La historia detrás del derribo de un B-24 – los milagros ocurren

Veamos hoy un interesante suceso de un B-24 que quedó partido en tres secciones y percepciones de los aviadores frente a los hechos reales, descubiertos muchos años más tarde en una reunión de veteranos.

Desde su propio B-24, el navegador Jackson W. Granholm quedó horrorizado de ver como el B-24 del piloto Charles Giesen comenzaba a picar por debajo suya abandonando la formación sobre la región nevada en la que otros soldados libraban la batalla de las Ardenas.

Era Nochebuena de 1944 y el fuego de la flak ese día era increíblemente intenso. Fue entonces cuando vio como uno de los estallidos de los proyectiles disparados explotaba justo debajo del avión de Giesen y éste entraba en un picado. Al poco se sorprendió de ver que no había indicios de daños externos, ni fuego ni fallo en los motores… pero de súbito, se desprendió toda la sección de la cola, llevándose con ella al artillero.

Atónito y horrorizado, Granholm continuó observando. Miró ansiosamente a las escotillas a ver si se abrían, a ver si saltaba algún miembro de la tripulación, o si salía alguien por el compartimiento de bombas. Nada, ni rastro de nadie que hubiese logrado salir.  Poco tiempo después, el avión de Giesen se estrellaba contra el suelo creando una gran bola de fuego. La tripulación parecía haberse perdido con el avión.

Desde un ángulo diferente, otro tripulante de la Octava Fuera Aérea norteamericana observó las cosas de un modo ligeramente diferente, aunque igual de nefastas. Vio como el avión se partía en tres partes diferenciadas: el morro con las alas, la parte central del fuselaje y la sección de cola. Difícilmente podría haber escapado nadie con vida de semejante impacto directo.

Y sin embargo Al Wolak lo hizo. Ese día era el artillero de babor y coincidió con Granholm en que ese día la flak era mortífera, de hecho la más intensa y de mayor precisión que hubieran visto antes ninguna de las dos tripulaciones, y eso que para Giesen era ya la misión número 23.

Wolak recordaba dos impactos y luego quedó inconsciente. Cuando recuperó la consciencia en su puesto de la ametralladora de babor tuvo la sensación de estar solo. No estaba seguro del tiempo que había transcurrido. Toda la sección media flotaba en el cielo como una hoja en su caída al suelo.

Wolak trató de pensar rápido, ¿y a ahora qué? Se puso de rodillas, se limpió la sangre de los ojos y de la cara, y agarró el paracaídas que estaba colgado junto a su puesto de combate. Después de ajustárselo observó que su casco de metal estaba también a su lado, completamente abollado. Quizá fuese ese el motivo de haber quedado inconsciente.

Según declaraciones de Wolak, en esos momentos tuvo un impulso subconsciente de quedarse en el interior de la sección, flotando, pero finalmente se impuso la razón y su adiestramiento y saltó con éxito, abandonando a la deriva la sección central de lo que había sido su B-24.

En tierra esperaban los alemanes, ese era el futuro inmediato, el de prisionero de guerra. Sin embargo, Wolak se llevó una última alegría cuando después de haber sido capturado y enviado a un campo se encontró con el artillero de cola y con el copiloto de su avión.

¿Qué había sido de ellos? El artillero de cola, después de que su sección se desgajase había logrado saltar a 2.000 pies de altura. El copiloto continuó en la cabina durante la caída. Mientras comprobaba los daños hubo otra explosión y ya no se acordaba de nada más hasta que despertó colgando de su paracaídas a punto de llegar a tierra.

Muchos años después, en una reunión de veteranos, después de que Granholm contase la experiencia tan amarga de cómo había visto perecer a sus compañeros, saltó Wolak de su silla y le dijo a Granholm: «pese a todo lo terrible que les pareciese a usted, señor Granholm, y a todos los muchachos que estaban allá arriba aquel día, créame ahora que me ve, igual que lo creo yo, que los milagros ocurren»

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