Hugo Álvaro Cañete es investigador, asesor y miembro fundador del Grupo de Estudios de Historia Militar. En los ratos libres es directivo de empresa y profesor de estrategia en una afamada escuela de negocios. La Historia militar es algo que le ha apasionado desde la niñez. Ha formado parte de varios proyectos de historia militar y en el año 2012 funda el Grupo de Estudios de Historia Militar (GEHM), dedicado a la investigación y divulgación de la Historia Militar. También es contertulio habitual del podcast de Historia Histocast y colaborador del Mando de Adiestramiento y Doctrina (MADOC) del Ejército de Tierra. Además, colabora con editoriales especilizadas en temática histórico militar como Ediciones Salamina, Desperta Ferro, La Esfera de los Libros o Editorial Crítica.
En unos juegos de guerra llevados a cabo durante unas maniobras en diciembre de 1940 Zhukov obtuvo la victoria con el bando invasor, llevando a cabo las mismas operaciones que siete meses después ejecutarían los alemanes con Barbarroja. Lo cuenta de su puño y letra.
Aunque sea algo poco conocido en los círculos occidentales, un joven Gueorgui Zhukov había recibido el mando del llamado ejército «azul», que se estaba enfrentando al ejército «rojo» a lo largo de la frontera occidental de la Unión Soviética.Por entonces la Alemania nazi y la URSS mantenían buenas relaciones y eran aliados, no hacía mucho que se habían repartido los despojos de Polonia. Los «rojos» en realidad representaban a las tropas soviéticas desplegadas en un supuesto frente occidental, y las «azules» podían suponerse «alemanes» para los propósitos de las maniobras militares que tuvieron lugar. Era el mes de diciembre de 1940 y Alemania todavía no se había revuelto contra su aliado.
Zhukov, comandante en jefe del Distrito Militar de Kiev, se lo había tomado este ejercicio de ocho días de duración muy en serio, y en consecuencia, el «ganador» una vez concluido no fue el ejército «rojo», a pesar de la ayuda recibida por parte de los arbitros. El ganador fue Zhukov, y siete meses más tarde el «ganador», empleando en gran medida la misma estrategia, fue la Wehrmacht alemana.
La gesta de Alvin C. York durante la Batalla del Argonne es uno de los casos de heroismo individual más extraordinarios de todos los tiempos.
Nació en una cabaña de una sola habitación en Pall Mall, Tennessee el 13 de diciembre de 1887. Poco después de la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, Alvin Cullum York fue llamado a filas. Por sus creencias religiosas Alvin trató de obtener la excedencia en cuatro ocasiones, pero finalmente tuvo que presentarse el 15 de noviembre de 1917 en Camp Gordon, Georgia, para hacer la instrucción.
Tras Los Tercios de Flandes en Alemania, la Guerra del https://edicionessalamina.com/p/los-tercios-de-flandes-en-alemania-hugo-a-canetePalatinado 1620-1623, Ediciones Platea continua adentrándose en los siglos XVI y XVII con una edición revisada, comentada e ilustrada del Comentario del Coronel Verdugo de la Guerra de Frisia, un clásico de la literatura militar de finales del siglo XVI revisado y adaptado por Hugo A Cañete, disponible próximamente en la tienda online de Ediciones Salanina Se trata de una crónica escrita por Francisco Verdugo, gobernador de Frisia y Groninga, que relata las campañas y asedios que durante 14 años sostuvieron los españoles con las tropas rebeldes orangistas en pos de sostener las provincias del norte de Flandes en manos de la Corona española.
El libro contiene 27 mapas de las operaciones militares y y 12 croquis de asedios y batallas entre los que se incluye la Batalla de Noordhorn, en la que Verdugo derrota en inferioridad de condiciones a su contrincante, el general inglés Norreys.
