Ediciones Salamina acaba de publicar la segunda parte del estudio de Agustín Rodríguez de la desconocida Armada española del Siglo XVII, en cuyo prólogo dice el autor: En este segundo volumen y partiendo de la consideración de que efectivamente la batalla de Las Dunas supuso un cambio de orientación en la lucha, al pasar de la ofensiva a la defensiva, ante la magnitud y variedad de los distintos frentes de batalla, y ante el agotamiento en todos los órdenes del país, se desgranará cómo las armadas de Felipe IV de España siguieron oponiendo una denodada resistencia y obteniendo más de un éxito, algunos de ellos realmente decisivos.
Y es que después de una larga y agotadora guerra que duraba para España desde 1618, los triunfos enemigos fueron bastante limitados. Como se irá desgranando en la narración, el carácter de la lucha tomó, como es ya conocido en los frentes terrestres, un aspecto de campañas y batallas que o bien son indecisas o bien poco resolutivas, ante el progresivo agotamiento de todos los enfrentados, no sólo, como se pretende habitualmente, de la propia España.
Debido a dicho agotamiento y a la falta de resultados decisivos, la lucha se fue haciendo cada vez más enmarañada, ante el desgaste de todos, traducido en la resistencia de los pueblos a soportar la dura y extenuante carga de los impuestos, de la recluta de soldados, de su adecuado entrenamiento ante la desaparición o el desaliento de los más veteranos, y de la dificultad de proporcionarles su armamento y equipo, incluyendo los buques de guerra o los mercantes armados para ella, en detrimento de su función principal, por no hablar de la marinería, mercante o pesquera.
Esa necesidad bélica implicó la progresiva implantación de gobiernos cada vez más autoritarios en todos los países enfrentados, justamente por la creciente necesidad de asegurar la continuación de una lucha cada vez mas agotadora y, lo que es peor, sin perspectivas de fin en un plazo razonable. En este sentido, las Provincias Unidas holandesas apenas explotaron su éxito en Las Dunas, salvo por algunas expediciones muy concretas y más por intereses estrictamente comerciales y coloniales que estratégicos.
Hubo que esperar al fin de la Guerra Civil en Inglaterra y a la que el dictador Cromwell ganó poco después a Holanda, por evidentes intereses navieros y comerciales, para que se produjera la alianza entre el dictador puritano y el cardenal Mazarino, para que las fuerzas navales españolas se vieran ante un desafío que no podían enfrentar y que supuso el fin de la guerra. Pero es sintomático de toda esta larga y compleja contienda que el mayor triunfo naval de los enemigos de la Monarquía de Felipe IV fuera una campaña terrestre: la toma por los aliados anglo-franceses de la base de la Armada de Dunquerque.
Y aún así, después de una larga y agotadora guerra que duraba para España desde 1618, los triunfos enemigos fueron bastante limitados: apenas unas cuantas plazas en Flandes, otras en las fronteras Norte y Este de Francia, la Cataluña ultrapirenaica, la muy secundaria isla de Jamaica y poco más, lo que prueba de la manera más fehaciente que, lejos de asistirse a un derrumbe, se trató de una derrota muy limitada.
Mas decisiva fue, por supuesto, la separación de Portugal, pero ella no se debió a ningún gran éxito militar de las sucesivas coaliciones contra Felipe IV, sino a factores muy diversos y de índole interna. Aparte de que su resolución queda ya fuera del objetivo de este trabajo.
En cualquier caso cabe llamar la atención del lector sobre el tajante hecho de que la «decadente y atrasada» España pudiera mantener su posición durante una guerra contra las principales potencias europeas de entonces, durante más de 41 años, y efectivamente perderla, pero con unas pérdidas mínimas. Otra cosa fueron las heridas que causó tan larga lucha, que prácticamente no había cesado desde finales del siglo XV, y que lastraron la recuperación del Imperio Español y la evidente crisis de autoconfianza en una España que se preguntaba por el sentido de todo aquel enorme esfuerzo.
Pero no olvidemos, por punto de comparación, que todo el vigor de la Francia revolucionaria y napoleónica solo duró de 1793 a 1815, con desastres en esos años como Egipto, España o Rusia, concluyendo con la entrada de los ejércitos aliados en el mismo París, por dos veces sucesivas, y la invasión de buena parte de Francia. Y sin que en todo ese período la «Marine» primero nacional y después imperial pudiera apuntarse ni por asomo, los éxitos de los marinos españoles, incluso en la dura, falta de medios de todas clases y desesperada situación que tuvieron que afrontar entre 1640 y 1659.
Porque y pese a todas esas desventajas, los marinos de Felipe IV siguieron consiguiendo victorias o cediendo solo ante fuerzas muy superiores numéricamente y de forma más que honorable, con derrotas que estuvieron muy lejos de mostrar esa inmensa pericia y capacidad en todos los órdenes que nuestros enemigos de entonces se atribuyen. Tradicionalmente se ha venido a considerar que el reinado de su hijo Carlos II fue literalmente desastroso para la monarquía hispana, y del que apenas se puede contar algo positivo.
Sin embargo, y aún dentro de ese cuadro de decadencia, fruto del desgaste en todos los órdenes del país, veremos que, aunque de forma lenta y precaria comienza el cambio de tendencia con la recuperación que normalmente se ha adjudicado al siglo XVIII. Conviene recordar que incluso después, al final del reinado de Carlos II, y pese a todo, aún seguía existiendo un Flandes bajo el dominio español al igual que lo estaba algo más de media Italia, mientras que las pérdidas en Ultramar habían sido mínimas.
Pero la Historia se resiste a ser analizada en períodos cortos, y para mejor demostrar nuestras conclusiones hemos continuado nuestro relato hasta el fin de las contiendas navales de los barcos de madera y lona, ya a comienzos del XIX. Y estamos convencidos de que nuestro enfoque resultará, aparte de innovador, sugestivo para el lector y situará en un lugar más acertado a las Armadas de los Austrias españoles.
Capítulo 1: El Atlántico, entre Cádiz y Lisboa (1640-1641)
Capítulo 2: Derrotas holandesas en Filipinas (1646-1647)
Capítulo 3: La guerra naval contra Francia (1640-1653)
Capítulo 4: La recuperación española (1646-1653)
Capítulo 5: El Caribe y América (1640-1654)
Capítulo 6: El «Western Design» de Cromwell
Capítulo 7: Los corsarios de Felipe IV.
Capítulo 8: El fin de una larga guerra
Capítulo 9: Tácticas y formaciones de las escuadras (I)
Capítulo 10: Tácticas y formaciones de las escuadras (II)
Capítulo 11: El enemigo francés
Capítulo 12: El enemigo inglés (1700-1805)
Capítulo 13: La guerra «a la inglesa»
Capítulo 14: Las aún temibles galeras
Conclusión
Apéndices
Bibliografía
Ver también la primera parte, El león contra la jauría – Batallas y campañas navales españolas, 1621-1640