La deportación de los tártaros de Crimea (II): 1941-44, los años del contragolpe.

La segunda parte de esta historia comienza casi como la primera, con un ejército atravesando el istmo de Perekop y adentrándose en la península. Estamos a 24 de septiembre de 1941, y esta vez los invasores no pertenecen al Ejército Rojo, esos son los defensores; los atacantes pertenecen a la Wehrmacht alemana, que había iniciado la invasión de la unión soviética el 22 de junio anterior. Más concretamente al 11.º Ejército, comandado por el general Erich von Manstein.

En las ruinas de Sebastopol
En las ruinas de Sebastopol

“Crimea debe ser despejada de extranjeros y habitada exclusivamente por alemanes”, habría dicho Adolf Hitler el 19 de julio de 1941, cuando aún le sonreía la suerte. Lo cierto es que la península ejercía una especia de atracción para los germanos, tanto por su clima como por sus paisajes, y en base a una difusa leyenda que la situaría como origen de un pueblo ario, recibió el nombre de Gotengau.

Uno de los primeros objetivos que los nuevos ocupantes empezaron a implementar incluso antes de la conquista de Sebastopol, fue la eliminación de todos los “enemigos del Tercer Reich”, lo que incluía judíos, gitanos y eslavos no amistosos. Los supervivientes servirían de mano de obra barata para reconstruir la región para los nuevos amos. Esta misión, fue encomendada al Einsatzgruppe D del SS-Gruppenführer Otto Ohlendorf, que se puso manos a la obra nada más penetrar en la península las tropas de Manstein. Los primeros informes de Ohlendorf son llamativos: “los tártaros locales se muestran positivamente a favor de las tropas de ocupación alemanas”. Después del trato al que los habían sometido los soviéticos no debe sorprender que los tártaros se pusieran a favor de los alemanes, aunque la crueldad de unos nunca puede justificar la de los otros.

La Deportación 7 (casa)
Una casa tártara en Crimea.

Uno de los primeros objetivos de estos colaboracionistas fueron los judíos reasentados en Crimea por la OZET, la Sociedad Pública para el Reasentamiento de los Judíos Trabajadores, cuya finalidad era entregar tierras, medios para cultivarlas y ganado a familias judías, en diversas regiones, entre ellas Crimea; tierras que, por supuesto, habían pertenecido anteriormente a los tártaros. Así, no es extraño que estos colaboraran activamente a la hora de denunciar a los judíos que habían conseguido escapar de las primeras redadas y esconderse. En abril de 1942, un informe confidencial de las SS acabaría afirmando que Crimea estaba libre de judíos.

Los tártaros de Crimea no solo resultaron interesantes para el nuevo invasor como delatores, sino que desde muy pronto fueron vistos como una fuente potencial de efectivos militares. Desde los primeros momentos de la invasión el Ejército de Manstein había emitido órdenes para que las tropas respetaran las costumbres y la religión de los tártaros, y se habían creado comités musulmanes, invitando a prominentes exiliados, entre ellos Edige Kirimal, Cafer Seidahmet o Mustecip Ulkusal a volver de Turquía para ponerse al frente de sus compatriotas. El primero de ellos sería incluso elegido representante de los tártaros ante el gobierno de ocupación alemán. El paso siguiente fue crear destacamentos de seguridad de unos 80 hombres, la mayoría armados con material capturado a otros enemigos de Alemania, que con el tiempo se expandirían hasta formar unidades de unos 345 efectivos.

Auxiliares tártaros desfilando ante oficiales alemanes
Auxiliares tártaros desfilando ante oficiales alemanes

Posteriormente los alemanes iban hacer más concesiones: un periódico propio, el Azat Kym (Crimea Libre) en enero de 1942, y una administración propia cuyos máximos dirigentes locales recibieron el nombre de Starostas. Lo  siguiente fue una amplia campaña de recluta, durante la cual 9000 tártaros decidieron enrolarse en los servicios auxiliares del Ejército alemán, integrándose en las llamadas Schuma (compañías de autodefensa), 14 en total, creadas por el alto mando del 11.º Ejército. Algunos acabarían efectuando acciones de limpieza en la retaguardia del frente, y otros reforzando las disminuidas unidades del 11.º Ejército. Tras la caída de Sebastopol, los tártaros de Crimea recibieron de los alemanes el apelativo de “pueblo aliado”. Se abría para ellos un camino aún más resbaladizo que el que habían recorrido hasta entonces.

En noviembre de 1942 el nivel de apoyo alemán a este pueblo había aumentado, y las Schuma se convirtieron en Schutzmannschaft, batallones de apoyo vestidos con uniformes alemanes y armados con material capturado a los soviéticos que fueron desplegados para controlar núcleos de población importantes y zonas costeras susceptibles de albergar una fuerza de desembarco rusa; o para vigilar campos de concentración, como el Schutzmannschaft Bataillon 152 (tatarische), destinado a la llamada “Granja Roja”, situada cerca de Simferopol. Aunque no hay datos concretos de las muertes propiciadas por estos “colaboracionistas”, sin duda son corresponsables de muchos de los asesinatos de aquella época.

Posible emblema de las unidades Schuma organizadas por los alemanes.
Posible emblema de las unidades Schuma organizadas por los alemanes.

Dicho esto, muchos tártaros jamás colaboraron, se limitaron a sobrevivir, y algunos incluso se manifestaron en contra de los alemanes. Es el caso del Doctor Ahmet Ozenbasli, que había sido encarcelado en el Gulag soviético entre 1928 y 1934, a quien los alemanes nombraron presidente del comité musulmán de Simferopol y que abogó desde el principio para que se diera más autonomía a su gente y, ante la negativa de los ocupantes, empezó a hablar en su contra. El truco fue ignorarlo, pues no deseaban crear un mártir, y por ello siempre fue como una herida en el costado de los ocupantes. Otros, finalmente, acabarían echándose al monte para formar guerrillas que combatieran al invasor.

Mencionaremos de pasada el proyecto SS de formar unidades de tártaros. El reclutamiento empezó en enero de 1943, cuando los alemanes estaban siendo derrotados en Stalingrado y los tártaros empezaban a darse cuenta de que tal vez habían cometido un error, por lo que no tuvo demasiado éxito. Las cifras se incrementarían en 1944, cuando aquellos que se habían alistado en las unidades auxiliares comprendieron que no podían caer en manos de los soviéticos. 2200 tártaros acabarían por ser evacuados a Rumanía para integrarse en las SS.

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