Querido lector, tienes ante tus ojos un libro único: Las memorias de uno de los soldados españoles más eminentes del último tercio del siglo XVI. Que sepamos, la primera edición se realiza en Nápoles en el año 1610. Las únicas ediciones posteriores que he encontrado en español son un estudio comentado en francés del texto original, de Henri Lochay, fechado en Bruselas en 1899, y una edición en español de 1872 incluida en el tomo II de la Colección de Libros Españoles Raros o Curiosos. Ambos volúmenes se ciñen exclusivamente a presentar el texto original, escrito en castellano del s. XVI, incluyendo la edición en francés algún comentario relativo al texto.
Siendo consciente desde hace tiempo de la necesidad de “resucitar” este tipo de textos, he decidido hacerlos accesibles al gran público, para facilitar así su divulgación y poner mi granito de arena en el conocimiento de nuestro pasado y de los grandes hombres que lo protagonizaron. De ahí el primer libro de la serie: Tercios de Flandes en Alemania. La Guerra del Palatinado 1620-1623 y un tercer volumen en el que estoy ya trabajando.
Croquis nº 3 del Sitio y Batalla de Lochem 1582
Para ello, he actuado sobre el texto en tres vertientes fundamentales: 1. Se ha adaptado completamente el texto original al español actual, de manera que su lectura sea fácil, preservando en la medida de lo posible el sabor genuino de la expresión típica en el siglo XVI. 2. Se ha glosado el texto con profusión utilizando el método que emplea Liddell Hart en su Rommel Papers de comentarios entre párrafos, para hacerlo comprensible a aquellos lectores que sean profanos en la materia. Para ello he actuado a tres niveles:
Identificando a casi todos los personajes que se citan en la obra y poniendo una pequeña reseña de sus vidas.
Glosando los hechos políticos o de armas que Francisco Verdugo cita en el texto, poniéndolos en contexto con la historia general de Flandes y de España.
Explicando giros gramaticales, jerga de los soldados, y términos burocráticos o propios de la milicia, como costumbres, reglamentos, terminología, cargos administrativos y militares; y cual quier otro detalle que nos haya parecido importante para la comprensión del texto.
3. Como ya hiciera en Tercios de Flandes en Alemania, he realizado un gran esfuerzo en identificar todos los topónimos, que aparecen pasados por el tamiz del oído español en el texto original, plasmando, después, estos lugares en un compendio de mapas para facilitar el seguimiento de todas las operaciones militares, e incluyo unas tablas con las coordenadas geográficas de cada lugar para el que quiera organizar una ruta temática para un viaje.
.Hugo A Cañete
FICHA DEL LIBRO: Colección Historia de los conflictos 14,8×21 cm. Nº de páginas: 342 págs. Incluye 26 mapas y 12 croquis de batallas a todo color Lengua: CASTELLANO Encuadernación: Tapa blanda ISBN: 9788494288432 PVP: 18€ Año edicón: 2015
Continuamos hoy con el crudo testimonio de Arthur Krüger, uno de los últimos supervivientes de la Bolsa de Stalingrado.
Fui herido en la cabeza y el hombro izquierdo y llevado al puesto de mando que había en el barranco cerca dela plana del batallón. Allí recibí los primeros auxilios por parte de un sanitario antes de ser llamado ante el capitán de la compañía.
“Querido Krüger, no tenemos ningún deseo de te marches, pero estás levemente herido y tienes una oportunidad de salir de aquí. ¡Llevas 30 meses sin irte de permiso! Estaba previsto que fueras el primer hombre en recibir uno tan pronto como recibiéramos reemplazos. Desafortunadamente, ya no hay permisos para nadie.
Este es el resumen del crudo testimonio de Arthur Krüger, un soldado del 120 Regimiento de Infantería motorizada (60 División de Infantería) que logró sobrevivir milagrosamente al cerco de Stalingrado, recopilado en el libro de testimonios de Reinhold Busch Supervivientes de Stalingrado.
Nuestras compañías solo tenían entre treinta y cincuenta hombres. Nuestra línea de frente presentaba huecos; estábamos esperando refuerzos. Nos aproximamos a los rusos tanto como nos fue posible, a menudo a una distancia de 100 metros, para evitar los órganos de Stalin, que eran efectivos en un radio de impacto de 250 metros. Si nos disparaban tocarían a su propia gente.
