente heridos postrados en camillas y esperando su turno para volar fuera de la Bolsa. Muchos se quedaron en tierra, teniendo que esperar al siguiente vuelo.
Era imposible que yo pudiera subir a bordo de un aparato, así que esperé durante dos o tres días y dos noches gélidas. La prioridad era para los gravemente heridos, lo que me descartaba para ser evacuado. Perdí toda esperanza.
Durante la mañana del tercer día vi un Ju 52 que se encontraba a un lado de la pista. Fui hacia allá y entablé conversación con el piloto, que era un sargento y había servido anteriormente en la infantería. Me dijo que su aparato había metido una rueda en el cráter de una bomba y que estaba esperando a un vehículo de orugas para que lo remolcara.
Debido a que solo podía llevar a bordo a los heridos graves le dije que por poder yo andar no había obtenido autorización para volar. Se acercó a su avión y cuando estuvo de vuelta me preguntó si sabía disparar una ametralladora MG, porque no disponía de ametrallador.
Le respondí: “¡Por supuesto, pertenezco a una compañía de ametralladoras en la que soy instructor y jefe de grupo!
“Entonces te llevaré como ametrallador cuando reciba el permiso para despegar”.
Esa fue mi salvación de la Bolsa de Stalingrado. Debió ser allá por el 2 de diciembre de 1942. Una vez que el avión estuvo lleno hasta la bandera con heridos, despegamos sin novedad y salimos del cerco sin ser detectados.
Cuando sobrevolábamos el Don el piloto dijo: “Tenemos que ascender, se ha desatado el infierno ahí abajo”. Se estaba produciendo una batalla de carros de combate, pero conseguimos alejarnos con rapidez. Hicimos un aterrizaje limpio en el aeródromo de destino, donde dejé las ambulancias.
Fui uno de los últimos de mi compañía en abandonar Stalingrado con vida. De mis camaradas, con los que había combatido, no sobrevivió ninguno a Stalingrado. Los otros, los que estaban todavía en el sector norte en enero, fueron aplastados por las cadenas de los carros de combate.
Solo tres de los servicios de retaguardia fueron capturados con vida y marcharon al cautiverio. El jefe de nuestra compañía, el teniente Kessler y cincuenta y seis suboficiales y hombres tuvieron la que llaman muerte de los héroes. El resto perecieron en el cautiverio.
Stalingrado ha hecho una mella profunda en nuestra alma, y ha influenciado nuestra vida. Incluso hoy, más de sesenta y cinco años después de aquellos acontecimientos, nuestros pensamientos siempre vuelven a donde nuestra juventud, nuestra esperanza y nuestros mejores camaradas murieron.
Tras una convalecencia de veinte días, Arthur Krüger fue enviado a Stalino en Rusia, y más tarde participó en la reconstitución de la 60 División en el sur de Francia. Luchó en Italia y en Hungría en 1945, y fue hecho prisionero por las fuerzas norteamericanas. Vivió sus últimos años en Feltre en Italia, y murió a los ochenta y ocho años fruto de una mala caída.
Viene de Historias de Stalingrado – El cabo Arthur Krüger, del 120 Regimiento de Infantería motorizada (I)
El sistema de evacuación de heridos llegó un momento que colapso y era más cuestión de suerte que de otra cosa el ser evacuado. Pero lo más curioso es que una vez se supo que el 6º ejército estaba condenado hubo órdenes de evacuación para personal que se consideró que era más útil en otros frentes que muerto o capturado en Stalingrado.
De acuerdo a lo que lei en el libro de Antony Beevor, «pseudohistoriador» segun algunas personas, algunos soldados se salvaron debido a que Hitler ordeno sacar a 1 miembro de cada regimiento, para reconstituir al 6 ejercito mas tarde, como efectivamente sucedio.
excelente testimonio, muy profesional!!