La batalla de Santa Cruz (VIII). Sobresaltos al amanecer.

Es noche cerrada, y en los puentes de docenas de barcos, estadounidenses o japoneses, los marineros se preguntan que les traerá el nuevo día. ¿Muerte y destrucción? ¿Victoria? No cabe duda que la sensación reinante debe ser una mezcla de ansiedad, de deseo de combatir y derrotar al enemigo, pero también la inevitable certidumbre de que, en realidad, desearían estar en cualquier otro sitio con sus barcos. En este baile terrible, el primer susto será para los japoneses. El 26 de octubre solo tiene un minuto cuando los vigías de la Fuerza de Vanguardia del contralmirante Abe escuchan un zumbido en la oscuridad, se trata de otro de los omnipresentes Catalina, tan fáciles de derribar, de día, cuando es posible verlos.

El destructor Isokaze («Viento Ligero»), iba armado con seis piezas de 127 mm y ocho tubos lanzatorpedos de 610 mm

A bordo del “billete de ida sin retorno”, como lo llaman los pilotos estadounidenses, el alférez de fragata George Clute espera que su observador de radar defina los blancos que navegan frente a él. Son las 00.22 cuando radia el aviso: enemigo detectado a 7º14’ de latitud sur y 164º15’ de longitud este, está a unos 480 km de la Task Force 61. Luego, cuando ya son las 00.33, el avión cae para lanzar dos torpedos contra un “crucero” que resulta ser el destructor Isokaze. Después, como ya ha sucedido en otras ocasiones, el Catalina se aleja sin haber avisado del rumbo, de la velocidad y de la fuerza del enemigo avistado. Tal vez el piloto ni tan siquiera observa como el barco atacado tiene que hacer un giro cerrado para evitar el torpedo que a punto está de abrirle el costado.

En estas horas de la madrugada, la gran esperanza de los nipones es que su enemigo solo haya detectado la fuerza de Abe, pero el paso del tiempo los desengaña. Entre las 2.50 y las 3.00 horas, otro de los constantes Catalinas sale de entre las nubes. Se trata del aparato pilotado por el teniente de navío Glen Hoffman, que se sitúa repentinamente sobre el Zuikaku. Cuatro bultos se descuelgan del aparato y caen directamente hacia el portaaviones nipón, sin acertar físicamente, pues los proyectiles se hunden en el mar a 270 m de su blanco, pero si anímicamente.

Japanese aircraft carrier Zuikaku.jpg
El Zuikaku, que a punto estuvo de ser alcanzado aquella madrugada

En torno a las 03.10, justo tras haber lanzado su ataque, el teniente de navío Hoffman envía informe a su base en Espíritu Santo de que ha detectado: “un gran portaciones y otras seis naves, rumbo sur, a diez nudos”. También informa de la posición. Esta vez todo parece correcto, pero los estadounidenses no tiene suerte. Aunque ha sido radiado a los cuatro vientos y llega a muchos barcos de la flota, el mensaje no llega al USS Enterprise, y ninguno de los capitanes que navegan junto a él juzga necesario reenviar a su buque insignia unos datos que, sin duda, ha debido de recibir.

Detectados sin conocer la posición del enemigo, sorprendidos por la repentina aparición de cuatro grandes columnas junto al otro portaaviones, los oficiales del Shokaku recomiendan al vicealmirante Nagumo que efectúe un cambio de rumbo. Este, a pesar del enfado de su jefe el día anterior, ordena virar hasta alcanzar rumbo norte puro, y acelerar a 24 nudos. Una vez más, la flota japonesa se aleja del enemigo. Y no es todo, Nagumo ordena que se drene el combustible de los aviones que están en los hangares, y se aseguren en las armerías las bombas y los torpedos que llevan. Para él, el ataque enemigo es inminente, y tiene muy claro que no volverá a repetirse lo sucedido en Midway. Poco después, la Fuerza de Vanguardia de Abe vira hacia el norte a su vez. Los japoneses huyen.

Sin embargo, los estadounidenses no se van a dar por vencidos y, a las 3.30 horas, otros diez Catalina, acompañados esta vez por seis B-17, despegan para explorar el vacío en busca del enemigo.

1 comentario en «La batalla de Santa Cruz (VIII). Sobresaltos al amanecer.»

  1. Sorprenden esos fallos de comunicación, tanto en la forma de dar la información como en la forma de destribuirla. Supongo que avanzada la guerra lo «haraían» mucho mejor.

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