Además, disponían de buenos francotiradores. Andar por ahí de día era suicida. Por la noche cavábamos como locos para ampliar nuestras trincheras. La tierra se sacaba con lona y se esparcía detrás de nuestra posición. La munición y las raciones nos llegaban de la retaguardia. También recibíamos algún reemplazo de vez en cuando, conductores y gente de las unidades de servicios de retaguardia, la mayoría sin experiencia y pobremente adiestrados.
Debido a la escasez de infantería, cubrí un hueco de la línea del frente con mi grupo de diez hombres de morteros pesados. Delante de nosotros había un campo de minas y luego los rusos. Tenía en mi grupo cuatro cabos, veteranos con los que había luchado durante desde hacía bastante tiempo. Calibramos los morteros con precisión y podíamos hacer blanco sobre los enemigos detectados dentro de la distancia de tiro.
A nuestra izquierda estaba el puesto de mando de la 5 Compañía. A la derecha se desplegaba un grupo de ametralladoras pesadas. La compañía de fusileros tenía escasez de hombres debido a los que los hombres estaban recibiendo disparos en la cabeza. Tenían fusiles con miras telescópicas pero no estaban entrenados. Le ordené a uno que me pasara el rifle y maté al francotirador.
Algunos hombres volvieron de la convalecencia del hospital militar. Llegaron hasta nuestra posición con los de intendencia. Mentalmente debían estar todavía en Alemania y no prestaron atención a nuestros gritos de “¡cuidado, francotiradores, agachad la cabeza!”. Fue demasiado tarde. Nos volvimos supersticiosos: quien se iba con permiso de convalecencia moría.
No tuvimos que preocuparnos más por eso porque a partir de ese momento ya no hubo más permisos. Los rusos probaron la fortaleza de nuestras defensas mediante pequeños ataques. Generalmente acabábamos barriéndolos. Luego oíamos los débiles gritos de los moribundos pidiendo ayuda. Tres desertores llegaron hasta nuestras posiciones. Les pregunté: “¿por qué no ayudáis a vuestros heridos!”. Ellos me replicaron: “Solo atienden a los que pueden seguir luchando. Los que regresan son atendidos, los que no mueren donde están”.
A lo lejos detrás de las líneas rusas oíamos el sonido de las orugas de los carros de combate cada noche. Sospechamos que se estaba cociendo algo. Entonces nos enteramos: los rusos habían roto el frente en el sector rumano, y la línea italiana se estaba tambaleando. Habían llegado al Don en Kalach, y estábamos rodeados. Al principio no nos preocupó demasiado. Había ocurrido a menudo en nuestra división antes pero siempre habíamos logrado salir del cerco. Creo que sin este pensamiento de esperanza, sin esa fe, la batalla hasta las últimas consecuencias en Stalingrado no hubiera sido posible.
Entonces comenzaron a escasear las raciones y las municiones. Estábamos débiles y agotados. El gran esfuerzo y el inhumano estilo de vida nos hizo parecer ancianos. Hasta el 27 de noviembre no fuimos oficialmente informados del cerco a través de una orden de la división. Comenzaban entonces los días amargos.
El prometido socorro nunca llegó y fuimos abandonados a nuestra suerte. Teníamos una cólera contenida; nos sentíamos traicionados y vendidos. Nuestros enemigos nos prometían la muerte y la destrucción. Los altavoces rusos decían: “Perros, ¿queréis vivir para siempre?” y cosas por el estilo. Si no hubieran cumplido con lo que prometían muchos de nosotros en esa desesperada situación hubiera preferido el cautiverio y no una muerte heroica.
