Cuestión de sal.

Uno de los problemas a los que se enfrentó la máquina de suministro sureña durante la Guerra de Secesión fue la carencia de algunos alimentos. “¡Cargad contra ellos, muchachos, llevan queso en sus mochilas!” se dice que gritó un soldado de Luisiana en una ocasión. Parte del problema se había originado antes de la guerra, cuando los propietarios de la tierra decidieron dedicar la mayor parte de sus cultivos a producir productos valiosos, como el tabaco y el algodón. Con los beneficios de estas cosechas los estados no tenían dificultad alguna en importar comida siempre que hiciera falta, pero cuando empezó la contienda, las cosas cambiaron drásticamente.

La galleta y el cerdo salado eran la comida de los campeones, demostrando que la hora de la cena podía ser tan dura como la de la batalla.

Uno de los muchos productos fundamentales para la dieta del soldado fue la carne, en cuya producción pronto se especializaron estados como Florida y Texas que, sin embargo, estaban muy lejos del frente, con lo que el transporte de esta carne hasta los ejércitos en campaña se convirtió en un nuevo problema. Una de las soluciones fue confiar en la que pudieran traer hasta puntos más cercanos al frente los barcos que rompían el bloqueo, pero sus dueños preferían invertir el espacio disponible en productos más provechosos; otra fue despiezar y transportar esta carne usando las vías de comunicación disponibles en el sur: ferrocarriles y caminos, principalmente, pero para eso había que conservarla, con lo que la sal se convirtió en un producto de primera necesidad. La idea de trasladar el ganado a pie, por interesante que pueda parecer, resultaba poco práctica tanto por el cansancio que iban acumulando los animales como por las dificultades para alimentarlos y abrevarlos durante el traslado, por no hablar del problema sanitario que podía provocar el sacrificio y despiece de decenas de miles de cerdos y vacas en un lugar no preparado para ello.

Según los cálculos del ejército, cada soldado confederado tenía derecho a 1,5 libras de sal al mes, una cantidad que el departamento de suministros sería capaz de conseguir, más o menos, pero en detrimento de la sal disponible para los civiles. La situación llegaría a tal punto que, en 1862, y tal y como ocurriera en la antigüedad, la sal volvió a convertirse en moneda de cambio.

La mina de sal de Avery Island, con la que muchos hemos tenido que ver en alguna ocasión, pues aquí se inventó la salsa «Tabasco».

Los confederados obtuvieron sal de diversas fuentes. Una de ellas fueron las minas, como la de Avery Island, Louisiana, descubierta en mayo de 1862 en los pantanos del Mississippi, pero que los sudistas solo conseguirían explotar durante once meses, antes de que las tropas federales del general Banks, desde Nueva Orleans, se hicieran con ella. También dispusieron, al principio de la guerra, de los llamados Kanahwa licks, una gran concentración de sal cercana a la actual Malden, en Western Virginia, que se perdió poco después de comenzar la guerra; y de los  manantiales salados de Saltville, en Virginia, atacados por un raid unionista en enero de 1862, pero sin que se produjeran grandes daños, y que iban a conseguir explotar, intermitentemente, hasta el final.

Otra de las soluciones propuestas por el departamento de suministros de la confederación fue la construcción de estaciones evaporadoras en las costas, que pronto empezaron a ser atacadas por los navíos de guerra de la unión, de modo que hubo que desplazarlas a lugares inalcanzables por estos. También se intentaron explotar algunas salinas, como las del lago Bisteneau, en Luisiana, que entre el desinterés de la población local y la muerte del geólogo francés J. Raymond Thomassy, que había sido su principal patrocinador, tampoco dieron un gran rendimiento.

Hirviendo agua salada, para obtener el preciado producto.

En realidad, las dos grandes fuentes de sal que tuvieron los confederados durante la guerra fueron las desalinizadoras, que funcionaban hirviendo agua salina en grandes calderas, y las reservas capturadas al enemigo. Si el gran problema de las segundas fue que los federales no siempre se dejaron, el de las primeras fue el transporte de combustible suficiente (madera o carbón) como para hervir cantidades tan ingentes de agua. Además, en ambos casos la producción tuvo que enfrentarse a un problema añadido: transportar la sal obtenida a donde era necesaria lo que, en cierto modo, llevó a la confederación de vuelta al problema originario: el transporte.

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