Los jóvenes de veinte años morían de agotamiento, y el tifus y los piojos se instalaron en nosotros. Solo los heridos tenían todavía una posibilidad de escapar de este infierno. Solo se deseaba una muerte sin dolor. Algunos se provocaban heridas con la esperanza de ser evacuados como heridos, otros saltaban de sus posiciones y se exponían hasta que eran segados por los francotiradores. Solo los que poseían nervios de acero podrían sobrevivir. Algunos desertaron por pánico, hambre o mera desesperación. Quizá pensaban que podrían escapar de la bolsa de esta forma. Pero eran prendidos y ejecutados, o puestos a despejar campos de minas en una compañía de castigo.
Por Dios, ya no pensábamos en la victoria y nos conformábamos con sobrevivir. Hasta ahora había sido posible que el que lo necesitara podía retirarse con las cocinas de campaña, dormir toda una noche y asearse de la acumulación se suciedad de una semana de lucha. En el frío el mal olor no era tan malo aunque persistía la sensación estar como un cerdo en la cochiquera. Cambiarse de ropa interior y escribir tranquilamente una carta a casa eran actividades de gran importancia, que al menos nos hacían parecer un poco más civilizados. Luego por la tarde volvíamos con las cocinas de campaña y traíamos las últimas noticias.
Ahora totalmente sucios y hacinados vivíamos como ratas en nuestros agujeros, peor que la gente en la Edad de Piedra. Nuestra principal ocupación era intentar aplastar al piojo más grande. Tras aplastar a cien en la manga de mi casaca dejé de contarlos. Una tarde, cuando nos traían las raciones un par de rusos entraron en la trinchera y se comieron el contenido de una cazuela, se cagaron en ella y luego se fueron a sus líneas. Aparte de robar comida no hubo bajas; también esto era la guerra.
Obviamente en los puestos de mando había búnkeres con calefacción, agua y letrinas. Si no estuviéramos bajo el fuego de la artillería uno podría estirar un poco las piernas por aquella zona. Los hombres de las unidades de servicios lo pasaban mejor. Sufrían menos hambre, lo que podría explicar que hubiera más de ellos entre los que contaron la historia de Stalingrado.
Una noche un T-34 penetró en nuestras líneas y se detuvo. Nuestro sargento Wiartalla hizo salir a la tripulación con humo y los capturó. Con sus hombres, antiguos conductores de panzer, se dirigió a las posiciones rusas y destruyó tres carros de combate antes de volver al puesto de mando del batallón. Por este acto de heroísmo se le concedió la Cruz de Caballero. No se volvió a repetir.
Creo que fue a últimas horas de la tarde del 30 de noviembre cuando oímos orugas de blindados. Conté 10 T-34 dirigiéndose hacia nosotros. Atravesaron nuestras trincheras y entonces nuestros cañones contracarro les dispararon en la parte trasera. Un batallón de infantería les seguía a alguna distancia, tratando de romper nuestro frente. Les dejamos que se acercaran hasta distancia de tiro de fusil y luego desatamos el infierno. El ataque se desmoronó ante nuestro fuego cruzado: nuestros panzer atacaron con infantería y eso nos provocó bajas.
Continuará el próximo día en la 2ª parte de esta entrada….
Hoy hablaremos de un fenómeno de la cultura pop que prodigó por todos los frentes de la segunda guerra mundial.
En mitad del horror de la guerra, de su tedio y de sus mortíferos combates, hubo un misterioso nombre que siempre parecía preceder a las fuerzas aliadas: Kilroy. Muros derribados, cajas de municiones, señales de tráfico, casi cualquier objeto que se cruzara con los soldados norteamericanos en el mundo entero ya incluía una marca: «Kilroy estuvo aquí».
Traemos hoy una profunda reflexión de Rommel que vislumbra su pensamiento estratégico. La hizo en sus notas días antes de comenzar la ofensiva de Gazala y Tobruk en mayo de 1942.
Según mi experiencia las decisiones audaces ofrecen las mejores expectativas de éxito. Pero uno debe diferenciar entre audacias tácticas y estratégicas y jugársela en términos militares. Una operación audaz es aquella en la que el éxito no es una certeza pero que en caso de fracaso nos deja con fuerzas suficientes disponibles para hacer frente a cualquier situación que pueda surgir de ello.
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